Adelantado a su tiempo, pero no tanto como para no percibir, y remover, los obstáculos que hay que superar todos los días para hacer que la empresa progrese y para que cumpla su papel esencial en el bienestar de la sociedad. Ese era José Luis Baranda Ruiz en su vertiente profesional, en la que dejó una profunda huella en Asturias durante los años en que ejerció muy importantes responsabilidades.

Vasco por nacimiento y formación, su temprana llegada a nuestra tierra, en concreto a Duro Felguera - donde recorrería todo el escalafón desde ingeniero de "a pie" hasta consejero delegado - le marcaría para siempre y de hecho tanto la posterior presidencia de la entonces Ensidesa, como la vicepresidencia de la hoy EDP, no hizo sino corroborar su vocacional identificación con la cultura industrial asturiana a la que tanto contribuyó.

Pero al lado de un curriculum tan brillante, me gustaría resaltar hoy a la persona profundamente comprometida con lo que ahora llamamos recursos humanos, con la prevención y seguridad en el trabajo, con la formación constante de los directivos, con la innovación, con el diálogo? Hoy, gracias a personas como él, estas prácticas son lugares comunes en nuestros trabajos, pero no lo eran en la década de los 70 cuando para José Luis Baranda ya constituían una absoluta prioridad y dedicaba a ello una gran parte de su tiempo en el marco de unas jornadas en la que el reloj era algo ajeno a una agenda que parecía no tener fin, y en la que escuchar inquietudes y dialogar sobre propuestas formaba parte de la dieta diaria.

Su llegada, a principios de los 80, a la entonces Hidroeléctrica del Cantábrico, de la mano de su presidente, Martín González del Valle, supuso un impulso modernizador a una empresa que, gracias a su inteligente y prudente administración, se había abierto un hueco en el sector energético español mayor del que correspondería a su tamaño.

A partir de ahí, y en perfecta sintonía con su presidente, contribuyó a definir y a afrontar el cambio regulatorio que desembocaría en la cultura del cliente en detrimento de la del abonado, y a la consecución de unos niveles de eficiencia en la generación y distribución de energía equiparables a los más avanzados del mundo.

Con su marcha, Asturias pierde la memoria viva de décadas de historia industrial, pero tiene también la oportunidad, a través de su ejemplo, de rehuir - como él siempre hizo - las soluciones fáciles y acomodaticias de corto recorrido, y fiar su futuro al esfuerzo cualificado y sostenido de las gentes de esta tierra en las que tanta confianza siempre depositó.

¡Descanse en paz!