Ayer fue un domingo especial. Desde luego, distinto. Nos levantamos rescatados, inyectados, apoyados, intervenidos, prestados, ayudados (llámenlo como quieran, como si lo llaman copla) y nos acostamos con los ojos enrojecidos tras una televisiva sesión continua. La ilusión en este país se puso en manos de la Roja y se vistió de rojo como otras vanidades se visten de Prada en una tarde que nos trasladó a aquellos domingos de sesión continua, de triple dosis cinematográfica por un duro: Marisol, Cantinflas y una del Oeste en la que poder aplaudir y patalear con la aparición del Séptimo de Caballería.

Aplaudimos, pataleamos y jaleamos no al séptimo, sino a la séptima Copa de los Mosqueteros que buscaba Rafa Nadal; de un Nadal con camisola roja sobre la roja arcilla de Roland Garros que comenzó como un tiro y se medio ahogó con la lluvia tras la resurrección de Djokovic. La cosa, tras cinco horas de tensión, acabó en tablas tras el aplazamiento definitivo y dejando un sabor agridulce en el paladar como en tablas acabó el debut de los de Del Bosque ante Italia en la Eurocopa. Allá que se fue el presidente Rajoy en medio de la polémica porque, qué quieren, tampoco es que tengamos muchas ocasiones en las que sacar pecho y a nadie le amarga presumir de los éxitos de la Roja. Y allá, en las Polonias, añoramos como nunca a David Villa y a sus goles, porque está claro que entre el Guaje y el Niño no hay color. El asturiano será menos mediático que el madrileño, menos rubio y estará menos tatuado, pero de goles sabe un trecho largo. Más que de Tuilla a Fuenlabrada.

La roja ilusión se nos fue resquebrajando. Era un domingo duro, diferente. Especial. Fernando Alonso y el cavallino rosso tomaron el relevo, y bien que soñamos con la segunda victoria de la temporada cuando tras el primer paso por boxes el asturiano se ponía al frente del pelotón. Fuegos de artificio. Ferrari jugó una baza tan arriesgada como poco productiva, y el ovetense cruzaba la meta pisando huevos y con el coche en las llantas.

Ayer fue un domingo especial. Distinto. Nos levantamos un poco más pobres y nos acostamos con los ojos enrojecidos y un pequeño bajón en las ilusiones tras una sesión continua de opio deportivo. Hoy, a la espera de saber por dónde nos llegará la próxima sangría económica, a la espera de conocer cómo reaccionará esa prima perversa que más que de riesgo es de miedo, habrá que vestirse de rojo ilusión, de rojo esperanza, del rojo de Nadal, Cesc o Alonso para mantener viva la esperanza. Un país que cuenta con tipos como estos debe y puede salir adelante. Aunque muchos no se pongan ni colorados con la que está cayendo. Rafa puede darnos la primera alegría.