Aunque para la estadística quedará el 4-1 en la tanda de penaltis, probablemente el Madrid ganó la Supercopa a falta de seis minutos para el final de la prórroga, cuando Valverde cortó al borde del área una escapada de Morata con aroma de gol definitivo. Llegada la hora de decidir el título en un cara o cruz, apareció la mística del Madrid. O la maldición del Atlético. Mientras que Carvajal, Rodrygo, Modric y Sergio Ramos no dieron opción a Oblak, a Thomas le temblaron las piernas. Después de 120 minutos en los que tuteó a su vecino, incluso con las ocasiones más claras, el desenlace fue el de siempre. El Madrid cumplió al pie de la letra con que las finales no se juegan, se ganan, porque su fútbol no admitió comparación con el que martirizó al Valencia.
Zidane repitió la fórmula de los cinco centrocampistas, pero ese fue el único parecido del Madrid entre la semifinal y la final. El Atlético, reforzado moralmente por el desenlace de la semifinal en su convicción de sembrar el campo de minas, contrarrestó el juego de toque madridista. Y fue más atrevido que contra el Barça, lo que le permitió contar con las primeras opciones de desequilibrar el partido. Sergio Ramos ayudó con una concesión en el área a João Félix que el portugués, sobrepasado durante toda la noche, desperdició.
Al Madrid le costó tanto encontrar el hilo que no inquietó a Oblak hasta la recta final del primer tiempo, y fue con un remate con la derecha de Mendy, fácil para el portero, y un cabezazo de Casemiro en un córner que se marchó alto. Algo debió de ocurrir en el descanso para que el inicio de la segunda parte enseñase a otro Madrid, tan dinámico y decidido que sacó del anonimato a su único delantero de referencia en el todo el torneo hasta la salida de Mariano. Jovic estaba tan solo arriba que en apenas tres minutos llegó dos veces al área con peligro, la primera resuelta por la defensa atlética y la segunda culminada con un remate cruzado que silbó junto al poste izquierdo.
Zidane entendió que era el momento de soltar amarras y envió al banquillo a un Isco desaparecido para buscar la mordiente de Rodrygo. El retoque centró la posición de Valverde, que poco después desperdició la ocasión más clara para su equipo en los 120 minutos de la final. Llegó con todo a favor al área pequeña para cabecear un centro medido de Jovic, pero quiso picar tanto el balón que se fue de su cabeza a la pierna y, milagrosamente, fuera cuando Oblak se había quedado sin capacidad de respuesta.
Aliviado tras el mayor susto de la noche, el Atlético volvió a soltarse en ataque y Trippier puso un balón a la espalda de Ramos que dejó a Morata cara a cara con Courtois, que tapó perfectamente su poste. La incertidumbre se extendió al añadido, con los dos equipos buscando un gol con sabor a sentencia: Rodrygo mandó a las manos de Oblak un balón suelto en el área y, en el último suspiro, Thomas estuvo a punto de sorprender a Courtois con un lanzamiento lejano de falta.
El Atlético pareció llegar más fresco a la prórroga, o quizá sus jugadores buscaron con más empeño evitar la lotería de los penaltis. La tuvo Vitolo, y Giménez en el córner posterior, y Morata con una medio chilena tras la única indecisión de Courtois en el partido. Pero la clave estuvo en esa escapada de Morata en el minuto 114, que solo un portento físico como Valverde pudo cortar. El uruguayo, fiel a su estampa de jugador de equipo, se ofreció en sacrificio por el bien común. Porque, con una tanda de penaltis a la vuelta de la esquina, al Madrid ya se le puso cara de campeón. La que transmitía la sonrisa de Zidane junto a sus ayudantes, mientras el rostro de Simeone y el de los atléticos no podían disimular la tensión del momento, presagiando lo peor.
