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Riazor tiene que marcar un antes y un después

El mismo día en que el "caso Jimmy" se cerraba sin condenas, esos imponderables del fútbol ponían a prueba la sensatez de los aficionados. Riazor pasó la prueba del algodón. Mientras Fernando Torres caía a plomo, inconsciente, sobre el césped del campo coruñés, un pequeño grupo de descerebrados se ponía a honrar la memoria de su colega fallecido en aquella triste mañana madrileña. El resto de espectadores, la inmensa mayoría, respondió acallando esas voces mientras en el campo unos y otros se centraban en lo único importante: la recuperación de Torres. Después de aquella salvaje batalla entre integrantes del Frente Atlético y de los Riazor Blues hubo muchos golpes de pecho y propósitos de enmienda, pero poco a poco los grupos ultras han vuelto a asomar en muchos estadios. Por eso es tan importante que los verdaderos aficionados al fútbol, tan fieles a su equipo como esos que se hacen llamar radicales, marquen el territorio frente a los que sólo ven un altavoz para sus fechorías. Los campos españoles tienen que volver a ser espacios adecuados para el disfrute en familia. Y eso depende de todos, desde los dirigentes a los hinchas de buena voluntad, pasando por los propios futbolistas.

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