El Banco Central Europeo (BCE) modificó ayer, por vez primera en 18 años, su objetivo de inflación (que condiciona toda su política monetaria) para permitirse prolongar su actual estrategia expansiva aunque el índice de precios supere el 2%. Este cambio, de largo alcance y notables repercusiones, tiene por objeto dar apoyo a la recuperación económica y a la creación de empleo tras la pandemia aun cuando el índice de precios supere los niveles considerados óptimos.

El control de la inflación es el objetivo supremo del BCE y desde 2003 se impuso manejar las magnitudes monetarias para garantizar que el índice general de precios armonizado del área se situase “cerca pero por debajo del 2%”. Ahora, un mes después de que Eurostat difundiera una primera estimación según la cual la inflación en el área monetaria ya había alcanzado en mayo el 2% (1,9% en junio), y cuando se teme un brote (en principio, transitorio) de las tensiones inflacionarias a causa de la energía, materias primas y otros componentes, el BCE, que llevaba un año reflexionando sobre sus nuevas directrices, ha anunciado que se dará más margen antes de subir tipos de interés (hoy están situados en niveles sin precedentes del 0%, e incluso negativos para los bancos) y de recortar las compras extraordinarias de deuda que está acometiendo en la mayor expansión monetaria de la historia.

La nueva orientación sitúa el objetivo de inflación en el 2% (no “cerca y por debajo” como hasta ahora) y además toma esta referencia de modo “flexible” (lo que implica que tolerará que se supere esa cota de manera “moderada” y temporal) y “simétrico” lo que supone aplicar el mismo criterio en caso contrario (las desviaciones son igual de indeseables tanto si son hacia arriba o hacia abajo) y permitir cierta compensación por exceso cuando con anterioridad (caso de Europa) haya habido baja inflación e incluso inflación negativa en los años precedentes. De hecho, la actual expansión monetaria (reforzada tras el covid) surgió tras la crisis financiera de 2008-2014 para combatir las tensiones desinflacionarias, que hicieron temer por el riesgo de deflación.

El trascendental cambio que ha introducido ahora el BCE (mal visto por los países más estrictos en el control del IPC) se ha quedado, no obstante, algún paso por detrás de la revisión que anticipó en agosto de 2020 la Reserva Federal de EE UU (Fed), dispuesta a consentir que, sumados los años de inflación negativa y positiva en el medio plazo, promedie el 2%, para lo que será aún más tolerante con el IPC, que en EE UU ya está en el 5%.