Voces para inhumar el silencio

Alfons Cervera pone un broche a su combate con la desmemoria en "El boxeador", que hoy se presenta en Oviedo

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Trapos limpios, ungüento y manteca de cerdo. Son los remedios de Rosario para curar a Nicasio cuando aparece de noche con la cara hinchada, los párpados amoratados y los ojos escondidos por los correazos. Para las partes doloridas, el ungüento; para refrescar las rojeces, la manteca. Y las heridas al aire, sin nada, que la sangre se haga costra y las cierre pronto. De eso lo saben todo Rosario y Luisa, la mujer de Rogelio, con quien a veces se cruza Nicasio en la puerta del cuartel: él sale molido y a Rogelio le toca que le arreen. Lo que no sabe nadie en Los Yesares, un pueblecito de la serranía valenciana, es cómo se curan la vergüenza, el rencor, el frío, el miedo que nunca se va, el silencio, el olvido impuesto a los vencidos. Al final, Nicasio acabará tirándose al monte, harto como medio pueblo de palizas de civiles.

Quien sí intuyó remedios para el oprobio, muchos muertos después, fue el valenciano Alfons Cervera (1947), empeñado desde hace décadas en devolver sus voces a quienes enmudecieron cuando el ejército golpista los derrotó y les robó las palabras. Porque lo que no se cuenta es como si no hubiera pasado y, entonces, al olvido impuesto se suma la desmemoria, la amnesia pactada que cubrió España al morir el general golpista. Cervera se adelantaba años a la Memoria Histórica cuando en 1995 publicó "El color del crepúsculo", una novela ambientada en Los Yesares, trasunto de su Gestalgar natal, a la que siguieron otras cuatro también recogidas en el volumen "Las voces fugitivas". Una de las luminarias más intensas de la reciente literatura en castellano, que luego se ramificó al exilio, la emigración y el antifranquismo tardío. Ahora Cervera cierra el ciclo, o tal vez no, con "El boxeador", que hoy se presenta en Oviedo en la librería Matadero 1.

"El boxeador" es broche y balance pero también puerta de entrada. Broche porque sus voces relatan un regreso, el de Román, que se marchó a Francia una madrugada fría, cuando tenía 8 o 9 años. Sin saber a cuánto estaba Francia y creyendo que enseguida volvería de esa huida emprendida por su padre anarquista. Luego se pasó casi 80 años descartando la vuelta, porque "el exilio es un sitio del que nunca se regresa". Pero ha vuelto. Tal vez para cerrar con su presencia la saga de novelas que, en un juego de espejos dispuesto por Cervera, él mismo ha ido escribiendo desde Francia.

El broche también puede valer para una entrada porque hilvana "todo lo que fue saliendo en las historias que conté a lo largo de estos años", dice un Román convencido de que escribir es "saber que mientras dure la escritura el tiempo está de nuestra parte". Así que el lector conocerá, o reencontrará, a muchos personajes. Como Angelín, el niño hijo de maquis a quien los civiles le quemaron las uñas con un soplete que se las ha dejado azules para siempre. O a la propia Rosario, cuya memoria de ultratumba detalla su asesinato una noche cuando bajaba del monte. O al payaso Charly, y su trompeta, que se despidió tras enviudar porque "aquí sólo se quedan para siempre la pereza y los años". Y, si no yerro, a personajes nuevos como el boxeador Ventura, fuerza y rabia, que enseñaba a los niños a no tener miedo y a golpear un saco amarrado a un algarrobo. Ventura, que desapareció una noche secuestrado por los falangistas y que aquí será la llave del balance.

Porque en "El boxeador", donde también se habla de realidad y ficción, de fotografías, del despoblamiento, y de cosas de Historia como la proclamación de la República, el rey "malaje" o el presidente que bloqueó los fondos de exhumar muertos, hay mucho de balance. Y también de esperanza en que el futuro encarnado por la joven y apasionada Lola ("la única manera de cerrar las heridas del pasado es contarlas") no se trunque con las engañosas llamadas a la concordia del viejo neofascismo. De los negacionistas que, no pudiendo acallar las voces que inhuman el silencio, intentan impedir que los muertos afloren con su nombre. La última palabra robada que aún recechan.

PORTADA

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El boxeador

Alfons Cervera

Piel de Zapa, 150 páginas, 18 euros

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