Llegó el Oviedo a un escenario imponente, a uno de esos estadios donde lleva reclamando jugar varios años, y el equipo se achicó, se hizo pequeño, diminuto, hasta desaparecer de El Helmántico, gigante a pesar de la situación de emergencia que atraviesa la entidad. Piojo, un chico que atraviesa los mismos problemas económicos que todo el Salamanca -y que media Segunda B, habría que añadir-, se bastó para acabar con los de Sarriugarte, temerosos y angustiados durante el duelo. Y eso que el Oviedo tuvo varios factores a su favor.

El primero, el del resultado, suele ser un seguro esta temporada. El Oviedo saltó al campo con decisión, con empuje y buenas maneras. A los tres minutos lo había demostrado en la primera llegada, un remate de Cervero ligeramente desviado. Lo confirmó a los diez minutos con un tanto de la factoría Sarriugarte: córner al primer palo, prolongación de Baquero y Alegre, con cara de pasar por allí por casualidad, empujó a la red.

La escena no podía ser mejor. El Oviedo ganaba, mostraba un juego impoluto y, como elemento añadido, mil gargantas le apoyaban desde la grada. Su momento de lucimiento coincidió con el peor bache de la etapa Sarriugarte del club. Huérfano de objetivos imposibles -sello personal del club en los últimos años-, el equipo cedió terreno. Es como si la motivación decayera al encontrarse un panorama tan favorable, tan cómodo.

Todo lo contrario que el Salamanca. Sus trabajadores no han cobrado desde que comenzó el campeonato, el club corre serio peligro de desaparecer de manera inmediata y el partido añadía dosis de pesimismo difíciles de gestionar. El Oviedo vio un trayecto confortable mientras que el Salamanca planeó un reto apasionante. En el fútbol, las mentes aventureras suelen tener premio. La reacción salmantina llegó favorecida por un accidente. Javi Cantero llegó al área demasiado animado. Piojo puso de su parte. De la fricción entre ambos llegó el penalti, en una de esas decisiones arbitrales que pueden aceptarse en el centro del campo, pero que se analizan con más recelo cerca de las áreas. Igor, eterna bestia negra del oviedismo desde su etapa en el Pontevedra, puso las tablas en el marcador.

De Lucas finiquitó el partido en la exhibición del local Piojo

El gol reforzó la candidatura local. Si el aspecto anímico es el que ha impulsado al Salamanca en el inicio de campaña, su fútbol no desentona con la fe mostrada. Con un fútbol rápido y vistoso, los locales arrinconaron al Oviedo. La defensa pareció acomodarse unos metros más atrás que de costumbre y el centro del campo fue una zona de paso, nunca un elemento dominador del juego. Sarriugarte había propuesto sobre el césped un equipo poblado de medios. Cerrajería se diluyó detrás del delantero, a los pivotes les costó sujetar al equipo, pero el gran perjudicado fue Manu Busto, olvidado en la banda izquierda, un exilio forzado.

El descanso pareció una solución magnífica para enmendar fallos. No fue así. En gran medida por culpa de Piojo, otro nombre que apuntar a la lista de verdugos azules. El extremo volvió a retar a Cantero en su hábitat, la banda. El salmantino salió victorioso, de nuevo, y su centro al corazón del área llegó a dominios de De Lucas. Que el balón le cayera a su pierna derecha, la menos hábil, no fue obstáculo para adelantar al Salamanca. El ex sportinguista anotó y lo celebró con éxtasis ante la hinchada azul. No sería su último grito de entusiasmo de la tarde para el centrocampista.

La jugada vivió una secuela diez minutos después. Para que el personal no se despistara, repitieron protagonistas: Piojo desbordando y asistiendo, De Lucas marcando y exhibiendo un amor desmesurado por el escudo del Salamanca. Minutos después del partido, confesaría motivaciones adicionales en su festejo.

El gol acabó con el partido. Desde una perspectiva emocional, el Salamanca se merendó al Oviedo. Los problemas planteados durante el partido fueron encarados con valentía por los locales, supervivientes por definición esta temporada. Los azules no lograron la reacción tampoco desde el banquillo.

Había probado Sarriugarte en la segunda mitad con Manu Busto por el centro, una promesa para tener el balón que se diluyó a los pocos segundos, con el primer mazazo de De Lucas. Tras el segundo varapalo del centrocampista, el técnico vasco introdujo nuevas variables. La calidad de Óscar Martínez y la profundidad de Jandro tampoco se dejaron ver. El Oviedo acaparó el balón más por vergüenza torera que por convicción propia, pero el meta Villoria apenas sufrió rasguños. Un centro cerrado de Busto y un remate de Jandro completamente solo en el área pequeña supusieron el pobre bagaje ofensivo de los azules.

El partido dejó pocas lecturas más hasta el final. El Oviedo se achicó justo en el momento en el que se esperaba más de él, el día señalado para demostrar que el proyecto de este año va en serio. Aún queda mucha competición y varios momentos para la reivindicación. Hasta la fecha, el Oviedo de Sarriugarte ha mostrado mejoras importantes en juego y rendimiento, pero también mantiene alguno de los defectos que más daño hicieron la temporada pasada: su incapacidad para rendir fuera de casa. El reto a partir de ahora es claro y el fútbol suele ser justo con los valientes. Se demostró ayer en Salamanca.