Dicen que Mao Zedong no se lavaba nunca los dientes y que sólo se bañaba cuando nadaba en el río, lo cual, de ser cierto, significaría que durante los últimos años de su vida el Gran Timonel no tocó el agua y el jabón. El rey de Francia Luis XIV sólo se bañó de forma completa dos veces en sus 72 años de vida, y lo hizo siguiendo órdenes (perdón, sugerencias) de sus médicos. Pero Mao y Luis tenían una ventaja: eran los amos. Mao atendía en verano a las visitas en calzoncillos y camiseta, pero ningún camarada se quejaba del mal olor. Del mismo modo, a ningún súbdito de Luis se le ocurría decir que el Rey Sol era también el Rey del Olor Corporal. Como diría Mel Brooks, es bueno ser rey. Es bueno ser Gran Timonel. Al menos, cuando se huele mal.

Pero en el fútbol no hay reyes, no hay Grandes Timoneles. Una plantilla vale tanto como su hoja de servicios inmediata. La historia es la garantía de la grandeza de un equipo, pero los resultados son el aval de una plantilla. Osasuna era hace muy poco tiempo un equipo limpísimo que tonteaba con la Liga de Campeones, y ahora huele a muerto. El Sevilla, hasta casi ayer mismo el mejor equipo del mundo según las estadísticas, huele a UEFA. Y gracias. ¿Y el Barça? ¿A qué huele el Barça? Después de dos años sin poder bañarse en fuentes públicas, el Barça huele a podrido. Pero Laporta no puede echar la culpa a la falta de títulos porque el Barça lleva tiempo sin lavarse los dientes ni bañarse, y eso sólo se consiente a los líderes revolucionarios o a los monarcas absolutos, no a los equipos de fútbol.

La dentadura del equipo de Rijkaard era una dentadura de anuncio hasta que Ronaldinho decidió que lavarse los dientes (entrenar y todo eso) era un aburrimiento. Ronaldinho, el Gran Timonel del Barça, se acostumbró a bañarse sólo cuando jugaba grandes partidos. El resto del tiempo lo pasaba en el gimnasio o recibiendo en calzoncillos y camiseta a los emisarios de los mejores equipos del mundo, interesados en hacerse con los servicios del artífice de la revolución que condujo al Barça a través de una Larga Marcha desde el pozo en el que le dejó Gaspart a la final de la Liga de Campeones en París. Ronaldinho olía mal, pero nadie le dijo nada porque es difícil taparse la nariz cuando uno está delante del mejor jugador del mundo. Pero el mal olor es tozudo y, además, muy contagioso.

El Barça se abandonó. Dejó de lavarse los dientes. Dejó de bañarse. Cambió el traje de gala en el campo por los calzoncillos y la camiseta. Y, al final, alguien lo dijo alto y claro: el Barça huele mal. El pasado miércoles, en el Bernabeu, todos lo sabían. La vergüenza de este Barça no es perder 4-1 en el Bernabeu, sino perder con mal olor, con los dientes sucios y en calzoncillos.

Hasta Luis XIV seguía las órdenes (perdón, las sugerencias) de sus médicos. El Barça no hizo caso de los que recomendaban dar un baño a una plantilla con demasiados Decos y Márquezes, y consideró que bastaba con ser Rey Sol en París frente al Arsenal para oler bien sin ningún esfuerzo higiénico. Ahora, con los súbditos deseando tomar la Bastilla del Camp Nou y con miles de voces criticando el pésimo olor de un equipo para el que la limpieza lo era todo, ya es tarde. No basta con un baño. No basta con prometer lavarse los dientes en cada entrenamiento. No es suficiente con las promesas de quitarse los calzoncillos y recibir a los rivales con la ropa adecuada. Ahora ya nadie se inclina ante un maloliente Luis XIV. Nadie teme a un fétido Mao Zedong. El Barça de Rijkaard fue un equipo revolucionario y gobernó de forma absoluta la Liga, pero olvidó la higiene. Guardiola llegará con pasta de dientes, agua y jabón.