El Mundial jugado en España, en 1982, no sólo pasa a la historia por los numerosos partidos atractivos que ofreció sino también, y hasta casi con más relieve, por uno de los espectáculos más bochornosos que jamás se haya visto en un campo de fútbol a tan alto nivel de competición. Alemania y Austria se clasificaron para la segunda ronda con un resultado, 1-0 para los germanos, que valía a los dos y que dejaba fuera a Argelia tras un encuentro de vergüenza, que sólo existió durante los primeros diez minutos, hasta que Alemania marcó su gol. Después los dos equipos se limitaron a dejar pasar el tiempo ante la estupefacción de unos espectadores que abarrotaron El Molinón gijonés.

Lo que iba para un cierre perfecto de una fase que se desarrolló modélicamente en Asturias acabó en un esperpento. Nadie vió venir el amaño. De ahí que la expectación fuese máxima. Alemania, una de las grandes favoritas, podía quedarse fuera del torneo. Austria, integrada por jugadores ansiosos de gloria, que ofrecían un juego grácil y dinámico, con delanteros que hacían mucho daño en el área contraria como Krankl y Schachner, estaba en condiciones de confirmar la sorpresa. Alemania se veía en apuros porque había perdido con Argelia en lo que fue una de las grandes sorpresas del campeonato del mundo hasta el momento. Era la primera vez que un equipo europeo perdía con un rival africano en una fase final de un Mundial. Alemania ya había rozado tal baldón cuatro años antes cuando sólo pudo empatar con Túnez (0-0) también en partido de la primera fase, en la competición celebrada en Argentina. Austria, por su parte, acariciaba la clasificación después de haber ganado a los africanos y a Chile, ambos partidos jugados en el ovetense Carlos Tartiere.

Para añadir más picante a la historia los dos equipos tenían cuentas pendientes pues Austria ayudó a echar a Alemania del Mundial anterior, con una victoria que ponía fin a una fatal racha histórica frente a sus poderosos vecinos, y además Alemania llegaba a España como vigente campeona de Europa y no hubiese quedado nada bien para su orgullo irse para casa tras disputar únicamente tres partidos.

Sólo había un tipo de resultado que dejaba a Austria fuera de la segunda fase. Una derrota por tres goles como mínimo. A Alemania por su parte únicamente le valía la victoria, que podía ser simplemente por un gol. Y al final fue lo que ocurrió. Alemania salió enchufada. Los jugadores que dirigía Jupp Derwall pusieron cerco a la portería austriaca, cuyos jugadores se defendían como podían ante la calidad y la potencia enemiga.

Un "tanque" como Hrubesch abrió la lata. Alemania ya tenía lo que quería y a Austria le bastaba. Hasta podía permitirse recibir otro gol, pero no hubo lugar a ello. Los dos equipos dieron por finalizado el partido. Ya no hubo más fútbol. Ante el mosqueo primero y la indignación después de los espectadores, entre ellos muchos argelinos, que arrojaron dinero al campo, para dejar clara constancia de la entente a la que habían llegado ambos equipos, los dos porteros vivieron la tarde más plácida de su vida deportiva porque enfrente no había ninguna gana de armarla.

Sólo el austriaco Schachner, un jugador por otro lado de lo más peligroso ante la portería enemiga -fue protagonista de la eliminación de España en el Mundial anterior-, estuvo en principio ajeno al arreglo, pero rápidamente fue llamado al orden, cuestión que reconoció el propio futbolista años después. Asturias se quedó al final sin poder disfrutar en todo su esplendor competitivo de jugadores tan extraordinarios como Rummenigge, Magath, Stielike, Breitner, Littbarski, Prohaska, Krankl o el ya también citado Schachner, y no digamos nada de los porteros, Schumacher y Koncilia, dos de los más destacados guardametas de aquel tiempo.

La Federación Argelina protestó ante la FIFA, pero el organismo internacional, en el que por cierto los dirigentes alemanes mandaban mucho, de hecho uno de ellos, Hermann Neuberger, presidente de la Federación germana, era el responsable de organización de los Mundiales por parte de la FIFA, contestó que no podía hacer nada, al no poder probarse que había habido un arreglo.

La única consecuencia, aparte de la vergüenza que desde entonces afecta a cada uno de los protagonistas cada vez que se rememora el hecho, y lo es con cierta frecuencia, porque ese tipo de arreglos no para de ocurrir, fue que se cambió el modelo de disputa de la competición de forma que los últimos partidos de cada grupo deben coincidir en la hora y el día, no como ocurrió en este caso, pues Argelia y Chile se habían enfrentado el día anterior.

En la siguiente fase Alemania fue una de las que acabaron con las esperanzas de España, formando parte de un grupo en el que también quedó incluida Inglaterra. Los de Derwall terminaron llegando un poco a trancas y barrancas a la final, en donde fueron barridos por una Italia inspiradísima, con un Paolo Rossi que lo metía todo y que fue mejorando su rendimiento a medida que avanzaba el Campeonato y se iba encontrando con rivales de más fuste, entre ellos Argentina y Brasil, que no tuvieron nada que hacer frente a un enemigo en estado de gracia.

Austria se quedó en la segunda fase, tras perder con Francia y no pasar del empate con Irlanda del Norte, que había pasado ronda entre otras razones por haber ganado a España en la fase inicial en un anticipo de lo que sería un fracaso histórico del equipo que preparaba José Emilio Santamaría, hasta el punto de convertirse por aquella fecha en la organizadora de una fase final de un Mundial que acababa peor clasificada.