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Liberbank-Unicaja: una fusión preventiva

Las integraciones bancarias resurgen como respuesta a la baja rentabilidad de las entidades y como vía para fortalecerlas ante la crisis económica derivada del covid-19

Liberbank-Unicaja: una fusión preventiva

La morosidad bancaria, si bien aún en tasas bajas, repuntó a causa de la pandemia en 800 millones entre febrero y julio (último dato difundido). La cifra está amortiguada por las moratorias concedidas y por las medidas paliativas excepcionales que adoptó el Gobierno para atenuar el impacto de la crisis sanitaria en la economía. Pero el sector bancario da por seguro -como dijo el miércoles José Antonio Álvarez, consejero delegado del Banco Santander- que los impagos y la mora se dispararán en 2021. Algunos analistas, como Axesor Rating, creen que más que se duplicará, en cuyo caso pasaría del 5% al 11% ó 12%, acercándose así al nivel crítico de 2013, en plena crisis financiera. Entonces se alcanzó el 13,6%, la cifra más alta desde 1962.

La Autoridad Bancaria Europea (EBA) alertó el lunes de que ya se aprecian "señales tempranas" de deterioro de los balances bancarios mientras la rentabilidad del conjunto del sector sigue a la baja. Liberbank y Unicaja, que han retomado las conversaciones para fusionarse que abandonaron hace año y medio, redujeron su rentabilidad sobre recursos propios al cierre del primer semestre casi a la mitad respecto a un año antes, lo mismo que la media del sector.

Su nuevo proyecto de integración obedece a la lógica de promover economías de escala mediante ganancias de tamaño y simultáneo ajuste de costes operativos merced a la eliminación de redundancias y estructuras duplicadas, todo lo cual debería redundar en una mejora del rendimiento por la generación interna de márgenes más holgados aun en un contexto macroeconómico complejo.

En la operación subyace además la lógica de la gran complementariedad geográfica de los dos grupos, su buen nivel de solvencia (Unicaja es el segundo del país con mayor ratio de capital respecto a sus activos de riesgo tras Kutxabank, y Liberbank es el cuarto, según la EBA, por detrás de ambos y de Bankia), la cómoda posición de las dos entidades en liquidez y cobertura de riesgos, y. sin embargo, su tamaño reducido, dado que ya no son bancos locales, sino suprarregionales, pero con una dimensión no sólo escasa sino además territorialmente sesgada y con excesiva dependencia de regiones tradicionalmente poco dinámicas.

Al margen de estas premisas, que por sí mismas podrían justificar el intento de convergencia, el nuevo proyecto de concentración de Liberbank y Unicaja (al igual que el ya aprobado de Caixa Bank y Bankia) es un movimiento preventivo ante la presunción de un posible deterioro de las condiciones del mercado: "Hay que evitar a toda costa que la crisis económica derive en crisis financiera", dijo el martes en el Congreso el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos.

El contexto del negocio bancario es de una enorme complejidad. Urge un mayor esfuerzo en capitalización para sortear un posible repunte de la morosidad y del deterioro de los activos por impagos. Esto es más llamativo en España, cuyo sector financiero está a la cola de Europa por solvencia de máxima categoría, según la EBA, aunque los banqueros españoles cuestionan este "ranking" y aducen la heterogeneidad en el modo de cálculo en Europa de los activos de riesgo, más exigente -afirman- en España, lo que penaliza al sector nacional.

En todo caso, el reto sigue siendo superior para la banca española por ser la economía más dañada por la pandemia en razón de sus rasgos estructurales: excesiva dependencia del turismo (la actividad más damnificada) y el acusado peso de los servicios de mercado y la hostelería, la mayor preponderancia respecto a otros países de las micropymes (muy vulnerables en caso de crisis profunda y duradera) y la gran proporción de empleo temporal y precario, lo que evidencia una economía más liviana y con menor valor añadido.

La paradoja en la que se mueve la banca es que no es fácil reclutar capital en un escenario de baja rentabilidad y más cuando -como ocurre actualmente- el rendimiento del negocio no cubre la remuneración esperada por los inversores (coste del capital). Esa insuficiencia de los retornos no es nueva. Viene constatándose desde antes de la pandemia -aunque el coronavirus la haya agudizado- y fue un factor que indujo a las conversaciones fracasadas que ya mantuvieron Unicaja y Liberbank entre 2018 y 2019.

Las causas de la baja rentabilidad bancaria previas a la covid son varias: exceso de capacidad instalada, una política monetaria de bajísimos tipos de interés desde 2014 para combatir la desinflación y estimular un crecimiento que se comportó de modo mediocre desde el fin de la anterior crisis, y la nueva competencia de operadores inéditos como las multinacionales tecnológicas y los bancos digitales nativos.

Para superar la más intensa crisis económica desde los años 30, los bancos centrales han intensificado y prorrogado la ofensiva monetaria, prolongando los tipos de interés nulos (con tasas oficiales negativas para las entidades de crédito) y estrechando con ello los márgenes con los que operan los prestamistas. El euríbor -tipo de referencia en el mercado- cerró septiembre en el -0,415%, su nivel más bajo desde que se creó esta referencia en 1999.

Además de la baja rentabilidad, la atracción de inversores para fortalecer el capital se ha encontrado este año con un obstáculo adicional: el veto regulatorio a que los bancos repartan dividendos -al menos hasta enero de 2021- con el fin de que apuntalen sus balances y amplíen sus reservas ante la incierta evolución de la crisis.

Todo esto ha repercutido en la Bolsa, donde los bancos cotizan por debajo de su valor en libros, colocándolos en una debilidad extrema en caso de ataques hostiles.

Mientras tanto, y aun a sabiendas de sus efectos perversos indirectos, nadie cuestiona la necesidad de prorrogar la insólita expansión monetaria y de tipos de interés nulos para combatir la amenaza deflacionaria, que se ha visto agrandada por la pandemia y el desplome consiguiente de la actividad económica. De materializarse el riesgo de la deflación, se agrandaría el peso de los débitos y esto agigantaría presumiblemente la morosidad y los fallidos bancarios, agravando el círculo vicioso.

Como en toda crisis, el ahorro por precaución ya está operando. Las familias han empezado a atesorar recursos por el temor a lo que ocurra con el empleo cuando finalicen los ERTE (expedientee de regulación temporal de empleo) y otras medidas de apoyo gubernamental a empresas y trabajadores. La tasa de ahorro alcanzó en el segundo trimestre el 31,1% de la renta. Esta acumulación de recursos está drenando el consumo y a la vez está actuando como un factor adicional de exceso de liquidez, ya sobreabundante por las inyecciones con las que el BCE trata de favorecer la financiación de la economía por parte de la banca para propiciar con ello una recuperación más rápida.

Sin embargo, la banca, y más en un escenario de temor al repunte de la mora y los impagos, aumentará la concesión de créditos sólo en la medida en que detecte demanda solvente. Y, mientras tanto, la gestión de la sobreabundancia de depósitos daña la rentabilidad de los bancos porque el BCE no sólo no remunera esas reservas sino que las penaliza con tipos negativos. A su vez, el exceso de ahorro contribuye a presionar a la baja tanto la inflación como las tasas de interés, con lo que retroalimenta la dinámica perversa que fuerza a seguir alargando las anómalas condiciones monetarias

En este entorno hostil las fusiones se ofrecen como la solución al nudo gordiano, proponiendo las integraciones -con sus consiguientes ajustes de costes, reestructuraciones, afloramiento de sinergias y ganancias de cuota de mercado- como la solución al círculo vicioso de la baja rentabilidad y como vía de fortalecimiento de las entidades por lo que pudiera ocurrir en la evolución de la economía.

Los inconvenientes de esta estrategia son los recortes de empleo, la reducción del número de operadores -con el consiguiente mayor poder de mercado de los supervivientes y la tendencia gradual al oligopolio-, la posible exclusión financiera de las áreas geográficas que resulten desatendidas por los cierres, y la creación de grupos cada vez más voluminosos, cuyo impacto sistémico en caso de crisis financieras futuras será muy superior, sobre todo cuando se trate de colosos considerados por su magnitud como entidades "demasiado grandes para caer".

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