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Los abuelos que Jablonka no tuvo

El historiador y escritor francés teje el relato familiar de sus antepasados en una crónica apasionante de la generación judía que pagó el precio más alto

Cultura - Libros

Ivan Jablonka (París, 1973) es un historiador que se siente especialmente cómodo con la literatura. Sirviéndose de ella hila un material múltiple para reconstruir el tejido de las vidas de los abuelos que no conoció y el telón de fondo de sus tragedias personales: la de los judíos en la Polonia nacionalista de las primeras décadas del siglo pasado, de los refugiados considerados indeseables en los estertores del Frente Popular en Francia, de la ocupación alemana y la destrucción final. En resumen: el cruel destino de la generación que pagó el precio más alto de la historia del XX.

Judíos ruso-polacos, de familias tradicionales, religiosas y pobres, Matès e Idesa, los abuelos de Jablonka, se habían convertido en fervientes militantes procomunistas. Perseguidos por las autoridades de su país lograron refugiarse en Francia, concretamente en París. Matès se alistó voluntario en 1939, sin obtener una regularización de su situación. Ambos fueron deportados en 1943 y murieron en los campos de exterminio. Idesa, alertada de la redada policial en curso, gracias a la presencia de ánimo y con la ayuda de amigos franceses, consiguió salvar a sus dos hijos, Suzanne, nacida en 1939, y Marcel, un año después, el futuro padre del escritor. Este último, en uno de los momentos más emotivos de la historia que cuenta, descubre en un expediente policial que Idesa ha optado por declararse casada y sin hijos, esperando así salvar a sus bebés.

Jablonka recurre en “Historia de los abuelos que no tuve” a archivos contemporáneos y estadísticas policiales para dar con las huellas de sus antepasados, cruza a lo largo de la investigación historias cargadas de emociones que enseguida se perciben de manera elegante y precisa, con glosarios y notas detalladas en alrededor de 400 páginas. Son las mismas técnicas de reconstrucción que utilizó el profesor de Derecho Internacional Philippe Sands en “Calle Este-Oeste” y “Ruta de escape”, para contar la historia, en parecidas y difíciles circunstancias, de su abuelo materno judío en Leópolis, y el encubrimiento y huida del nazi Otto Wächter, ambos títulos publicados asimismo por Anagrama. O la recreación de la fusión de géneros que sirvió al propio Jablonka para sumergirse en la crónica negra en otro de sus libros anteriores, el aclamado “Laëtitia o el fin de los hombres”; o para traer de vuelta el recuerdo familiar de su infancia amada y perdida de los años ochenta en “En camping-car”.

No hay tregua en “Historia de los abuelos que no tuve” para dos vidas castigadas por las injusticias de un tiempo convulso. Judíos y comunistas, en el período de entreguerras; una terrible coincidencia. Puede que los dos jóvenes amantes no llegasen a sospechar hasta qué punto se enfrentaban a un futuro tan extremadamente peligroso. Con todo, resultaba difícil imaginar tanta desdicha. No solo estaban en desacuerdo con los valores familiares, sino también con un poder y una fuerza policial para quienes ser hebreo equivalía a revolucionario. Los jueces polacos no tardaron en tomar medidas enérgicas: en diciembre de 1934 y junio de 1935, primero Matès, luego Idesa, ambos militantes del KPP, fueron condenados a prisión por delitos contra el Estado.

Luego vinieron los días oscuros de la depresión económica de la década de 1930, sumándose a la vigilancia policial y política. La solución para ellos será exiliarse a Francia. No eran pocos los perseguidos que encontraban refugio allí. Gorki decía que todo revolucionario debería ir una vez en su vida a la Plaza de la Bastilla. Supuestamente los judíos habían logrado, gracias a los franceses, emanciparse. Incluso uno de ellos, marxista además, alcanzó la cima: Léon Blum. Matès llegará a París el 30 de agosto de 1937; Idesa, su esposa, un poco más tarde, el 18 de abril de 1938, en un tren nocturno que la llevará desde Polonia hasta la frontera belga. El último eslabón con el shtetl desaparece en medio de la noche, escribe el autor. Pronto se encontrarán con demasiados obstáculos, el idioma, el paro y la precariedad. También, esto es lo peor, con la Seguridad Nacional. Son de hecho extranjeros ilegales en Francia; sin un permiso de residencia se hallan bajo la amenaza permanente de deportación. Se aferran desesperadamente a la Liga de los Derechos Humanos, pero la Sûreté investiga y decide sobre sus destinos. La policía tiene en cuenta su religión y la administración francesa no espera a que Vichy los cuestione. En abril de 1938, el Frente Popular cae, el gobierno Daladier que lo sucede intensifica la caza de inmigrantes ilegales. Los judíos se han convertido en objetivo número uno.

Resulta infrecuente leer páginas con tanta fuerza emocional, desprovistas de lágrimas. Jablonka responde de manera elegante y contenida al desafío de reconstruir las vidas golpeadas de los antepasados que no conoció, de los abuelos que no tuvo. En este conmovedor homenaje a la memoria individual y colectiva parece tener más presente que nunca a su admirado Georges Perec, al que cita: “La escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida”.

Historia de los abuelos que no tuve

Ivan Jablonka

Traducción de Agustina Blanco

Anagrama, 424 páginas, 21,90 euros

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