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Análisis

Cuando la banca de tu vecino veas quebrar...Los riesgos de contagio de la nueva crisis financiera

La crisis de varios bancos regionales en EEUU y del Credit Suisse rememora los peores episodios de las sacudidas financieras del pasado y evidencia que se trata de un sector frágil y vulnerable en extremo

La banca, un sector crucial y determinante para la financiación y desenvolvimiento de la actividad económica, y que es percibido desde sus orígenes como la plasmación del poderío financiero y mercantil, constituye en realidad, y por definición, un negocio extremadamente frágil y vulnerable.

Los desplomes sucesivos de los bancos estadounidenses Silvergate Capital, de San Diego; Silicon Valley Bank (SVB) y First Republic Bank, de San Francisco, y Signature Bank, de Nueva York; el hundimiento en Bolsa de otras entidades estadounidenses y europeas, y las sacudidas que amenazan al acrisolado Credit Suisse, de Zurich, han desencadenado un vendaval de inquietud y pánico que compromete la estabilidad global, rememora los peores episodios de las arduas crisis financieras del pasado y evidencia hasta qué extremo el negocio bancario es altamente inflamable.

La debilidad intrínseca y estructural de la banca emana de su propia naturaleza. La banca toma dinero de sus clientes a corto plazo y lo presta a largo. La gestión correcta de este desequilibrio ("descalce") es fundamental para asegurar la liquidez y solvencia de las entidades.

El sistema se fundamenta en un modelo que se denomina de reserva fraccionada: los bancos sólo atesoran una parte proporcional de los recursos que le confían los ahorradores. El resto lo canalizan como inversión crediticia para financiar empresas y actividades económicas.

Ésta es la aportación suprema que hacen los intermediarios financieros a la prosperidad general: transforman el ahorro en inversión y asumen el riesgo que conlleva esta transmutación.

El modelo funciona si la gestión de esos recursos es prudente, si los bancos acatan los requerimientos de liquidez y solvencia exigibles y, además, y aun así, siempre y cuando los depositantes no acudan a la vez y en tropel para sacar de sus cuentas todos los ahorros que confiaron a las entidades, en cuya caso ninguna sería capaz de cumplir esta aspiración.

Por consiguiente, y como se vio la semana pasada con el SVB y el Signature Bank, todo se basa en la confianza: en la fe del cliente en que el dinero estará disponible cuando lo necesite y en la cuantía que precise, aunque en realidad sepa que sus recursos sólo parcialmente están realmente depositados en la entidad a la que se los confió.

Trump desreguló el control de los bancos medianos y regionales, que ahora son el centro del problema

Si esta confianza se disipa, lo que se desencadena es el pánico de los impositores, el colapso de las entidades y en su caso la intervención y rescate de las instituciones afectadas, bien por otros bancos que inspiren mayor credibilidad o bien mediante la intervención directa de las autoridades monetarias, los fondos de garantía de depósitos y los Gobiernos para restablecer el sosiego inyectando liquidez y garantizando los depósitos, como acaba de ocurrir en EE UU, o, en su defecto, estableciendo "corralitos", como ocurrió en Grecia entre 2015 y 2018, en Argentina en 2001 o con las famosas "vacaciones bancarias" que, en plena Gran Depresión, decretó el presidente Roosevelt en EE UU durante nueve días en marzo de 1933.

Esta debilidad, indisociable del modelo bancario, está en el fondo de lo ocurrido en los últimos días, aunque los casos acaecidos en EE UU difieren en su casuística del proceloso asunto del Credit Suisse, salvo en que en unos y otro supuestos concurrió como denominador común la desconfianza de los clientes y de los accionistas, y en que este recelo se vio retroalimentado porque las crisis a uno y otro lados del océano, aunque con motivos distintos y orígenes diferentes, se produjeron en una secuencia temporal consecutiva, lo que alimentó el sentimiento de inseguridad y miedo, en la creencia de que ambos focos de inestabilidad podían responder a un mismo fenómeno y que el segundo pudiera ser una réplica sísmica del primero. El contagio existió en las Bolsas, pero solo porque la atmósfera se había hecho propicia al pánico.

Estados Unidos

El gran detonante de lo acontecido en EE UU fue la combinación de tres factores: la rauda y agresiva estrategia de endurecimiento de la política monetaria para atajar la inflación, la singular especialización de los bancos quebrados y la relajación de la regulación bancaria que aprobó Donald Trump en 2018 para las entidades medianas y regionales. Todas las etapas de desarme normativo, desregulación financiera y liberalización del sector acabaron antes o después en quebrantos, y esta vez no podía ser distinto.

EE UU derogó en 2018 la ley Dodd-Frank, con lo que los bancos por debajo de los 250.000 millones de activos quedaron exentos de la supervisión de la Reserva Federal (Fed) –más exigente que la de las autoridades estatales– y se redujeron las exigencias regulatorias en materia de colchones de capital para absorber posibles pérdidas. El consejero delegado del SVB, Greg Becker, fue uno de los abanderados de que la banca mediana y pequeña, y las entidades de ámbito regional, gozasen de unos requerimientos menos estrictos. Lo justificó con dos argumentos: que este tipo de instituciones crediticias podían eludir mejor las crisis y que, en razón de su tamaño, carecían de los potenciales efectos sistémicos de la gran banca en caso de sucumbir.

La subida de tipos de interés beneficia a la banca en la medida en que amplía sus márgenes y, en consecuencia, sus beneficios. Esto es así mientras que el alza de las tasas de interés no alcance un umbral tal que frene la demanda de crédito, ralentice o deprima la economía, dispare la morosidad e incremente los fallidos.

Las últimas revisiones de las tasas de interés para luchar contra la inflación, aunque han sido muy agresivas, beneficiaron en general a los bancos, como evidencian tanto los beneficios declarados al cierre del último ejercicio como sus cotizaciones bursátiles hasta la tormenta de la última semana.

La crisis de los bancos en EEUU y la del Credit Suisse coinciden en el tiempo, pero no en las causas

En el caso del SVB, sin embargo, el efecto fue perverso porque, por su específico modelo de negocio y la singularidad de su gestión, el endurecimiento raudo de la política monetaria le perjudicó tanto en el pasivo de su balance como en el activo.

El SVB estaba especializado en las empresas tecnológicas nacientes y en proceso de desarrollo. El grueso de sus depósitos procedía de este tipo de compañías y no tanto de ahorradores individuales. De aquí que el saldo del 98% de sus depósitos superasen los 250.000 dólares que estaban hasta ahora cubiertos por el Fondo de Garantía de Depósitos de EE UU.

En los últimos años, al compás del ciclo venturoso de la industria tecnológica, el banco cuadruplicó su volumen de depósitos, que desbordó su actividad crediticia. El exceso de recursos captados los invirtió en lo que a simple vista parecía prudente: renta fija de calidad, consistente en letras y bonos del Tesoro de EE UU y cédulas hipotecarias. Pero lo hizo en volúmenes muy elevados (60% de su activo) y sin contratar seguros de cobertura que le ampararan en caso de que repuntaran los tipos de interés, en cuyo caso los títulos de renta fija adquiridos previamente se deprecian por haber sido emitidos con una menor tasa de rentabilidad que los nuevos.

La Reserva Federal de EE UU inició la escalada de los tipos de interés hace un año. En los doce meses transcurridos, las tasas se dispararon del 0,25% al 4,75%. Esto golpeó a los sectores generalmente muy apalancados, caso del tecnológico, que afrontó al mismo tiempo el alza general de costes a causa de la inflación y un retroceso de sus optimistas expectativas de ingresos tras la normalización de la economía y de los hábitos cotidianos de los ciudadanos en la era poscovid.

Este empeoramiento de las condiciones del negocio desencadenó la oleada de despidos en los gigantes del mundo digital y llevó a muchas de las "startup" que tenían sus ahorros confiados al SVB a retirar del banco parte de sus depósitos en los últimos meses para atender sus crecientes obligaciones de pago a causa de la subida de tipos y de los costes generales, y para buscar un destino más rentable a sus recursos. Con los tipos al alza, la inversión en deuda federal era más atractiva que mantener el dinero en depósitos bancarios y los clientes empresariales tienen menos lealtad y estabilidad que los depositantes individuales.

Los tornados bancarios se sabe cómo empiezan, aunque no cómo acaban

Para atender la demanda de retirada de fondos por sus clientes, el banco tuvo que vender de modo anticipado títulos de renta fija que atesoraba en su balance como inversión a largo plazo. La desinversión de parte de su cartera (por un importe de 21.000 millones de dólares) le generó una pérdida de 1.800 millones, lo que no hubiese ocurrido de haber podido esperar al vencimiento de esos activos o si hubiese contratado un seguro para cubrir el riesgo de subida de tipos.

Para solventar el agujero puso en marcha una ampliación de capital millonaria, pero este anuncio disparó las dudas sobre su solvencia, desplomó su cotización el 60% el jueves 9 y otro 60% en los movimientos previos a la apertura del viernes 10, e intensificó la fuga de depósitos.

El desenlace fue la intervención y clausura del banco, a la que siguió el domingo 12 la del Signature Bank, de Nueva York, otro banco de "nicho", especializado en este caso en una clientela integrada por despachos y profesionales de la abogacía, compañías de salud, negocios inmobiliarios y otras sociedades.

Aunque más diversificado que el SVB, tanto el activo como el pasivo de Signature estaban expuestos al mundo de las criptomonedas, al igual que el clausurado Silvergate Capital, lo que le llevó a entrar en una deriva similar de desconfianza y salida de recursos de sus cuentas. La bancarrota de la plataforma de criptomonedas FTX en noviembre le supuso una merma de sus depósitos, que prosiguió con la retirada de recursos del banco en los meses siguientes por parte de diversas compañías digitales ante el sesgo adverso en el que entró su negocio.

Para aplacar las tensiones financieras y cercenar la propagación del pánico bancario, el Gobierno de EE UU, la Fed y la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC) salieron en tromba el lunes 13: garantizaron la protección de todos los depósitos, pusieron en marcha un programa de financiación bancaria para inyectar liquidez mediante préstamos de hasta un año a entidades que aporten como garantía activos de alta calidad –que se valorarán a su precio nominal y no de mercado para evitar las minusvalías en las que se vio obligado a incurrir en el SVB– y se anunció un plan de 25.000 millones de dólares con cargo al Fondo de Estabilización Cambiaria.

Todas las perturbaciones financieras tienen una gran capacidad desestabilizadora

La actuación contundente de los reguladores y supervisores atemperó la espiral de desconfianza, pero no la disipó. La presión del mercado siguió cebándose sobre otros operadores medianos y regionales, como el First Republic Bank, de San Francisco, una víctima propicia por la alta exposición de sus clientes a los tipos de interés –dijo Bank of America– y por carecer en su balance de bonos que pudiera utilizar en suficiente cantidad como garantía para acceder a las líneas extraordinarias de liquidez anunciadas por los reguladores. El jueves, once grandes bancos de Wall Street, con el apoyo de las autoridades bancarias, rescataron al grupo con la movilización de hasta 30.000 millones de dólares para intentar cercenar la sucesión de colapsos.

Credit Suisse

Sin haber terminado de despejarse la crisis bancaria estadounidense, las dificultades del el Credit Suisse, segundo mayor banco de Suiza y uno de los 50 más relevantes del planeta, con 167 años de historia, abrieron un segundo frente de inestabilidad financiera global.

Su caso difiere del norteamericano y las causas de uno y otro están desconectadas. En EE UU se trata fundamentalmente de problemas de liquidez que derivan en situaciones de insolvencia. La crisis de la entidad helvética no es nueva y responde a una accidentada trayectoria, en la que el grupo acumuló desaciertos, fallidos y algunos escándalos por supuestos casos de espionaje y corrupción en los últimos años, una etapa de la que la nueva dirección, tras sucesivos cambios en la cúpula, estaba tratando de zafarse.

El banco incurrió en 2021 en unas pérdidas de 1.650 millones de francos suizos tras los quebrantos asumidos por 4.400 millones a causa de las quiebras del fondo de inversión estadounidense Archegos Capital Management y de la compañía británica de servicios financieros Greensill Capital. El año pasado, las pérdidas de Credit Suisse se dispararon hasta los 7.400 millones y el grupo contaba con culminar también este año en números rojos. Por tales avatares, la entidad sufrió la salida de depósitos en los últimos tiempos, que fue compensando con ventas voluminosas de activos.

En medio del proceso de reestructuración de su negocio y un plan de despidos, el banco helvético acometió una primera ampliación de capital a fines del año pasado mediante la que el Saudi National Bank (SNB), participado por el fondo soberano de Arabia Saudí, se erigió en su mayor accionista, con la titularidad del 9,88%.

La negativa este miércoles del presidente del SNB, Ammar al Kudairy, a aportar más recursos en la segunda ampliación prevista por el Credit desencadenó una oleada de venta de acciones, que hundió el valor y colocó al banco en el disparadero. La susceptibilidad de los mercados tras los antecedentes de EE UU amplificó el nerviosismo y expandió la estampida al conjunto de los valores bancarios del continente, dejando un nuevo reguero de pérdidas y de desplomes en todos los parqués. La solicitud de un préstamo de 50.000 millones al Banco Nacional de Suiza, la disponibilidad del banco central helvético a atender la petición y la declaración por las autoridades de que el Credit es una entidad que cumple los requerimientos de solvencia y liquidez trataron de contener la tormenta.

España

Los tornados bancarios se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. La inquietud global suscitada por la inestabilidad en EE UU de unos bancos pequeños, regionales y muy focalizados en segmentos muy concretos de negocio ha vuelto a poner de manifiesto la enorme capacidad desestabilizadora de las perturbaciones financieras.

Los antecedentes de otras crisis bancarias requieren la atención sobre la capacidad de propagación de las ondas expansivas de este nuevo desastre, al que se ha sumado, por una infortunada coincidencia temporal, el riesgo de naufragio del portentoso Credit Suisse.

La súbita aversión al riesgo de los inversores cuando se ciernen indicios de debacle en algún eslabón del sistema financiero actúa como catalizador del pánico. Y esto, sumado a la actuación oportunista de los inversores en corto –que especulan a la baja en el mercado de acciones y en el de seguros de impago (CDS) para crispar el ambiente y obtener rendimientos con las caídas de los valores contra los que apuestan–, ejerce un efecto multiplicador y aventa la zozobra.

La caída de las Bolsas no es sólo un síntoma. Ejerce de caja de resonancia, crea expectativas y se confabula en una dinámica perversa que puede contribuir a desestabilizar bancos sanos y a transmitir un efecto reactivo que impacte en los fundamentos de la economía real.

La escasa exposición de España a los focos del problema no exime de tener cautela

De manera que, aunque la exposición directa del sistema bancario español a los casos conocidos en EE UU es prácticamente inexistente –y reducida en el caso del Crédit Suisse–, la dinámica tortuosa vivida en la última semana no cabe minimizarla y aún menos si persistiera y diera paso a un efecto dominó con más caídas de bancos por pequeños que sean.

En principio, la supervisión del sistema financiero europeo bajo regulación del BCE es más estricta y exigente, y el chequeo de la situación de las instituciones crediticias españolas apunta a que tienen una elevada posición de liquidez, una baja tasa de morosidad (concluyó 2022 con el menor nivel en catorce años), una muy superior diversificación de sus depósitos y de sus inversiones que los bancos dañados en EE UU, una rentabilidad importante en el último ejercicio y una tenencia de deuda pública en sus carteras más atinada y con menor afectación por la subida de tipos al estar clasificada en una buena parte de los casos como títulos a conservar hasta su vencimiento y no sujetos por ello a generar minusvalías.

Según el último test de estrés realizado el año pasado por la Autoridad Bancaria Europea (EBA), la solvencia de la banca española supera los requerimientos y es muy superior a la de 2008, aunque es la menor del área, lo que el sector –en discrepancia con los supervisores– suele achacar a una apreciación más exigente de los activos ponderados por riesgo.

Pese a la desaceleración general de la economía, la española crece más que la media y que las demás grandes economías de la UE, y diversos organismos nacionales e internacionales (el último, la OCDE este viernes) han hecho revisiones de sus pronósticos al alza, lo que contribuye a crear un contexto menos adverso para la banca nacional de lo que se presagió el año pasado.

Aun así, y con tales mimbres, conviene la cautela y la mesura, reforzar la prevención y no minimizar lo que ocurre, que ha vuelto a poner de manifiesto que, por sus especificidades estructurales y su enorme impacto sobre el conjunto de la economía, el sector bancario no se aviene a una regulación laxa.

Todo ello sin perjuicio del error de las autoridades monetarias: su tardanza en actuar contra el repunte de la inflación en 2021 les obligó a sobrerreacionar con una virulencia inusitada para atajar su escalada, lo que ha contribuido al estropicio.

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