Un periodista en misión histórica

Francisco Cánovas realiza un vuelo a ras de suelo por las sombras de la modernidad en su biografía de Manuel Chaves Nogales, un adelantado del nuevo periodismo

Ilustración de Pablo García.

Ilustración de Pablo García.

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

En un cementerio de Londres yace anónimo el cuerpo de Manuel Chaves Nogales, considerado por algunos el mejor periodista español, fallecido en 1944, a punto de cumplir los cuarenta y siete años, durante una operación de peritonitis que se complicó de fatal manera. Huyendo de la persecución nazi, llegó a la capital londinense en 1940 desde París, donde se había instalado con su familia cuando en noviembre de 1936 decidió escapar de la guerra civil española. Ocho días después de su muerte, el tribunal creado por el régimen de Franco para reprimir el comunismo y la masonería dictó contra él una sentencia que lo condenaba a doce años de prisión e inhabilitación perpetua para empleo público o privado. Chaves permaneció medio siglo rodeado por un silencio sepulcral. Y, finalmente, gracias a una serie de felices sucesos fue rescatado del olvido más absoluto, tiene el reconocimiento general y sus obras se agotan y son reeditadas de continuo, mientras reciben una atención cada vez mayor de los investigadores. De ser ignorado ha pasado a estar omnipresente en diversos cánones de la edad de plata de nuestra cultura. La peripecia de su figura por la memoria compartida es un buen ejemplo de la perturbación, la pérdida y el retraso que el franquismo supuso en términos históricos para la sociedad española.

Nacido en Sevilla, en una familia inclinada a las letras y la cultura, de periodistas por parte paterna y de madre pianista, Chaves fue ante todo periodista. Ejerció en varios diarios y acabó dirigiendo el "Ahora", periódico de referencia de la II República, cercano a Azaña, con quien mantuvo una estrecha amistad. Hizo crónicas, reportajes y entrevistas a grandes personajes de la época y a personas desconocidas. Frente al columnismo ideológico, presentó un periodismo concebido con una perspectiva que abarca la realidad entera, como un mirador desde el que localizar los hechos significativos que luego son reflejados en una prosa elegante y clara, con el propósito de acariciar al lector. Andar y contar era su lema. Acudió a los lugares donde ocurría algo importante, tomaba notas y el resto lo ponía su enorme talento con el teclado de la máquina de escribir. Todos sus libros están hechos con textos publicados previamente por entregas en los periódicos. Se adelantó a Tom Wolfe en la práctica del nuevo periodismo, que otros denominan literario o narrativo. Chaves se dedicó al periodismo, oficio moderno, en su etapa de esplendor inicial, y con una actitud rabiosamente moderna trató de captar el espíritu de la modernidad, metido en la cabina de un avión, a través de toda Europa, describiendo incluso los aterrizajes forzosos que protagonizó, o sumergido en la dinámica de la ciudad. Sus observaciones sobre el comportamiento de los habitantes de la capital francesa merecen estar en cualquier antología de sociología urbana.

Pero inseparable de la vocación periodística, Chaves manifestó una conciencia política decidida y firme, que mantuvo incólume a lo largo de su vida. Es conocida la definición de sí mismo con que abre el prólogo de "A sangre y fuego", un texto lúcido y brillante de principio a fin: "Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeño burgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria". Y ahí se quedó apostado para siempre. Fue un liberal, demócrata y republicano consecuente. Defendió la II República con razones hasta que vio en peligro su vida, amenazada por los dos bandos, y abandonó España. En el exilio francés, alimentó su fe republicana en reuniones frecuentes con otros compatriotas, que amenizaba su esposa con cantes flamencos. El exilio en Londres lo sufrió solo con Ana y sus hijas escondidas en la casa sevillana de su hermano, una de ellas recién nacida, pero con la esperanza en el regreso a una república democrática, intacta. Chaves visitó la Unión Soviética y Alemania, donde entrevistó a Goebbels, al que retrató como "un tipo ridículo y grotesco", pero sumamente peligroso. Sus continuos viajes le hicieron ver la oscuridad que se cernía sobre Europa, el avance de los totalitarismos. En "Agonía de Francia", un libro de extraordinaria belleza, relató la tragedia en toda su dimensión. Las clases medias francesas habían dimitido de la democracia. Ya no la llamaban por su nombre y, hechizadas por el ultranacionalismo de Charles Maurras, estaban dispuestas a servir en bandeja su cadáver a las huestes de Hitler. Francia estaba renunciando a ser la meca de la democracia y Chaves, con gran desazón, alertaba de ello, por lo que tenía de premonitorio para el futuro de Europa. La barbarie, fascista o comunista, iba a voltear la civilización, liberal y democrática, obra que había costado siglos de lento progreso y tesón.

En sus ideas políticas, Chaves también fue un moderno. Su corta pero intensa vida está contada hasta el mínimo detalle por Isabel Cintas. Se concentra en las dos décadas en que sobrevinieron los acontecimientos políticos que han marcado el curso histórico del mundo en el último siglo. Francisco Cánovas, biógrafo de Cajal y Galdós, aporta específicamente la vivencia que tuvo Chaves de las guerras, los regímenes totalitarios, la II República, el exilio y otros hechos, secundarios en comparación con estos, como la Revolución del 34 en Asturias. Su libro, bien pensado, es un vuelo a ras de suelo por las sombras de la modernidad, pilotado por un periodista único, al que se le va haciendo un sitio junto a Xammar, Pla, Camba, Gaziel, Roth y Orwell. Ni más ni menos.

chaves n

chaves n

Manuel Chaves Nogales, barbarie y civilización en el siglo XX

Francisco Cánovas Sánchez

Alianza Editorial, 414 páginas, 22,50 euros

Suscríbete para seguir leyendo