María IGLESIAS

Sor Antonia da los últimos retoques a la Virgen de los Desamparados cubriéndola de calas. La iglesia se llena de flores y el manto de la patrona ya cobija en su interior las pobrezas de los ancianos. Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Somió celebran hoy, con una Eucaristía, su fiesta patronal, y lo hacen como «un día de acción de gracias» por sus 130 años en Gijón.

Allá por 1879 esta congregación (nacida en Huesca y trasladada, a los pocos días, a Valencia) llegó a la ciudad de mano de Santa Teresa de Jesús y de cinco hermanitas, que fueron recibidas entre gritos de júbilo por numerosos sacerdotes y gente del pueblo. Su primera residencia se estableció en Cimadevilla, sufragada por el conde de Revillagigedo.

Con el paso de los años, consiguen un mayor acomodo en un edificio de la calle Ezcurdia cedido por José González Abascal y su esposa, Barbarina Soribes. No sería hasta el 6 de julio de 1974 cuando se inaugura la casa de Somió, instalándose en una finca de 24.000 metros cuadrados donada por María de los Ángeles Melendreras. «Siempre hemos vivido gracias a las donaciones desinteresadas y a un milagro de la Providencia, si no, no podríamos estar en Gijón ni mantener un terreno de estas condiciones», cuenta la madre superiora, Manuela García Couto.

A lo largo de estos 130 años han pasado por la casa 252 religiosas que han atendido a más de 5.000 ancianos, «esto también es un milagro y, además, patente», recalca Sor Manuela. En la actualidad, la comunidad está formada por 12 hermanitas que dan servicio a 186 personas. Y es que la misión de esta congregación «siempre fue atender a los mayores más desfavorecidos, ya sea por soledad o por carencias económicas».

«Yo siempre digo que esto no tendría que existir, como los hospitales, pero es que son necesarios», explica la madre superiora. Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados cuentan con seis casas en toda Asturias, que actualmente atienden a 862 personas. Según relata Sor Manuela, «siempre hay demanda y más en estos tiempos».

«Siento impotencia de no poder acoger a todo el que llama y me da pena porque hay verdaderas necesidades. Lo que ocurre es que ahora mucha gente que estaba en residencias privadas se ha quedado sin dinero», añade la hermanita.

Sin embargo, a la hora de seleccionar a los residentes los criterios son claros: «La prioridad es para el más desfavorecido. Mucha gente llega preguntando por la parte económica y yo siempre digo lo mismo: en esta casa nadie deja de entrar porque no tenga recursos, para eso hemos nacido, pero si los tiene, en justicia debería aportar porque no vivimos de la nada».

Antes de enfrentarse al gran día, Manuela García Couto repasa «las pobrezas» que han colocado bajo el manto de la Virgen: «Ser hermanita significa ser mensajera de Dios, ser testigo de la misericordia y ser creadora de vida. No me diga que no es precioso».

«Mucha gente que estaba en residencias privadas ahora se ha quedado sin dinero»