La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El devón "peruyero"

Los hermanos Peruyero de Arriondas han fabricado a mano los mejores cebos artificiales, hoy en día desaparecidos aunque habría que recuperarlos

El autor del artículo, en los años 60, tras capturar un salmón en el coto La Tea del río Narcea. J. L. HEVIA

Hoy quisiera dedicar mi comentario a unas personas que contribuyeron muy notablemente en Asturias a desarrollar la técnica de pesca del salmón "a devón". Supongo que actualmente se seguirá usando este señuelo, pero me temo que los devones actuales no sean tan buenos como los que tuvimos en los años cincuenta y siete.

En el comercio siempre hubo devones y antes de la aparición de la cucharilla en España era el cebo artificial usado en la pesca de trucha (que compartían con el modelo local, fabricado en la rebotica de Juan Collado, que llamábamos "torpedo"). Pero nunca encontré un devón comercial para salmón igualable a los que fabricaban a mano los hermanos Peruyero, también buenos pescadores, en Arriondas; es más, creo que nunca pesqué un salmón con un devón comercial, que utilicé ocasionalmente cuando no tenía los artesanales, mientras que pesqué bastantes con el devón de Arriondas, que trabajaba extraordinariamente bien en profundidad. Era más pesado que los comerciales, supongo que de alguna aleación a base de latón, de sección rectangular, pintado de negro con pintas rojas en el lomo y giraba muy bien en cualquier tipo de aguas, debido quizá a la forma y disposición de las aletas. Hubo un día en que estos devones empezaron a escasear, hasta que desaparecieron: no sería mala idea recuperar los moldes.

Por otra parte, los pescadores deportistas, en general, no sabían usar el devón: lo lanzaban como una cucharilla, incluso aguas arriba en ocasiones, lo que era un sistema ideal para dejarlo en el fondo del río. El pescador ribereño que nos enseñó a pescar a devón fue Mongo, del Sella, uno de los tres tenores de la época, con Ramón el de Bode y el Molinero de Margolles. Mongo usaba el devón en las corrientes fuertes, desde la orilla profunda, empezando por lances cortos hacia abajo, que iba alargando en cada lance siguiente, pescando así todo el río metro a metro, sistema que llamábamos "en abanico", dejando bajar el devón intermitentemente para controlar la profundidad.

Usábamos cañas de unos 2,5 metros, más duras que las de cucharilla, y empleábamos carretes de bobina giratoria, tipo Penn o Abu Ambassadeur, lo que permitía regular la marcha del devón con el dedo pulgar. Además, no recuerdo ningún salmón pescado a devón que me soltase los anzuelos, quizá porque el devón navega más lentamente que la cucharilla, lo que facilita la picada, aunque presentaba la dificultad de "echarle el gancho" cuando estabas solo en la orilla profunda (desde el pedregal, me gustaba sacar salmones a mano). De todos los salmones que pesqué a devón recuerdo muy especialmente dos ocasiones, probablemente de las que más haya disfrutado en mis andanzas por la orilla de río: una en el Eo y otra en el Narcea.

En el Eo pescaba el lote menos salmonero del coto de turismo en aquella fecha, el número 2, que empezaba en la cola de los Extreitos y llegaba al Louredal. Prácticamente, era un tramo truchero y sólo tenía un par de posturas de salmón ocasionales. Además, aquel día el río estaba muy crecido y el agua superaba la línea de árboles de la orilla, lo que hacía imposible encontrar un sitio donde pescar. Así las cosas, vi de pronto, en la misma orilla por la que bajaba, un remanso que no tendría más de un metro de ancho y dos o tres de largo, y entonces se me ocurrió dejar caer, perpendicularmente, a punta de caña, el devón de los Peruyero en aquel remanso, sin más línea que la que tenía fuera del carrete, es decir, sin hacer ningún lance. Afortunadamente, el freno del carrete estaba flojo porque, en otro caso, la línea no hubiera soportado el tremendo tirón del salmón que se colgó del devón según bajaba (al bajo, el devón también gira, pero en sentido contrario) y que se fue río abajo a toda máquina, mientras la carraca del carrete enronquecía.

La batalla, a lo largo de unos cien o doscientos metros, con el río crecido y los árboles interponiéndose continuamente en mi marcha, fue épica, pues en ningún punto tuve opción a meterme en el río para librar los árboles. Tuve la fortuna de que me acompañaba un chavalete que el Guarda Mayor me había asignado (era preceptivo), lo que resultó esencial para poder superar con la caña los numerosos árboles de la ribera. Al fin, al llegar a la poceta de la Centralilla, pudimos parar al salmón y ganchearlo. Los ocho kilos y pico de salmón merecieron la pena.

La otra ocasión a que me referí más arriba tuvo lugar en el Narcea, en el lance llamado Playa de Villanueva, que no era un pozo salmonero tradicional pero que durante algunos años tuvo una buena postura de salmón. Llegué allí por la orilla derecha, aguas abajo del puente del mismo nombre, y pesqué la "echada" con cucharilla desde el pedregal, tratando de meter el señuelo por debajo de las frondosas ramas de los árboles que caían sobre el río en la orilla contraria, sin éxito alguno.

Pero como no había quedada satisfecho, continué río abajo hasta llegar a una pasarela que había camino de Las Mestas, por donde cambié de orilla y volví al lance que ya había pescado. Desde allí, con un devón "peruyero" pude pescar debidamente aquella orilla profunda cubierta de ramas y el resultado fue excepcional: saqué dos salmones de más de nueve kilos cada uno, éxito que debo, sin duda, a Mongo y a los hermanos Peruyero.

Compartir el artículo

stats