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Melquiades Álvarez.Pablo Basagoiti

Arte

Retrato en fuga de Melquiades Álvarez

El pintor gijonés vuelve a exponer en la Fundación Museo Evaristo Valle

Retratos, figuras y paisajes de contexto conforman la última exposición de Melquiades Álvarez, que es como el regreso a una casa, la Fundación Museo Evaristo Valle de Somió (Gijón), de la que nunca se ha ido. Todo podría parecer nuevo, pero el pintor ya hizo retratos de personalidades como Antonio Trevín Lombán para la galería de presidentes del Principado de Asturias a finales del siglo pasado. Excelente dibujante, de su poética visión del mundo se vislumbran a cada paso más altos horizontes, anchos caminos, renovadas estaciones, en un artista al que no le gusta repetirse o transitar por campos trillados, sin que eso suponga una huida de sí mismo, sino evolucionar hasta reencontrarse.

La obra “Reyes tras la lluvia”.

A Melquiades Álvarez se le reconoce como pintor de paisajes atmosféricos y emocionales, de carácter metafísico e indagadores de los misterios cíclicos de la naturaleza, con un estilo plenamente consolidado desde al menos 1991. Bastante antes, en 1989, ya había expuesto en la Fundación Museo Evaristo Valle, tras hacerlo en galerías de Oviedo y Gijón o en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Se había iniciado en la performance y el “body art”, con cierta repercusión en Madrid, y en el hacer, tanto de la cabeza como de las manos, ha basado todo su trabajo posterior, lleno de momentos memorables. Porque más que gesto es contemplación, y registro de un tiempo aprehendido. Los paisajes, al ser más puros, concitaban más unanimidad, pero en su pintura siempre han aparecido, además de árboles, bosques y plantas, figuras humanas y animales, que al mostrarse de otra manera encuentran nuevos significados, reforzados por el hecho de que el pintor no se prodiga y que cuando lo hace enseña obra de varios años, como es el caso.

“La Chaparra y las estrellas”.

En sus catálogos se hallan pocas firmas, con las excepciones de Miguel Fernández-Cid o Rubén Suárez, porque al autor le gusta escribir él mismo sus textos, a veces verdaderos poemas de calidad semejante a la de su pintura. En el de la exposición de Somió, que reúne unos sesenta cuadros y dibujos desde 2019 hasta el presente, con alguna fuga hacia atrás, Melquiades Álvarez se interroga sobre si debería dar por “conclusos” sus paisajes para centrarse en el retrato de gente cercana en afectos y fisonomías, un arte “difícil” que ha de sortear el pudor de mirar a sus semejantes para fijar cuánto hay de sutil, huidizo y contradictorio en su rostro, siempre con respeto y cautela. Están su mujer, la también exquisita pintora Reyes Díaz, su hija y varios amigos, además de algunos autorretratos, hechos en el claroscuro del confinamiento. Los fondos arrojan luces y sombras sobre el mundo de los retratados, dando claves y enriqueciendo los contenidos con el propósito final de conseguir “un buen cuadro”, objetivo preeminente numerosas veces alcanzado.

La técnica utilizada es la habitual: un color bien cuidado con tendencia a lo mono o bicromático, aunque aquí con visos de mayor verismo, aplicado con el pincel, el raspado y el borrado sobre papel o, lo que cada vez es más frecuente, sobre lienzo o madera estucados. Esta última aparece en ocasiones horadada, si bien no con la insistencia de exposiciones anteriores, como la más reciente, celebrada en la Universidad de Oviedo en 2017, en la que se movía entre lo pictórico y lo escultórico, su otro arte predilecto. Parte de la exposición actual está dedicada a la música, lo que no es de extrañar en un artista que, como ya tuve oportunidad de señalar, es autor de una sencilla y a la vez eficaz canción de amor a cuanto le rodea, compuesta por unas pocas notas que, sin embargo, resultan suficientes para tocar en lo más profundo del alma de las cosas, sean éstas cenizas o estrellas inalcanzables.

Los cuadros son de lo más dispar, porque hay tondos y otros experimentos que se salen del formato habitual, y todo tipo de tamaños, en composiciones espaciales que buscan una cierta originalidad. Melquiades Álvarez se pregunta, un poco retóricamente, sobre el posible anacronismo de su trabajo, al tiempo que reivindica a maestros “de los que se aprende pero a los que no se copia”, como Goya o el propio Evaristo Valle, a los que rinde explícito homenaje en una serie de dibujos y un retrato aproximativo. El pintor gijonés se inserta en una tradición que arranca de estos creadores y se mantiene viva en otros soberbios pintores asturianos nacidos en su mismo año, 1956, como el paisajista y retratista Miguel Galano, o Ricardo Mojardín, prolífico autor de retratos de animales, muy similares a los que Melquiades Álvarez ha realizado de la vaca “Chaparra” o el perro “Mino”. Todos ellos son conscientes de la plena actualidad de lo que hacen, más allá de dogmas artísticos, no tanto por el soporte, que sí que puede estar un poco obsoleto, sino por la base dibujística de su pintura, que no discuten ni las generaciones más jóvenes del conceptualismo epigonal.

Retratos y otras figuras en el espacio

Melquiades Álvarez 

Fundación Museo Evaristo Valle, Somió, Gijón. Hasta el 30 de diciembre.

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