Pola de Siero, Álvaro FAES

Con 28 años, de vuelta después de seis en Portugal, y sin un destino claro, Dani Díaz rechazó la llamada del Mensajero y dirigió sus pasos lejos del fútbol. «No quería otra isla, y eso que en Madeira se vivía muy bien. Me ponía una camiseta, las chanclas y me iba a entrenar, pero no, otra isla no. Echaba de menos la Pola y no me apetecía "atracar" por ahí».

Fue el punto final voluntario que Daniel Díaz Fernández (Pola de Siero, 3-8-1973) puso a su fútbol, después de tres temporadas en el modesto Chaves y otras tres en el Maritimo, un club ya con posibles que le facilitó «un buen contrato», tras hacerse un nombre en un equipo que «era como una familia», donde los aficionados entregaban sus propias primas: truchas, cordero, vino... «En Chaves fue donde más disfruté del fútbol», rememora ahora en Pola de Siero. Dirige el estanco familiar, una seguridad laboral que le ayudó a tomar la decisión de apartarse del campo profesional.

Ya queda lejos su gran (y única) tarde de gloria en España, insuficiente para evitar que emigrase. Criado en Mareo, una excentricidad de García Remón en 1994, nada menos que contra el dream team de Cruyff, los más parecido que hubo al derroche de fútbol del actual Barcelona, le lanzó a las portadas.

Jugaba en el filial del Sporting, era febrero y hacía meses que no aparecía por el primer equipo, desde que García Cuervo le diera una alternativa testimonial en el último partido de la Liga anterior.

«Estaba en el entrenamiento y los mayores lo hacían en el campo de al lado. Me llamaron a voces. "Dani, el míster dice que vayas". Y me dieron un peto. Miré a mi alrededor y empecé a alucinar. Tambíen tenían peto Abelardo, Juanele, Óscar, Ablanedo... ¡todos los titulares! Me entró miedo», confiesa ahora.

Tembló más cuando escuchó a García Remón. Le pedía a él, un mediapunta con poca afición a defender, prácticamente inédito en Primera, que tapase al cerebro del Barça, a Guardiola, que no le dejase jugar hacia adelante. Aquello salió bien y el Sporting ganó 2-0 con goles de Abelardo y Miner, más tarde compañero y amigo en la aventura portuguesa. «Me pasé el partido corriendo detrás de él. Debí tocar tres balones pero a Michael Robinson (comentarista de Canal+, que dio el partido en directo) se le ocurrió decir que yo había sido la clave y aquello fue una revolución».

Después, jugó tan poco, que puede recitar de memoria todos sus partidos. «Otra vez contra el Barça, en la Copa, en Valencia y en Zaragoza». En la Romareda expulsaron de una tacada a Luis Sierra y a Juanele y a Dani Díaz le tocó viajar el banquillo para reforzar el equipo en defensa. No jugó nunca más, aunque pasó toda la temporada siguiente en el primer equipo sin minutos.

Viajó a Chaves «con una mano delante y otra detrás», junto a Patricia, su inseparable pareja, que guarda en la memoria la carrera del jugador mejor que el protagonista. Allí creció, cumplió su contrato, hasta que un día le llamó Jorge Mendes, ahora agente de Cristiano Ronaldo. «Solo le vi una vez. Me dio el contrato y se fue. Lo firmé con un empleado suyo y no supe más de él».

Cuando dejó el Marítimo y abandonó Funchal, llegó al club desde Brasil un joven defensa de nombre Pepe. Dani Díaz no llegó a conocerle y no cayó en la cuenta de quién era hasta que, ya en el Madrid, montó un fenomenal revuelo con su serie de patadas a Casquero. «Dani, ¿ese no jugó contigo?», le preguntó un amigo. Pues no, pero casi, porque sus caminos fueron cruzados. «En Madeira había dinero y el club tenía buenos contactos en Brasil. Venían muchos chavales». Antes de su última temporada, rozó la oportunidad (económica) de su vida. Le llamaron para ir a Corea «por una millonada», dice, pero había que coger el avión en un par de días y Dani se retorcía aún en la camilla tras una operación de pubis. No pudo ser, cerró el año en Madeira y dejó el fútbol. «A mí me habría gustado», dice Patricia.