El fútbol es un estado de ánimo que transita de la euforia al llanto en noventa minutos de cronómetro. Hoy es tarde de banderas en El Molinón, jornada de «olona» en el cemento y de guadaña en el pasto: hay que segarle la hierba al Atleti y anegarla después de Mareona. El Sporting tiene, en su feudo y al recaudo de sus fieles, ocasión de certificar la permanencia, de cerrar con éxito la segunda temporada tras el largo desierto del exilio hundido en las dunas de los segundones. Ser de Primera supone, además de un pedigrí innegable y un rédito económico para la ciudad, un valor psicológico positivo nada desdeñable en época de recesión: cuando todo baja, el triunfo es mantenerse. Hay que ser, pues, optimistas, sobre el césped y en la grada. Dicen que los optimistas viven un promedio de 7,6 años más que los pesimistas; de manera que la longevidad, también la futbolística, se basa en ver medio llena la botella medio vacía. Pensemos en positivo: mejor la comedia que el drama.