A orillas del Támesis con el "Rei"

Historia de una velada en una feria de turismo de la capital inglesa con Pelé, un verdadero ídolo

Pelé, con Celso Peyroux en Londres.

Pelé, con Celso Peyroux en Londres. / Celso Peyroux

Celso Peyroux

Celso Peyroux

Se me van los ídolos de la puericia y de la juventud… "como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles…" ("La Regenta" de Clarín). Hombres y mujeres que, lejos de no tener los pies de barro, eran gentes de una sola pieza en las diferentes facetas y circunstancias de la vida. Vamos con ellos y ellas: Elvis Presley, Amalia Rodríguez, Antonio Molina, Edith Piaf, Bahamontes, Juanina Prida, Zane Grey, Gary Cooper, Liz Taylor… y "O Rei" Pelé.

Con Elvis aprendí a bailar el rock and roll en la Francia de los años sesenta; allí escuché las voces prodigiosas de Amalia y de la Mome Piaf; a Molina lo llevaba siempre a mi lado como una sombra porque dicen que lo imitaba bastante bien. Un día, con la voz ya extenuada, lo conocí en Teverga. Se vino a cambiar de ropa a la casa familiar del Chalet de don Santiago, invitado por Sofesa para cantar en el Gonal; Juanina era de casa y con ella aprendí la verdad de la vida. A Federico lo conocí en Burdeos. Yo practicaba el ciclismo amateur en categoría preferente y le vi un día en el Grand Prix de Cenon, circuito burdelés al que había que dar unas veinte vueltas y subir la temible cuesta de la Vieille Cure, un verdadero muro. La organización invitó a participar a corredores aficionados con cierto palmarés, entre los que me encontraba. Ir a rueda del toledano en las tres o cuatro primeras vueltas fue lo más grande que me ocurrió en el deporte. Él militaba en el Margnat Paloma y este cronista en el Sonneclair-Verdun. Al final, el circuito se lo llevó Julio Jiménez, encuadrado en el Kas.

Y en estos días, luego de ser valiente hasta el final, se me fue Edson Arantes do Nascimento, conocido por "O Rei" Pelé. Que no me hablen de Maradona, un engreído y drogadicto, ni del ratero Messi, pues todos sabemos los problemas que tuvo, junto a su padre, con Hacienda. Mucho habría para escribir sobre estos "señores" del fútbol actual, pero las líneas que me quedan llevan como destino hiperbólico al maestro brasileiro.

He tenido la dicha de conocer a Pelé en la World Travel Market de Londres, en el año de gracia de mil novecientos ochenta y ocho. Una de las ferias de turismo más importantes del mundo a la que asistían, durante una semana, gentes del gremio llegadas del mundo entero. Allí, como embajador del turismo brasileño, estaba Pelé y este cronista representando al mundo turístico del Principado de Asturias, como comisario del stand y Jefe del Departamento de Ordenación y Promoción del Territorio.

No vayan a creer y lanzar las campanas al vuelo. Todo fue, como muchas cosas, el azar. Lo encontré en su parcela brasileña y acercándome a él lo saludé, le dije cuál era mi cometido y le regalé un insignia de Asturias y un libro institucional, con los que se obsequian a personas con cierto rango. Le dije que, en los últimos años de mi vida deportiva, rayando los cuarenta y dos, había sido futbolista regional. Y ahí empezó todo.

La organización ferial invitaba todos los años a comisarios, ministros y representantes de los grandes Tours-operadores. Me preguntó si asistiría a la velada del Sharanton Hotel y me dijo que sería un placer cenar juntos en la misma mesa. Acepté con sumo gusto y compartí mantel, recuerdo, con unas diez o doce personas, entre ellas Abel Caballero (alcalde de Vigo) a la sazón Ministro de Turismo del Reino de España. Pelé hubo de departir con todo el mundo y nos cruzamos algunas preguntas y respuestas. No sabía dónde estaba Asturias y en dos palabras, para no aburrirlo, lo situé en el Paraíso Natural. Y así pasó la velada, con unos y otros hasta un nuevo encuentro en el FITUR del año siguiente, donde hubo una sonrisa y un apretón de manos.

Brasil y el mundo del balompié lamentan la muerte del Rei y a mí me duele en el alma la pérdida de uno de mis grandes ídolos. Aquí concluye el relato acontecido a orillas del Támesis en una fría noche londinense como aquella, siglos atrás, en la que William Shakespeare escribía a la luz de un candil su "Hamlet" o "Romeo y Julieta".

Solo me queda el "Águila de Toledo", a quien deseo, con fervor, cariño y admiración, un venturoso año nuevo, al igual que a todos los lectores de LA NUEVA ESPAÑA y a los hombres y mujeres de buena voluntad.

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