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El observatorio

Valió su precio

Lejos de entregar el partido, el Sporting, perjudicado por el arbitraje, obligó a esforzarse a un Barcelona liderado por un gran Messi

Lo irremediable se convirtió en satisfactorio. El Barcelona se apuntó una victoria irrenunciable y el Sporting, una derrota que, por digna, no debe dañar su autoestima. Para que ocurriera así fue preciso que el partido no se convirtiese en un mero trámite y en ese aspecto los locales pusieron la mayor parte de la carga, desde el pie forzado de una alineación plagada de suplentes. Su mérito fue obligar al que pasa por ser el mejor equipo del mundo a tomarse el partido en serio. Lejos de regalarlo, el Sporting le puso un buen precio. El poderoso Barcelona lo encontró asequible, pero hubo de esforzarse para pagarlo.

El equipo es uno

Cediendo al pragmatismo, Abelardo reservó a muchos jugadores para un partido como el del próximo sábado en Sevilla en el que, en teoría, el Sporting tendrá más posibilidades de sacar un resultado positivo. El mayor mérito de los rojiblancos que se enfrentaron ayer al Barcelona fue que el cambio no se notara en lo esencial, es decir, que no desnaturalizara el tipo de equipo que ha acuñado su actual entrenador. El Sporting fue, en efecto, reconocible. Quizá le faltó resorte, salvo en ocasiones puntuales, como la del gol, pero funcionó siempre como conjunto sacrificado y solidario. Con las líneas muy juntas y ayudas entre todos los jugadores, cerró espacios al Barcelona y nunca se lo puso fácil. Los no habituales estuvieron a buena altura. Unos mejor que otros, por ejemplo, Canella o Lora. Pero ninguno desentonó.

Una gran contra

Ese equipo digno reservaba además una sorpresa. Se pensaba, y su comportamiento inicial pareció corroborarlo, que estaba capacitado sólo para resistir. Por eso cuando Messi abrió el marcador para el Barcelona con un tiro desde fuera del área, se pudo pensar que desaparecía la única alternativa a la victoria azulgrana, como hubiera sido el empate a cero. La sorpresa llegó tres minutos más tarde, con un gran contragolpe de los gijoneses. Lo llevó de forma impecable Pablo Pérez, que cargó con el peso de la jugada, aguantando el balón con tanta fuerza como serenidad hasta el momento justo en que lo abrió a Canella, quien, a su vez, encontró de inmediato el apoyo de Álex Menéndez, que se había desdoblado por su izquierda. Al gijonés le tocó entonces profundizar hasta la línea de fondo para terminar metiendo un centro raso que desbordó a Bravo y pidió un rematador al segundo palo, donde, como debía, apareció Carlos Castro. Fue sin duda un gran gol, un gol de equipo.

El Barcelona, en su papel

El líder de la Liga estuvo en su papel y lo ejecutó con la seriedad que exigió la resistencia del rival. Con Busquets entre los centrales -excelente Piqué, por cierto-, para dar salida al juego y un trabajador Rakitic por delante, tuvo casi siempre el balón, pero le costó encontrar agujeros, y aún rendijas, en la defensa del Sporting. Pero a la hora de la verdad puso sobre la balanza el peso de su terrible tridente ofensivo, en este caso, el talento y la inspiración de Messi y el tremendo oficio de goleador de Luis Suárez, a quien Cuéllar paró un penalti pero que luego se inventó un gol desde la nada. Neymar se esforzó mucho, pero no acertó en la culminación, o no tuvo suerte en algún caso, como cuando tiró al poste en el primer tiempo.

Meré, un joven líder

Si los grandes retos descubren a los jugadores importantes, ayer fue el día de Jorge Meré, a quien le tocaba liderar la defensa y no sólo hizo honor a tal responsabilidad, sino que se atrevió a más, como echarse a todo el equipo a la espalda si hacía falta. Así ocurrió, por ejemplo, en el segundo tiempo, cuando resolvió un momento de agobio no quitándose el balón de encima, sino saliendo con él en los pies hasta el medio campo, desbordando contrarios. Por entonces ya había sellado con sangre su compromiso, después de que su compañero, el debutante Lichnovsky, le hubiera dado un golpe en la oreja en un despeje al que habían acudido ambos. Aparatosamente vendado, Meré volvió al campo y no dudó en meter la cabeza al balón en la primera jugada en que intervino.

Dos errores graves

De Burgos Bengoetxea fue muy protestado por el público y no sin razón, pues cometió dos errores graves que perjudicaron al Sporting. En el primer tiempo la jugada del segundo gol del Barcelona se inicia con un fuera de juego de Messi, que combinaría con Luis Suárez antes de que el argentino completase el doblete. Y en el minuto 12 del segundo tiempo, no quiso sancionar con penalti una caída de Halilovic en el área azulgrana, que pareció obedecer a la entrada por atrás de Arda Turán, quien toca el pie de apoyo del joven croata. La trascendencia de esos errores se valora mejor si se tiene en cuenta que el primero se produjo cuando el marcador iba en 1-1 y el segundo con un 1-2, es decir, cuando el Sporting estaba metido en el partido o cuando podía volver a entrar en él.

Cuéllar se corrige

Sí acertó el árbitro en el penalti señalado a favor del Barcelona, porque el derribo de Cuéllar a Neymar fue tan claro como innecesario, pues el barcelonista había perdido ya ángulo de tiro. Pero el portero sportinguista se reivindicó de inmediato, respondiendo con una parada extraordinaria al lanzamiento de Luis Suárez. Fue sin duda la mejor de las muchas y muy buenas que Cuéllar hizo a lo largo de un partido en el que el Barcelona disparó hasta doce veces entre palos.

Halilovic, con los suyos

Para Halilovic se trataba, sin duda, de un partido muy especial, pues jugaba con sus dos equipos, el que lo alinea esta temporada y el que es dueño de sus derechos. Hizo frente a esa complicada responsabilidad con una encomiable honradez. Ya que jugaba con el Sporting, se empleó sin reservas en la defensa de sus colores, incluso con una pizca de agresividad mayor de la habitual. Y, aunque esta vez no fue decisivo, su calidad no pasó desapercibida, ya fuera en los cambios de juego o en esa sorprendente velocidad que consigue con el balón en los pies.

Histórico orfeón

A los asturianos les gusta cantar, pero, para animarse, necesitan la confianza de un coriquín, a ser posible, lubricado con sidra. Por eso, que El Molinón, en los prolegómenos del partido, se convirtiera en un enorme orfeón para entonar a capela el himno del Sporting fue, además de emocionante, todo un acontecimiento histórico. Si a Falo Moro, autor de la hazaña no menos histórica de haber compuesto los himnos del Sporting y el Oviedo, le llegara la noticia, seguro que se removería de emoción en su tumba.

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