Los dos delanteros del Sporting demostraron ayer que hay muchas formas de fallar goles. Djurdjevic sacó al sargento que lleva dentro en el campo de batalla de El Molinón, donde practicar cualquier disciplina parecida al fútbol fue pura utopía, y convirtió complicados balones en meritorias ocasiones. Y Álvaro Vázquez simplemente dio la razón a todos los entrenadores que le han negado la titularidad errando a bocajarro la única verdadera que tuvo, con su respectivo rechace. Si el coste económico de un punta se calculase despejando una ecuación entre disparos y tantos, algunos saldrían muy devaluados.

El partido fue un baño de realidad ante el colista que debió rematarse antes de la inundación, pero tampoco conviene dramatizar. El Albacete, cuyo único recurso es la resistencia, se benefició de que el césped se convirtiera en otro estanque del parque Isabel la Católica. Por muy manchego que sea, a cualquier equipo sin excesivos argumentos creativos siempre le viene bien que el rival se encuentre un camino lleno de charcos. Así que jugó a lo que sabe con la lluvia como aliada. Manu García, varios metros por detrás de donde debe, apenas pudo hacer de director de orquesta, a pesar de que estuvo bien acompañado en el arte de llevar la batuta por Gragera, como no.

Lo mejor de largo fue la soberbia actuación de Pelayo Suárez, el miembro de la quinta del cole con menos oportunidades, en el lateral derecho, con una forma de entender las dinámicas del juego más propia de alguien que está a punto de jubilarse. Fue la nota positiva de una jornada que conviene pasar por alto. Otro tropiezo y entonces, sí. Entonces, llegarán los nubarrones.