Igual que nada une más que la victoria, en la derrota salen a la superficie todas las miserias escondidas tras un puñado de "champions". Por eso la semana, sobre todo a partir del "waterloo" madridista del martes, derivó en un culebrón. Jugadores que se fueron a casa al ver que no estaban en la convocatoria, gestos de falta de compañerismo durante el partido y el inevitable choque entre un dirigente y un futbolista con mucho que callar y que intentan escurrir el bulto. Nada que no haya pasado otras veces, pero con la caja de resonancia del Madrid. La situación es tan enrevesada en el Bernabéu que, a la hora de escribir estas líneas, antes del partido de Valladolid, todos daban por hecho el despido de Solari sin tener amarrado un sustituto. Solo Zidane, en plena borrachera del madridismo poco después de levantar la decimotercera, pareció ver lo que se avecinaba en el equipo y en el vestuario. Pero nadie quiso hacerle caso.
