La guerra política contra los coches que funcionan con motores diésel, a los que se tacha de altamente contaminantes, está teniendo ya consecuencias palpables aguas abajo. La primera ha sido un fuerte frenazo de las ventas de vehículos que usan gasóleo, adelantados claramente por los de la gasolina. A consecuencia de esto, muchos fabricantes han tenido que restringir o directamente anular la fabricación de algunos modelos de diésel. Ahora, los siguientes en este escalón de damnificados pueden ser las industrias de componentes y otros suministros, entre las que figuran las plantas asturianas de Arcelor-Mittal. El gigante del acero ha convocado para el lunes a los sindicatos para discutir la situación que atraviesa el taller de galvanizado de Avilés, el más ligado a la industria del automóvil y que sufre una fuerte caída de pedidos, especialmente para este último trimestre del año. A la vanguardia de esa lucha contra el diésel se ha colocado España, cuya ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, llegó a decir que este combustible "tiene los días contados".

Ante este escenario, los sindicatos temen que la multinacional plantee la posibilidad de aplicar entre la plantilla de galvanizado el expediente de regulación de empleo (ERE) que la siderúrgica mantiene en el cajón desde hace años, pero del que apenas ha echado mano. La propia compañía reconocía ayer que la crisis que sufre la fabricación de coches diésel está afectando a su actividad en la región y, también, a la industria de componentes de toda Europa. Las fuentes consultadas admiten una importante caída de la cartera de pedidos.

En los últimos años, Arcelor venía haciendo un notable esfuerzo en materia de innovación y desarrollo (I+D) para fabricar en Asturias un acero de mayor calidad y más resistente, acorde a las necesidades de una industria automovilística que pretende que los coches que fabrica tengan menos peso y que, al mismo tiempo, sean más seguros en caso de accidente. A ese tipo de acero lo bautizó Arcelor como "Zinc Quench" y su fabricación se basa en un sistema que permite enfriar de forma controlada la chapa mientras se sumerge en un recipiente con cinc fundido para poder recubrirla. La idea surgió, se lideró y se impulsó desde el departamento de I+D que Arcelor tiene en Avilés.

En la reunión que se celebrará este lunes, la empresa repasará también la situación de las otras líneas de acabado ("finishing"), como el tren de hojalata o el de chapa. Aunque a priori, no se esperan ajustes en ninguna de estas otras instalaciones.

El que lo puede pasar mal en los próximos meses es el taller de galvanizado, aunque los sindicatos aseguran que se trata de un hecho puramente coyuntural y que será algo transitorio hasta que la demanda de vehículos vuelva a subir. Pero, de momento, las restricciones a la circulación y el mayor control sobre las emisiones sobre los vehículos que funcionan con tecnología diésel han provocado un derrumbe de este mercado. En Asturias, por ejemplo, el 53% de los turismos que se vendieron durante septiembre eran de gasolina, mientras que sólo el 38,4% funcionaban con gasóleo, y el 8,16% restantes usaban otra tecnología (híbridos fundamentalmente y eléctricos). Hace unos meses esas proporciones eran muy distintas, ya que los diésel tenían una hegemonía clara.

Se da la circunstancia que años atrás Arcelor ya tuvo que reconvertir una de las dos líneas de galvanizado que tiene en Avilés y reorientarla hacia el mercado automovilístico para tratar de relanzar su producción. Y lo logró. Esa línea, llamada de "Galvanizado 1", estaba antes del estallido de la crisis orientada hacia el sector de la construcción y a la industria en general. La caída en picado del primero de esos mercados y después el descenso del segundo durante estos años de recesión provocaron que este taller estuviera cerrado entre noviembre de 2011 y marzo de 2014.