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Emilio Pérez de Rozas

Florentino, el espectador 91.554

Florentino Pérez, no, Florentino Pérez, que solo aparece ante los medios de comunicación cuando gana algo, mientras envía por delante al pacifista Emilio Butragueño, no tiene interés alguno en que su equipo femenino gane ni la Liga ni la Champions ni nada, de ahí su escasísima o nula implicación.

Tras el 0-4 del Clásico y la tremenda exhibición, tildada por todos, incluidos los memes aparecidos en las redes, de baño, el presidente del Real Madrid no quiso regresar a casa con otra goleada a cuestas e hizo el feo al Barça, a la Champions, al fútbol femenino y al récord mundial de no acudir al Camp Nou.

Florentino no entiende de gestos y ni siquiera fue capaz de comprender que su presencia, como el aficionado 91.554, hubiese sido todo un detalle, no solo como representante de lo que él considera un gran club, sino también para el momento que vivía el fútbol femenino, que fue, en efecto, histórico, lo lograse quien lo lograse y, sí, fue el Barça. Porque como muy bien suele recordar Markel Zubizarreta, el gran hacedor de este milagro en la sombra, discreto, casi mudo, “este éxito pertenece a mucha gente”. En el caso del Barça, sin duda, desde Josep María Bartomeu hasta Laporta, cuya apuesta por el fútbol femenino es total, habiendo abierto La Masía a las chicas y construido un nuevo campo de entrenamiento para el equipo femenino, pasando por Jordi Mestre, Maria Teixidor y Lluís Cortés.

Como muy bien dijo Laporta en la celebración que tuvo con las chicas en el vestuario del Camp Nou, lo difícil no era llegar sino mantenerse y, como relata Markel Zubizarreta, “hacerlo con un estilo propio, el del Barça, porque siendo importante, vital, ganar y seguir ganando, la actitud, la predisposición, la determinación, la perseverancia, la profesionalidad y disciplina de la plantilla ha de seguir siendo la misma que hasta ahora: impecable”.

Fue una lástima que, siendo lo inteligente, sagaz, emprendedor y gran empresario que es, Florentino no se diese cuenta de que su presencia en el Camp Nou no tenía que ver con un partido de fútbol, sino con la consagración, planetaria, de un fenómeno del que, si él quisiera, el Real Madrid debería formar parte. Pero le pudo su ego y, aunque el madridismo no se lo tendrá en cuenta, su gesto fue feo, muy feo e innecesario.

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