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Una semana de pasada

Fútbol grande

La final del Campeonato de Europa de fútbol sala dejó un campeón y muchos ganadores

Un remate de Ricardinho ante Ortiz en la final del Campeonato de Europa de fútbol sala. JURE MARKOVEC / AFP

En la prórroga del Portugal-España, la final del Campeonato de Europa de fútbol sala, Ricardinho cayó lesionado en una jugada con Pola, compañero del portugués en el Inter Movistar. Ricardinho, unánimente considerado el mejor jugador del mundo, se retiró cojeando, con una bolsa de hielo en el tobillo mientras el partido consumía sus últimos minutos. Entonces ocurrió el prodigio. En su camino hacia el banquillo, los gritos de ánimo no procedían sólo de la hinchada portuguesa, sino que los españoles se unieron al reconocimiento. Acabada la final, de la forma más cruel posible para España, el seleccionador español, José Venancio, mezclaba la decepción por la derrota con la alegría porque el mejor individualmente alcanzase su primer título colectivo. Fueron gestos que engrandecen a sus protagonistas y demuestran que el fútbol sala sólo es pequeño por el tamaño de la pista, el balón o las porterías. España y Portugal se batieron el cobre a base de bien, hubo mucho contacto y algún roce, pero al final reinó una deportividad difícil de ver en el otro fútbol. Y lo mejor de todo es que los que dieron ejemplo fueron los españoles, que después de ganar siete europeos supieron perder uno.

El Sporting mira demasiado al banquillo

El lunes daba la impresión de que Rubén Baraja estaba a un paso de ser el siguiente inquilino de la trituradora de entrenadores en que se ha convertido el Sporting. Después de Abelardo, Rubi y Herrera, en poco más de un año, nadie parece darse cuenta de que el problema del Sporting no está en el banquillo. Y no lo digo sólo por el buen trabajo del Pitu en Vitoria y de Rubi en Huesca. Aparte de sus propios errores, el Sporting del último mes de Paco Herrera no tiene nada que ver con el actual. Sin Sergio y Jony sería menos Sporting. Así que hay que mirar hacia arriba. Los encargados de formar las dos últimas plantillas, tanto Nico Rodríguez como Miguel Torrecilla, tendrían que dar muchas explicaciones de los malos resultados, inferiores en cualquier caso a las expectativas levantadas. El Sporting está a tiempo de cumplir sus objetivos, pero si no lo hace estaría bien un poco de tranquilidad. No hay manera de armar nada sólido con trece o catorce cambios cada temporada. O cargándose al entrenador cada dos por tres.

Los malos hábitos llegan al baloncesto

En el baloncesto, habitualmente gestionado de manera más razonable que el fútbol, también hay ejemplos de que las prisas no son buenas. Ahí está el Barcelona, dando tumbos desde que decidió acabar con la etapa de Xavi Pascual, el entrenador que le había llevado a su última época de esplendor. Había tenido una mala temporada, pero da la impresión de que pesó más su condición de hombre de la casa, de la necesidad de ofrecer una cara nueva a la afición del Palau. Desde entonces, el Barça ha ido de mal en peor. Sus dirigentes no acertaron con Georgios Bartzokas ni con Sito Alonso, o quizá habría que decir que no pusieron a su disposición a los jugadores indicados. Hasta 27 fichajes en tres años ha hecho el Barcelona, un carrusel que hace imposible poner en marcha cualquier proyecto fiable. Pero el del Barça no es el único indicio de que el baloncesto se está contagiando de los malos hábitos futbolísticos. La anunciada huelga de los jugadores coincidiendo con la Copa del Rey puede ser un golpe muy duro para la credibilidad de los dirigentes de la patronal y de los profesionales de la canasta. Después del sinsentido de las ventanas FIBA, sólo faltaba que la intrasigencia de las dos partes dejasen a los aficionados sin la gran fiesta del año, la de la Copa.

Anquela sabe lo que tiene entre manos

Juan Antonio Anquela lo tenía fácil para justificar la primera derrota del Oviedo en mucho tiempo. Una expulsión como la de Rocha podría servir para monopolizar la rueda de prensa con justificaciones arbitrales, pero el entrenador andaluz se resistió hasta la última pregunta. Prefirió poner el foco en las cosas que había hecho mal su equipo, sin disculparse con la inferioridad numérica. El victimismo es lo peor que le podría pasar a un entrenador que ha superado todas las dificultades que le ha puesto la temporada, con mucho trabajo y espíritu positivo. La prudencia de Anquela en el Carranza es una prueba más de que los entrenadores no ganan los partidos sólo dentro del campo. Fuera, por lo menos hasta ahora, el técnico ha estado impecable. Lo demostró de principio a fin en la semana del derbi. Antes, ni él ni sus jugadores pronunciaron una palabra más alta que otra, evitando que se caldease el ambiente más de la cuenta. Y su discurso en el mismo vestuario al acabar el partido, aunque supiese que había una cámara delante, también fue modélico. Mientras la euforia se disparaba por todas las esquinas de la ciudad, Anquela pedía a los suyos cabeza y humildad. Gracias a sus experiencias en los banquillos del Alcorcón y del Huesca, Anquela sabe que la Segunda División no permite el más mínimo respiro, salvo contadas excepciones. Sabe lo que tiene entre manos.

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