Hubo un tiempo en que la fuente de Cibeles, actual lugar de peregrinación cuando el Real Madrid logra un título, era ‘adorada’ por la afición del Atlético de Madrid. De hecho, fueron los atléticos, un 5 de septiembre de 1962, los primeros que se congregaron alrededor de la figura petrificada de la diosa de la mitología griega para celebrar un título, el de la Recopa, que su equipo acababa de lograr tras derrotar por 3-0 a la Fiorentina en el Neckarstadion de Stuttgart.

La sede del Atlético se encontraba por entonces en el número 22 de la calle Barquillo, muy cercana a la fuente, por lo que es probable que algunos animados seguidores colchoneros corrieran calle Alcalá abajo y desembocaron ante la diosa encaramada en el carro que tiran los leones que representan a los personajes Hipómenes y Atalanta.

La Liga del 77

No cabe imaginar una celebración multitudinaria como las actuales. Aquello debió de ser la reunión de unas cuantas decenas de jubilosos seguidores inaugurando, sin sospecharlo, una tradición -la de celebrar los títulos deportivos alrededor de una fuente- que aún tardaría años en asentarse en la capital de España.

Consta que en los años 70, los seguidores atléticos siguieron frecuentando la Cibeles para celebrar sus títulos. Así, en 1977, el Atlético se proclamó campeón de Liga tras empatar a uno con el Real Madrid en el Santiago Bernabéu y la alegría se extendió hasta los alrededores de la fuente donde se recuerda a unos pocos de miles de colchoneros secundando lo que ya comenzaba a tomar carácter de ritual o tradición.

Sin embargo, esa manera de celebrar los logros deportivos fue replicada por la afición merengue, que tomó a la fuente de la diosa de origen frigio como lugar de concentración en el que teñir de blanco la plaza cuando su equipo conquistaba algún título.

El 'Buitre' lo cambio todo

De esa manera, la Cibeles fue adorada por blancos y rojiblancos, indistintamente, según sonreía otra diosa, la fortuna, a unos u otros. Y aunque la rivalidad entre ambas aficiones era algo mucho más que evidente desde el principio de los tiempos, aquella coincidencia se digería y aceptaba sin más… Hasta que un ‘buitre’ lo cambió todo.

El 18 de junio de 1986, en el estadio de La Corregidora, en la ciudad mexicana de Querétaro, España superó a Dinamarca por cinco goles a uno, con una actuación portentosa de Emilio Butragueño, que anotó aquel día cuatro tantos. La selección española avanzaba así a los cuartos de final de un Mundial de fútbol que acabaría consagrando y convirtiendo en ‘semidiós’ a Diego Armando Maradona.

Aquella actuación de Butragueño y la victoria de la selección provocaron una explosión de júbilo en muchos lugares de la geografía española. Pero en Madrid, en particular, y sigue sin saberse muy bien por qué, se produjo espontáneamente una concentración multitudinaria alrededor de Cibeles.

Ciudadanos, jóvenes en su mayoría, con banderas y bufandas rojigualdas, llegaron incluso a darse un chapuzón en la fuente y acabaron encaramándose sin temor a despertar a los leones, abriendo la veda a una fatal costumbre que acabó en tragedia doblemente griega al mutilar a la diosa (en 2002 perdió su mano izquierda, tras una gamberrada llevada a cabo por un grupo de jóvenes en estado de embriaguez). Después, la normativa municipal madrileña ya no hizo posible esas incursiones.

En aquella selección española jugaban varios jugadores del Real Madrid integrantes de la llamada ‘Quinta del Buitre’, y aquella muestra de fervor popular debió de causarles tan grata sensación que desde entonces, cuando el equipo se alzaba con algún título acudían a Cibeles a ofrecerle la copa o el trofeo de turno, secundados, ahora sí, masivamente por los aficionados madridistas. Fueron años fructíferos para el madridismo, así que la imagen de la céntrica plaza madrileña invadida por seguidores merengues fue bastante recurrente esa década.

Rumbo a Neptuno

Con los años, se comenzó a asociar al Real Madrid con la Cibeles, lo que provocó que la hinchada atlética se replantearse su culto y cambiase a la diosa griega por un dios de la mitología romana, Neptuno. En 1991, cuando los rojiblancos se hicieron con la Copa del Rey, decidieron que ya no podían seguir compartiendo escenario de celebraciones con su eterno rival y se trasladaron apenas a 500 metros para postrarse ante el dios que gobierna todas las aguas y mares y cabalga las olas, paradójicamente, sobre caballos de color blanco. Los atléticos tenían, de nuevo, su lugar exclusivo para festejar sus victorias: la fuente de Neptuno.

Así pues, el dominio blanco de la plaza de Cibeles no llegó exactamente a raíz de una conquista, sino por un abandono rojiblanco. Ahora, en la capital de España, los enemigos irreconciliables, deportivamente hablando, cuentan cada uno con su propia fuente, un dios unos, una diosa los otros, y la aspiración de visitarlos con la mayor frecuencia posible.