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Héroes de 94 años de leyenda

El Real Oviedo cumple hoy 94 años | En una fecha tan especial, las familias de los dos mitos azules Lángara y Herrerita abren el baúl de los recuerdos a LA NUEVA ESPAÑA para repasar dos vidas que llevaron al Oviedo a las cotas más altas de su historia

Roberto Herrera, en Las Rozas, con el trofeo "Herrerita". R. H.

El Real Oviedo cumple hoy 94 años. La celebración se produce en unas condiciones extrañas, con un confinamiento que no evitará que los aficionados luzcan sus bufandas y banderas por el balcón a las 19.26 horas. La longeva historia azul vivió sus momentos más dorados en los años 30 y 40, con dos figuras que marcaron el paso: Lángara y Herrerita. En una fecha tan especial, las familias de los dos mitos abren el baúl de los recuerdos a LA NUEVA ESPAÑA para repasar dos vidas que llevaron al Oviedo a las cotas más altas de su historia

Lángara, el manual para el gol

"Era un enamorado de Oviedo, allí se sintió querido y realizado hasta el último día", indican Asier y Junkal, sobrinos nietos del ariete, tres veces "Pichichi"

De vez en cuando, el teléfono rompe la tranquilidad de los Guerrero Lángara en Andoáin (Guipúzcoa). Sucede cuando alguien, Messi principalmente, se acerca al hito: lograr tres hat-trick en tres partidos consecutivos. Entonces llega la llamada. Quieren interesarse por la figura perenne de Isidro Lángara (Pasajes, Guipúzcoa, 1912-Andoáin, Guipúzcoa, 1992), anotador imparable que, nueve décadas después, sigue conservando algunas marcas. "En sus últimos años vino a vivir con nosotros a casa", relata su sobrino nieto Asier Guerrero Lángara, "y de vez en cuando llamaban a la puerta de casa gente de Argentina o México preguntando si era verdad que allí vivía el gran Isidro Lángara". Figura indiscutible en Oviedo, el ariete vasco logró repartir su legado más allá de Asturias.

Para el Lángara futbolista están los libros de historia. Para el Lángara más cercano están los testimonios de los que le trataron. Un tipo querido, entrañable. Y guasón. Sería el año 90 cuando el Ayuntamiento quiso tributarle un homenaje con un partido entre la Real Sociedad y el Euskalduna de Andoáin. "Mi tío fue a hacer el saque de honor y en el primer intento no dio a la pelota. Respondió con una carcajada. Fue a darle por segunda vez y tampoco acertó. Y se volvió a reír. A la tercera intentona, Urízar Azpitarte, que era el árbitro, le dio a la pelota mientras mi tío hacía el gesto", cuenta Asier. "Cuando llegamos a casa le dije que cómo no le había dado al balón y me pidió que le trajera una pelota. Cogí una, medio deshinchada, y se la lancé en el salón, en apenas un metro y medio entre el sofá y la mesa. Él la controló, le dio cinco toques sin que cayera y me la devolvió por el aire a la mano. Y se empezó a reír otra vez. Nos había vacilado a todos", completa.

Lángara no solo es el hombre con más hat-trick seguidos en España. Su nombre está bordado en oro en la historia del Real Oviedo: dos terceros puestos en Primera, tres "Pichichis", la sensación de que no ha habido nadie como él. En Asturias se hizo futbolista. Cuentan los hijos de Herrerita que, a su llegada, Lángara solo empleaba el pie derecho. Un entrenador fue el que le obligó a rectificar: le ponía una zapatilla blanca para entrenar en la zurda y le obligaba a terminar el entrenamiento con la bota sucia de tanto golpear. Oviedo le pulió y le marcó.

"Era un enamorado de Oviedo. Allí se sintió valorado y realizado hasta el último día", expresa Junkal Guerrero Lángara, hermana de Asier. "Era humilde, hijo de un trabajador de una fundición. Y Oviedo le dio la oportunidad de ir bien alimentado, bien vestido y recibir alabanzas", señala Jesús Guerrero, padre de Junkal y Asier, que recuerda el punto de inflexión en su formación: "De joven destacaba jugando a pelota mano. Pero un día, un primo suyo que estuvo con España los Juegos de Amberes le vio jugar y le dijo que lo suyo era el fútbol. A partir de ahí lo tuvo claro".

Jesús recuerda el rival más duro al que se enfrentó: la Guerra Civil. "Tuvo mala suerte, pero también buena. Estuvo detenido en un barco, el 'Galdames', que estaba fondeado, parado en la costa. Cada día ejecutaban a gente, pero el PNV de Andoáin movió los hilos a tiempo para que saliera", cuenta Jesús.

Regateó el desastre para enrolarse en el Euzkadi, que brilló en giras europeas. Estuvo cerca de fichar por el Racing de París, pero rechazó la oferta. A los pocos meses, Hitler invadió Francia y el presidente del club galo fue ejecutado. "Si me llega a pillar allí...", repetía Lángara, según relata Jesús, con alivio. Con Franco, su carrera en España quedaría truncada. Pero el Euzkadi le abrió las puertas de México y Argentina, donde hizo lo que acostumbraba, perforar metas rivales. Volvería en 1946 a Oviedo, "una de sus casas", según su familia. Y la ciudad le recibió como a un héroe. El tren que le traía de Bilbao se detuvo en Colloto para evitar el tumulto. Pero fue imposible. Volvía el ídolo.

Además de las cifras, fabulosas, queda el Lángara de puertas adentro. "Era cálido, tierno. Un abuelo más", dice Asier. "Aportaba calma, siempre rehuía el conflicto. Lo veías con lo grande que era y esas manos gigantes y cuando alguien levantaba la voz él solo decía: 'Shhh, que estáis hablando alto'. Era un ejemplo de carácter", subraya Junkal con orgullo.

Herrerita, un general al mando

“Era un enamorado de Oviedo, allí se sintió querido y realizado hasta el último día”, indican Asier y Junkal, sobrinos nietos del ariete,

tres veces “Pichichi”

-Herrerita, tú vas a cubrir a Arza.

La orden del entrenador Meana parecía insólita. Juan Arza era el delantero y estrella de un Sevilla que por entonces, años 40, se codeaba con los grandes del fútbol español. Tan importante como aquel Oviedo. Y si Arza, máximo goleador de la historia del Sevilla en Primera, era la referencia hispalense, Herrerita lo era entre los carbayones. Meana quería anular al delantero sevillista, aunque en la estrategia también apagara a su propia estrella. La contestación de Herrerita resume su ascendencia en aquel equipo: “Vamos a hacer una cosa: que sea Arza el que me marque a mí”.

La anécdota la recuerda nítida Roberto Herrera, tercero de los hijos (Eduardo, Chus, Roberto, José Luis, Fernando y Merche) de Eduardo Herrera Bueno (Gijón, 1914-Oviedo, 1991). Nació en Barcelona como consecuencia indirecta de la Guerra Civil (“el estadio de Buenavista estaba destruido y cedieron a mi padre al Barça justo cuando yo nací”) y vive en Las Rozas, Madrid, desde hace más de medio siglo. Pero conserva el recuerdo de un futbolista inigualable.

“Mi padre tenía unas condiciones futbolísticas innatas, está claro: tienes que nacer con ello; pero lo que más llamaba la atención era su carácter. Su garra”, resume su hijo. Para ilustrarlo, tira de otra anécdota. Esta, con Narro, rudo zaguero que pasó por Murcia, Real Madrid y Sporting. “Un día me lo encontré en una cafetería y empezamos a hablar de fútbol, de cómo era en su época. Me dijo que había dos futbolistas que con tan solo salir al campo arrollaban con su personalidad: Di Stéfano y mi padre”.

Herrerita fue uno de los genuinos representantes de la segunda Delantera Eléctrica (Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín). El atacante aterrizó en Oviedo desde Gijón como prometedor interior derecho. Tenía 19 años y Carlos Tartiere hizo una oferta irrechazable: 30.000 pesetas. Por exigencias del guion tuvo que adaptarse a la izquierda para encajar en un ataque eterno. Su destreza con ambas piernas le ayudó. Su hijo José Luis, que se reside en Oviedo aunque le toca pasar el confinamiento cerca de Infiesto, sintetiza sus condiciones: “Siempre se ha dicho de él que iba muy bien de cabeza, que le sabía dar con las dos piernas y que ofrecía un gran despliegue físico. Los interiores de aquellas tenían que abarcar mucho campo”. Decían de él que era un futbolista de contrastes y que la primera jugada en el partido le condicionaba: si le salía bien, el público se podía acomodar para ver su mejor versión.

Estuvo 13 temporadas en el Oviedo, todas ellas en Primera, categoría de la que es el máximo anotador azul en su historia: 114 dianas. Ayudó de forma decisiva a lograr dos terceros puestos: 34-35 y 35-36. Con el paso del tiempo se convirtió, sobre todo, en un icono. La imagen más repetida del símbolo oviedista le muestra con gente serio, imperturbable, con un apósito en la ceja.

La historia que precede a esa instantánea hay que buscarla en La Coruña, en un duelo entre España y Portugal, el 6 de mayo de 1945. “En la primera parte, le dieron un golpe en la cabeza, que le hizo sangrar por la ceja (fue el luso Ferreira). El seleccionador (Quincoces) quiso sacarle del campo, pero él dijo que no. Que seguía jugando”, cuenta Roberto. Herrerita se creció, marcó el tercer gol de la victoria por 4-2 y firmó un partidazo. “Los marineros asturianos que cumplían servicio militar en El Ferrol lo sacaron a hombros del campo”, dice. Cuentan las crónicas que al llegar al vestuario, Herrerita mostró su carácter al seleccionador: “Para la próxima vez, no dudes de mí”. Roberto sentencia: “Era como los toros: se crecía ante el castigo”.

De Herrerita queda un legado deportivo y un sentimiento en la familia. “El Oviedo fue su vida; no solo como futbolista, también aprendió valores más allá de los deportivos”, resume José Luis. “Alguna oferta de equipos superiores recibió, pero no era como ahora. Él siempre tuvo claro que su sitio estaba en Oviedo. Allí era feliz”, zanja Roberto, que confiesa un asunto pendiente en su agenda: “Aún no conozco el nuevo Carlos Tartiere. Ojalá lo haga en la próxima visita a Oviedo”.

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