Esta crisis se gestó por el descomunal endeudamiento privado (de empresas, bancos y familias) que se acumuló durante quince años de euforia. Cuando el edificio ardió, como una hoguera de vanidades, los Estados tuvieron que acudir a sofocar las llamas para evitar el desplome. Y no regatearon gastos. Hubo manguerazo para todos: rescate de bancos, subvenciones a sectores, protección de parados y desgravaciones para estimular la demanda. El sector público hizo de bombero, y los bomberos nunca escamotean el agua aunque parte sea inocua y genere inundación. Ahora estamos anegados y hay que recoger el agua. Y los salvados acusan al bombero de derrochador.