Ocurrió hace unos meses en El Requexón y fue, de largo, la lección de fútbol más hermosa del año. La cosa es que no la dio ninguna estrella del balón sobre el campo, tampoco un entrenador de renombre en la cátedra de la universidad más antigua del mundo, ni tuvo la repercusión suficiente para que se contara en las noticias del mediodía de alguno de los programas de terroristas deportivos de este país. (Disculpen la errata, fue el corrector, quise decir periodistas?). La lección, y el ejemplo, los dio Luis, segundo portero del juvenil del Condal de Noreña y único y justo protagonista de esta historia. Lesionado el portero titular del equipo regional del Condal, el chaval entra en la convocatoria del partido contra el Real Oviedo B de Tercera División asturiana. Luis duerme bien la noche anterior, es un tipo tranquilo, está ilusionado y muy contento de ir con los mayores a un partido tan importante, y solo le preocupa encontrar algún amigo que le preste unas botas de aluminio de su número para el campo de hierba natural. Sabe que ayudará a calentar al portero titular y no quiere resbalarse. Para su entrenador y sus compañeros su convocatoria es una anécdota: es muy improbable que tenga que jugar. Para el azar y las leyes de la naturaleza lo improbable es un chiste. La mañana del domingo Luis mete en su bolsa una camiseta del Oviedo, por si tiene la oportunidad de conseguir la firma de Viti o Josín, jugadores del Vetusta que ya han debutado con el primer equipo. Durante la primera parte del partido todo es muy requexoniano: la bruma da paso a las nubes, las nubes al tímido sol, de nuevo vuelve a nublarse, por supuesto caen algunas gotas, se ve poco fútbol, y el escaso público lo forman los de siempre: ojeadores y representantes de jugadores y algún padre (porque las novias de los futbolistas de Tercera ya no van a los campos). Para variar el árbitro está fatal para las dos aficiones, y el resultado es, cómo no, de 1-1. Pero Luis vive otra historia interior cuando percibe que el portero del Condal cojea al retirarse a los vestuarios para el descanso. En su cabeza todo pasa muy lento y muy rápido a la vez, y se derrumba y llora cuando, en el minuto 2 de la segunda parte, el entrenador lo llama para salir. Llora porque los nervios le juegan una mala pasada y es incapaz de ajustarse los guantes. Su bisoñez, su estatura, su forma de correr a defender la portería y su arquitectura (Luis es un chaval de la villa chacinera que jamás ha sido entrenado como un profesional) provocan la risa sarcástica de un sector de la grada. Lo improbable cede entonces el paso a lo inevitable: El Oviedo B arrolla y en cinco minutos Luis tiene que recoger el balón del fondo de la red dos veces. Pero con el 3-1 en el marcador y todo en contra, Luis se viene arriba y salva un mano a mano contra Viti, realiza dos intervenciones de mérito a disparos de los delanteros locales, y se impone en el juego aéreo en dos salidas de puños ante los fornidos centrales del filial del Oviedo. Sus veteranos compañeros de equipo se contagian de la casta del chaval y lo imposible recoge ahora el testigo de lo inevitable. El equipo visitante remonta un 3-1 en contra en quince minutos mágicos y se impone por 3-4 en el partido.

El Condal de Noreña anunció tres días después el fichaje de un nuevo portero.

Dicen que todo el mundo tiene derecho a sus quince minutos de gloria, pero a Luis se le concedieron cuarenta y cinco porque se los merecía. Y nos dejó el molde.