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El mayor aliado de Sabou contra la ELA: “Unzué ayudará a salvar vidas”

El exjugador del Sporting lleva ocho años luchando contra la enfermedad: “Hay días que tengo esperanza”

Liliana, Marcel Sabou y Mario. Ángel González

La pesadilla comenzó un 5 de marzo de 2014. Marcel Sabou (Rumanía, 56 años), leyenda del Sporting, descolgó el teléfono llorando desconsolado para trasmitirle a Liliana, su mujer, la peor noticia posible: “Me han dicho que tengo ELA. La esperanza de vida es de dos a cinco años”. “¡Me quedé muda!”, recuerda con estupefacción casi ocho años después de una información que cambió por completo la vida a un exdeportista de élite, pero también de una familia afincada en Gijón desde hace dos décadas. Solo unos meses atrás, a finales de 2013, unos pequeños temblores en las manos ya habían hecho saltar todas las alarmas. Nadie habló entonces de esclerosis lateral amiotrófica. La ELA era un desconocido.

Mario Sabou, uno de los dos hijos de la pareja, abre a LA NUEVA ESPAÑA el portón que da acceso a la residencia de los Sabou. El encuentro se produce en la víspera de la visita de Juan Carlos Unzué, que hoy acude al Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA (18 horas) para presentar su libro “Una vida plena”. “Unzué está dando una visibilidad a la ELA que con el tiempo puede ayudar a salvar vidas. En los últimos dos años se está hablando mucho más y se están produciendo avances”, confiesa Sabou, postrado en un sillón en una habitación anexa a la finca desde donde puede contemplar la naturaleza. El ejemplo de Unzué es la mejor terapia para Marcel, un superviviente. Un luchador que se resiste a perder una batalla con un único final. La ciencia, confiesa, es el único aliado ante un enemigo voraz, que avanza por épocas, a veces más deprisa, pero que nunca se frena. Sabou ya ha vivido tres años más de lo diagnosticado por los médicos. Pero su calidad de vida es terrible. “No me rindo”, afirma el exjugador.

En los últimos meses, cada vez peor. En verano sufrió una caída muy aparatosa por una pérdida de equilibrio. Terminó ingresado de urgencia en el hospital con un importante golpe en la cabeza. Ese susto fue un aviso. Como decir: “Ahora ya no te puedes poner de pie”, cuentan en la familia.

Hoy, el bregador centrocampista que tan buenos momentos dejó en El Molinón en los noventa no puede mover una sola extremidad. Lili es el todo de Marcel. Le lleva de un sitio al otro. Le da de comer. Le viste. Le protege. Desprende una energía arrolladora. Cuenta el infierno que viven. Lo hace con crudeza. No esquiva la verdad. Usa palabras muy duras. Habla de depresión, de los días infernales que viven. No hay tabúes. Pero Lili es, sobre todo, muy fuerte. Vive por y para su marido. Por y para su familia. Ofrece resistencia.

Reír, el mejor remedio

“Marcel a veces tiene días difíciles, días muy tristes”, explica. ¿La respuesta? “Karaoke, juegos de mesa, cartas”... Cuentan los Sabou que solo hay dos armas para frenar la ELA: la distracción y la felicidad. Reír es el mejor antídoto, casi como una forma de rebelarse. Sabou escucha las anécdotas de su mujer y su hijo, y se le escapa una sonrisa.

Explica Liliana que la enfermedad les ha arrollado. Porque les ha afectado también al bolsillo. La familia es la dueña del Indiana Bill, uno de los parques de ocio infantiles más conocidos de la ciudad. Ni Liliana ni Marcel pueden ahora llevar el negocio. Subsisten, “como pueden”, con una pensión de invalidez y una ayuda del enfermo que recibe desde hace unos meses.

Sabou traga saliva. Se encoge de hombros con las preguntas. “¿Si merece la pena vivir? Depende del día”. Emite ruidos, pero no le salen las palabras. A su alrededor, Liliana y Mario entienden mejor su lenguaje, más corporal que hablado. “¡Siento que todavía no lo he asimilado!”, dice desgarrada Lili. Tímido y discreto, Marcel ha optado por refugiarse en sí mismo. “A mi padre le daba vergüenza celebrar un gol”, dice Mario. Casi parece como avergonzarse de su estado. Sabou lee las noticias que van saliendo sobre los avances de la ciencia. Sigue de cerca todo lo que está haciendo Unzué. Le tiene un profundo respeto y mucha admiración. Hace veinte años fueron rivales. Ahora son compañeros en el partido más importante de sus vidas. “Hay días que todavía tengo esperanza”, dice.

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