La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tour de Francia 2022

El Tourmalet: los girasoles del Tour

Las productoras de pipas anuncian con su presencia que los Pirineos están a la vuelta de la esquina mientras parecen girarse para saludar al pelotón entre fotógrafos que intentan no perderse la bella instantánea

El pelotón con Jonas Vingegaard y los girasoles. REUTERS

Jon Barandica, histórico fotógrafo del Tour, le encantaba pararse junto a los campos de girasoles y esperar unos minutos a que llegará el pelotón. Las fotos de los ciclistas del Tour con las mamás de las pipas girando y hasta saludando el paso de los corredores eran magníficas.

En los años en los que nunca se ponía el sol y los girasoles se inclinaban al paso de Miguel Induráin, Barandica y Mondelo, mítico fotógrafo de la agencia Efe, compartían moto. Eran tiempos en los que aún no se había inventado el ‘pinganillo’. Veían el ciclismo en pantalla gigante, hablaban por los corredores sin que nadie pensase que eso estaba prohibido. No había redes sociales e internet era un sistema que la inteligencia de los ordenadores estaba probando mientras el campeón navarro hacía de las suyas.

De Perico a Induráin

José Miguel Echávarri, director del Banesto, el precursor del Movistar, aprovechaba el paso de la moto de Mondelo Barandica para pedirles que, siempre discretamente, le pasasen alguna consigna a Induráin; de hecho se la decían a Perico y este se la contaba a su compañero navarro. ¡Qué tiempos aquellos! Y encima se ganaba el Tour.

Los fotógrafos se peleaban para entrar los primeros en los lavabos. Madre mía, qué problema si te estabas orinando, porque el chillido de cualquier fotoperiodista revelando los carretes, y tú encendiendo las luces del baño, se podían escuchar hasta en los Campos Elíseos. Ahora las fotos se pasan en un santiamén y hasta algunos triunfan desde sus avanzados teléfonos móviles.

Cada vez menos glaciares en los Alpes

Sin embargo, los girasoles siguen allí. Mientras en los Alpes cada vez se ven menos glaciares en las cumbres de las montañas donde ni siquiera Marco Pantani podría llegar en bici, los girasoles anuncian en el Tour que se acercan los Pirineos. Son como los vigías, los que trataban de ver algo más que agua en el horizonte para gritarle “¡tierra a la vista!", al capitán. Los girasoles siempre están allí, como las cigarras, con sus ensordecedores cánticos. No hay lugar en la tierra, más allá de la Provenza o el Languedoc donde estos insectos formen sus mejores compañías de orquesta. El Tour de 2020, el que se corrió en septiembre, fue tan triste porque por no haber no había ni público, ni cigarras, ni campos de lavanda, ni nada de nada de lo que se ve en julio. Y, por supuesto, ya no quedaban pipas entre las flores de los girasoles, ni plantas que girasen la cabeza para saludar a Induráin, a Pantani, también a Armstrong, que existió, aunque luego lo castigasen por sus pecados durante el ciclismo más tenebroso de la historia, a Contador, a Evans, a Froome y ahora a Pogacar y Vingegaard.

Los girasoles son el anuncio de que los Pirineos están allí en el horizonte. Mira… son las montañas que se ven muy pero muy a lo lejos y que el martes comenzarán a escalar los ciclistas del Tour. Sin girasoles no hay Tour y los alumnos destacados de Barandica Mondelo, sus hijos fotógrafos, los que van con cámaras digitales, los que pasan las fotos casi al minuto, se entretienen imitando a la pareja y buscando los girasoles, escondiéndose entre ellos hasta que pasa el grueso del pelotón, la figura de turno y el jersey amarillo que Vingegaard deberá defender el martes en los Pirineos ante la furia de Pogacar cuando los girasoles ya no sean la noticia ni la foto del Tour.

Compartir el artículo

stats