En medio del funesto episodio del contagio masivo de coronavirus, que sigue sin medidas internas conocidas, en el Sporting ha emergido más aún la figura de David Gallego. Obligado por la irresponsabilidad de algunos y la mala suerte de otros a enlazar tres partidos en chasis, dos de Liga y uno de Copa, el técnico ha logrado aislar a su mermada plantilla de todo lo que no tiene que ver con el balón. No solo ha demostrado ser respetado en el vestuario, sino también querido, cumpliendo a la perfección los cánones maquiavélicos para el ejercicio de la autoridad. Suyo es casi todo el mérito de que el peor trance rojiblanco en décadas no haya acabado en siniestro total. Como lo que no mata engorda, es muy probable que estas dos semanas de oprobio vayan a servir finalmente para que el conjunto gane kilos de autoestima. Nadie es imprescindible y prácticamente todos tienen algo que aportar. Gran noticia.
La marcha de Álvaro Vázquez cedido al Sabadell la celebraron ayer las pacientes gentes rojiblancas con dos tantos de Djurdjevic, que en media temporada ha superado su mejor registro conocido hasta ahora, que tampoco era para tirar cohetes. Pero más allá de los goles, y de los errores, lo mejor del serbio es que transmite confianza en sí mismo y cada vez son menos frecuentes sus encontronazos contra todos y contra todo. Ayer estuvo bien acompañado por su único compatriota. Cumic puso nerviosa una y otra vez a la zaga del Fuenlabrada durante un duelo de imprecisiones que se llevó el que más lo mereció. Javi Fuego despachó veteranía y los poco habituales mantuvieron el tipo, salvo alguna salida de tono de Christian Joel, que anda con problemas de movimiento y recepción. El triste capítulo del covid va camino de superarse sin rasguños deportivos. La herida emocional tardará más en sanar.