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Esa mar que ves tan mansa

“Buena mar”, de Antonio Lucas, es un muy buen ejercicio de autoficción, nada más y nada menos

Cultura - Libros

De la literatura sobre la mar (o el mar, indistintamente se usa también en esta novela) me gustan hasta los libritos con las tablas de mareas anuales; de modo que no me fue ajena la irrupción en librerías de “Buena mar”, precedida de encendidos elogios, además, de escritores como Millás o Pérez-Reverte. En un año prepandémico, un periodista de tierra adentro se embarca durante medio mes en un arrastrero gallego con apenas una docena de tripulantes, que partirá del sur de Irlanda rumbo al muy peligroso caladero del Gran Sol, en el Atlántico Norte. Escribir unos cuantos reportajes sobre la vida de los hombres que pescan en tan espeluznante lugar había sido el propósito que hizo subir a bordo a su protagonista; pero acabará por ver cómo se convierte la aventura externa en un viaje interior, en una alegoría de su propia vida. Escribe Millás que se trata de una “excelente novela”: “Yo me he mareado, he vomitado, he asistido a la evisceración de los enormes peces para ver luego caer sus cuerpos en la bodega húmeda” y también al naufragio interno del protagonista. La firma Antonio Lucas (1975) poeta y periodista (dirige un suplemento cultural), con un buen puñado de premios en su haber, que se sube al tren de la así llamada autoficción. Sin duda por deformación lectora, no tengo este libro por excelente (intitulado con la mitad del saludo marinero para desear buena suerte: “Buena mar y buen viento”), aunque sí lo tengo por muy entretenido, testimonial, fácil de leer y con toques poéticos para quienes de tal cosa gusten en las narraciones sobre la mar: “La poesía se ha infiltrado porque forma parte de mi vida de una manera tan rotunda y natural que no sé entender muchas cosas si no me las traduzco en un lenguaje que tenga que ver con la metáfora, con la imagen”, afirma Lucas en una entrevista. No son pocos sus méritos, pero la excelencia creo que es otra cosa.

En efecto, “hubo una época dorada, en los años ochenta, cuando la bonanza, en que cientos de chavales probaron a enrolarse. Pocos aguantaron los rigores del oficio: el miedo, la ansiedad, el desgaste físico, la convivencia, la soledad”: he ahí la realidad económica en el pasado (hoy, algunos cobrarán menos de 2000 euros, por trabajar día y noche) y los sufrimientos de cualquier época marina. Al zarpar, tras la francachela portuaria, la aparente contradicción: “la soledad en Gran Sol promete ser insoportable, una anomalía evidente”. Los veteranos lo animan: “Tómatelo con calma. En el mar las prisas sólo valen para llegar antes al fondo”. A partir de ahí, los rigores en el “Carrumeiro”, jornada a jornada. Y la introspección rigurosa del escritor. Nada que objetar, salvo, acaso, que no me resulta suficiente (e incluso me molesta y lo aleja de la excelencia para mi gusto) con que el narrador señale: esto es horrible, espantoso, atroz, brutal… No me lo imponga: cuéntemelo.

La excelencia siguen siendo, en estos asuntos, “Moby Dick” o, sobre todo, “El espejo del mar”

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Tropiezo, asimismo, con esa sonoridad poética tan frecuente: “El barco, en ocasiones, acumula unos silencios blancos contra el zumbido de esta mar negra, del viento azul oscuro, descorazonador como un dios o su demencia”, o “hay hombres para los que su guerra nunca acaba y observan el mundo con ojos negrísimos, endurecidos por un abatimiento descomunal”. O “El cariño, sin más, es una mansedumbre, un desfallecimiento, una compensación barata. Y solo aporta palidez, un vago resplandor. Lo que pesa es amar, por eso hay algo patético al sentir que el vértigo del inicio es, antes o después, un fuego con asas”.

Y también por tanto apotegma en los que es rica la novela y que tanto parecen gustar, como “Hay tres tipos de hombres: los muertos, los vivos y los que hacen la mar”. Defectos míos, insisto: tal vez me haya dejado llevar en la lectura por las hiperbólicas recomendaciones previas. Porque la tengo por muy buen ejercicio de autoficción, nada más y nada menos. Pero la excelencia siguen siendo, en estos asuntos, “Moby Dick” o, sobre todo, “El espejo del mar”.

Cubierta del libro

Buena mar

Antonio Lucas

Alfaguara, 209 páginas, 17, 90 euros

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