Paul Auster, quebrantos al borde del abismo

El autor de la monumental "4321" regresa a la novela con "Baumgartner", una historia crepuscular de duelos inconclusos

Paul Auster

Paul Auster / Ilustración: Pablo García

En marzo de 2023, Siri Hustvedt anunció que su marido, el novelista Paul Auster, estaba recibiendo tratamiento contra un cáncer diagnosticado el diciembre anterior tras una temporada de oscuras fiebres vespertinas. Ocho meses después, "Baumgartner", la novela en la que trabajaba el premio "Príncipe de Asturias" 2006 cuando empezó a sentirse enfermo, fue editada en inglés entre el temor a que, fatalmente, se convirtiese en su última obra. Hustvedt, premio "Princesa de Asturias" 2019, había comunicado en agosto que Auster seguía sumido, aunque con buen ánimo, en una lucha incierta que una adversa reacción al tratamiento había vuelto muy dura. Y el propio narrador expresaría en una entrevista promocional en noviembre su serena ignorancia sobre la posibilidad de escribir más libros. Sin embargo, a finales de enero, la ensayista y novelista hablaba de una franca mejoría que luego confirmó en Madrid este 12 de marzo: "Está vivo, estable. Incluso está escribiendo. Hay esperanza".

Trece días antes, el 28 de febrero, había salido a la calle la versión castellana de "Baumgartner", la más reciente, y ojalá que no la última, novela de Paul Auster. Se trata, curiosamente, de una narración inervada por el duelo, rasgo que movió a algunos a vincular su génesis con la enfermedad del autor. Sin embargo, la cronología expuesta más arriba parece desmentir esta interpretación. Más aún cuando se comprueba que el duelo en "Baumgartner" está envuelto en cierta atmósfera de quebranto hija de la setentena en la que ya había entrado Auster al abordar su escritura. Visto así, este regreso a la novela seis años después de la espléndida y monumental "4321" añadiría un eslabón epigonal a la serie de "hombres debilitados", apuntada en 1999 con "Tombuctú" y consolidada entre "El libro de las ilusiones" (2002) y "Un hombre en la oscuridad" (2008). En cualquier caso, lo cierto es que un título crepuscular y elegíaco cierra, por el momento, una trayectoria iniciada hace 45 años con otro título anclado en el duelo ("Retrato de un hombre invisible"), el amanecer narrativo despuntado por la muerte del padre.

Vamos con algo de chicha. Nada más arrancar la lectura de "Baumgartner", el lector quedará atrapado por la frenética sucesión de incidentes domésticos que nutren el primer capítulo. Luce un espléndido día de la primavera de 2018, pero la casa en la que vive el viudo Seymour Baumgartner, Sy, se ha convertido en un pandemónium digno de una acelerada película muda. Profesor de Filosofía en Princeton, al borde de la jubilación a los 70 años (la edad de Auster por esas fechas), Sy se ha dejado en la planta baja la cita que necesita para el texto sobre los pseudónimos de Kierkegaard que le ocupa. Emprende el descenso, pero su búsqueda se verá interrumpida por una serie de imprevistos, llamadas telefónicas y visitas que se saldará con quemaduras en una mano, una rodilla seriamente dañada en una caída y la noticia de que un conocido se acaba de amputar dos dedos con una sierra circular. Cuando las aguas vuelven a la calma, Sy reparará en un cazo casi derretido que desencadenó la desgraciada secuencia. Y esa visión, que agita su memoria, abre al lector la puerta de acceso al duelo del protagonista.

El profesor, un fenomenólogo dualista preocupado por sus primeros signos de decrepitud y por la certeza de encarar ya el último tramo de su vida, perdió casi diez años atrás a la idealizada poeta inédita y traductora con la que compartió tres décadas. Y aunque por fuera no se le note, arrastra desde entonces un duelo fallido, inconcluso. Tiene amigos, amantes, trabaja con ánimo, publica libros. Pero sangra melancolía. Y esa hemorragia interna, y los intentos de frenarla, serán la gran nervadura de "Baumgartner". No destriparemos. El abuso del concepto ha matado a muchas novelas pero conceptualizar salva a la crítica de la indiscreción asesina. Baste pues con titular sus cinco capítulos innominados. 1. El raitán tragalombrices: quebrantos y duelo sin fin. 2. Síndrome de la persona fantasma: una llamada telefónica del más allá. 3. Tentativa de renacimiento. 4. Siglo XX, inmersión lenitiva en la memoria. 5. La ilusión resucitada: esperanza en una segunda venida. En suma, el viaje del pandemónium a la parusía.

Narrada en esa tercera persona autoconsciente que brinda distancia a la primera persona, "Baumgartner" tiene un tono comedido que a ratos la asemeja a una fabulación de piezas autobiográficas como "Diario de invierno" o "Informe del interior". Junto a su serena melancolía también alberga esperanza, humor, ironía, una divertida y lúcida propuesta filosófica que equipara personas y coches, onirismo, mucho amor, indignación ante la estupidez, una alusión al "enloquecido Ubú de la Casa Blanca" y, como es habitual en Auster, soledad, espacios cerrados, objetos abandonados y, para algunos detractores, una extenuante profusión de detalles. Advertencia para austerianos duros: no esperen pasmosos quiebros de trama ni laberintos ni juegos de cajas chinas, aunque haya quien crea ver muñecas rusas en seis breves insertos destinados a paliar las limitaciones del punto de vista del narrador sin incurrir en dolo.

La edad y el doble fondo del duelo

Donde sí puede haber un doble fondo es en el duelo. Auster recomendaría no extremar esta suposición y hasta se apoyaría, le gusta citarlo, en aquel "nada de símbolos donde no se pretenden" deslizado por Beckett en "Watt". Pero, en fin, tan saludable le resulta al autor no hurgar en el magma inconsciente de sus escritos como tentador le resulta al crítico hacerlo. Así que adelante. Es divertido.

Descartada la enfermedad como motor primario del duelo (si acaso planearía sobre el giro final de la novela), cabe rastrear el origen de este impulso elegíaco en el notorio impacto que su propio envejecimiento ha tenido en la obra de Auster. Ya en 2006 admitía su erosión vital como semilla de la serie de los "hombres debilitados": "Será que el envejecimiento me ha despertado una nueva percepción de mi finitud. Desde los 50 años [1997] mi cuerpo cambió. (…) Algunas pequeñas cosas comenzaron a fallar". Tiempo después se pasmaba así ante sus 66 años en el volumen de conversaciones "Una vida en palabras": "Es muy extraño haberse hecho tan viejo como lo soy ahora". Y, si el traductor no traiciona, el Baumgartner de 70 años, su igual en edad, es para él un "anciano". Esta hipersensibilidad al paso del tiempo permite dibujar una pirueta: en el duelo marital del profesor de Princeton, obsesionado con beberse a fondo cada día por si acaso fuese el último, alienta un anticipado duelo vicario de Auster por un Auster cuya finitud ha pasado de idea y vago temor a severa certidumbre.

La sospecha de esta conexión tiene, además, una firme raíz austeriana. El nombre de la difunta es Anna Blume. Un personaje de larga trayectoria en su vida y obra, el más querido de todos los suyos. ¿Por qué matarla y llorarla tanto? Le acompaña en su cabeza desde los 21 años, protagonizó "El país de las últimas cosas" (1987) y reapareció en "Viajes por el scriptorium" (2006). En esa historia un desmemoriado escritor decrépito, trasunto de un Auster anciano, era acosado y vilipendiado por una legión de personajes dolidos por las penalidades que les había infligido. Sólo uno lo trataba con cariño: Anna Blume. Ella le bañaba, vestía, masturbaba discretamente, daba de comer, arropaba y besaba antes de dormir. ¿No sería entonces matar a una Anna Blume, y llorarla en un prolongado duelo de diez años, la forma más austeriana de iniciar el adiós al mundo? ¿A ese mundo que, como su cuerpo, Auster dixit, se aloja en la misma cabeza donde viven y mueren sus personajes?

Portada

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Baumgartner

Paul Auster

Traducción de Benito Gómez Ibáñez 

Seix Barral, 256 páginas, 20,90 euros  

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