Hoy, 25 de enero de 2012, Miguel Díaz y Negrete hubiese cumplido 92 años. Su fallecimiento el pasado 10 de diciembre, tras ejercer como arquitecto durante más de seis décadas, puso fin a su presencia física en Gijón, aunque relativamente ya que los arquitectos mediante sus obras, que a diario se ven y se utilizan, cuentan con una pervivencia entre nosotros más allá de su trayectoria vital.

LA NUEVA ESPAÑA quiere recordar en esta fecha al que ha sido uno de los gijoneses más destacados de la segunda mitad del siglo XX y, ante la imposibilidad de resumir aquí tan larga y fructífera vida profesional, cabe optar por señalar una serie de claves que quizás ayuden a conocer mejor a este arquitecto y su obra.

Miguel Díaz López-Negrete nace en Palencia el 25 de enero de 1920 y en marzo de ese mismo año su familia vuelve a Asturias, instalándose en Mieres. Un nuevo traslado familiar le trae a Gijón en 1932, donde residirá ya de forma permanente.

Se titula como arquitecto en 1947 y se doctora en 1961. En 1998 recibe la medalla de oro del Colegio de Arquitectos de Asturias y en diciembre de 2011 el Ayuntamiento de Gijón acuerda dar su nombre a una de las calles de la ciudad. Fue propuesto al galardón de hijo adoptivo de Gijón en este mismo año.

En una larga entrevista de Javier Morán publicada en estas mismas páginas en varias entregas durante el mes de septiembre de 2010, el arquitecto realizó un detallado resumen de su vida.

Díaz y Negrete siempre señaló a su padre, Avelino Díaz y Fernández-Omaña, así como a su socio durante sus primeros veinte años de carrera, Juan Manuel del Busto González, como sus principales referentes profesionales. Consiguió que ambos arquitectos tuviesen un adecuado reconocimiento ayudando a que sus trayectorias quedasen recogidas en sendas publicaciones monográficas.

Regaló al Ayuntamiento de Gijón el proyecto para la rehabilitación de la Escalerona, una de las obras racionalistas más significativas de las realizadas por su padre en la ciudad, iniciativa que permitió recuperar su diseño original en 2002.

Apenas finaliza la carrera, contrae matrimonio con Ana María Sanz Moliner, con la que tendrá cinco hijos: Ana, Marisol, Miguel, Teresa, Belén y Cristina.

Realiza sus primeros proyectos en un espacio cedido por su suegro en un chalé próximo a El Bibio, barrio donde también residía su padre.

A finales de 1948 fallece repentinamente Manuel del Busto, quedando su hijo Juan Manuel con dos estudios abiertos, uno en Gijón y otro en Oviedo, e importantes obras en curso como el Colegio de La Asunción y el teatro Arango. Ante esta situación, solicita la colaboración del joven arquitecto para después asociarse con él hasta su fallecimiento en 1967.

Miguel Díaz y Negrete mantuvo un constante trabajo en equipo durante su carrera. Por su estudio pasaron desde los delineantes Mario Menéndez Nicieza y Roberto Entrialgo hasta sus hijos Ana y Miguel. Sus proyectos incluyeron repetidamente obras de Joaquín Rubio Camín que contribuyeron a su despegue artístico y, además de los veinte años compartidos con Juan Manuel del Busto, también trabajará sucesivamente con Alfredo Álvarez, Rufo Fernández, Mauro Castro, Ricardo Batalla y Pablo Martín Hevia, además de mantener colaboraciones ocasionales con otros arquitectos e ingenieros, incluyendo a su padre.

Durante 64 años de actividad este arquitecto firma casi 4.000 intervenciones, que incluyen desde pequeñas reformas hasta un rascacielos. Participó en numerosos concursos -frecuentemente con éxito- y también cuenta con un importante número de proyectos no realizados.

Abordó todo tipo de tipologías arquitectónicas proyectando edificios con uso residencial, sanitario, religioso, comercial, industrial, educativo, cultural o deportivo, sin faltar obras de rehabilitación y restauración.

Sucesivos viajes y la recopilación de libros y revistas especializadas -hoy a disposición de los investigadores tras su donación a la Fundación Alvargonzález- le harán partícipe de las tendencias arquitectónicas vigentes en cada momento, aunque él mismo manifestará que una parte importante de su obra se vio limitada a causa del desarrollismo.

Entendió su tarea de arquitecto también como una labor social, tanto en lo deportivo apoyando al Sporting de Gijón mediante la construcción de las instalaciones de Mareo como en lo asistencial aportando proyectos para el desarrollo de actividades de asociaciones como Proyecto Hombre, Adansi y el Centro Ángel de la Guarda.

l Reforma del paseo del muro de San Lorenzo (1954)

El equipo constituido por Negrete, Busto hijo, José Antonio Muñiz y Juan Corominas bajo la dirección de Díaz Omaña formuló un proyecto funcional que, a la vez que respetaba la balaustrada y las farolas ya existentes, incluía unas pérgolas de hormigón como espacios multiusos, un amplia zona de paseo, jardines, aparcamientos y hasta carril-bici.

l Cruz del Picu Pienzu (1955)

La tercera cruz levantada en el punto culminante de la sierra del Sueve, tras ser destruidas las anteriores por sendos rayos, es visible desde los concejos de Caravia, Parres, Piloña y Colunga y también desde alta mar. Mientras las dos primeras estaban realizadas en madera, ésta se construye con perfiles metálicos y alcanza los 16 metros de altura, contando con una gran simplicidad estructural con la que, sin embargo, se logra un notable volumen que ayuda a su visibilidad.

l Sede de la Caja de Ahorros de Asturias en Gijón (1956)

Negrete y Juan Manuel del Busto ganan en 1949 el concurso nacional de anteproyectos convocado por esta entidad para su sede central en Gijón. La realización del proyecto definitivo y la ejecución de la obra -compleja debido a las características del terreno- dilataron su finalización hasta 1961.

El sobrio y austero exterior, potenciado por la cantería de granito utilizada, combina referentes clásicos con un evidente interés por la recuperación de la modernidad. La alegoría escultórica de Joaquín Rubio Camín instalada en la fachada a la calle Álvarez Garaya y la escalera principal y el atrio que presidían el patio de operaciones -incomprensiblemente desmantelados en el año 2000- evidenciaron la voluntad de los arquitectos por obtener un resultado a la vez sobrio y elegante.

l Grupo de las 1.500 viviendas de Pumarín (1956)

Esta intervención marcó en su momento un hito en lo referente a la solución de grandes grupos de vivienda de promoción pública respondiendo a criterios tanto de economía como de calidad. En él participaron también Díaz Omaña, Busto hijo y José Antonio Muñiz.

La combinación de bloques en altura -uno de ellos cuenta con veinte plantas y fue el primer rascacielos de la ciudad- para liberar espacio para zonas verdes así como la funcional distribución de las viviendas lo dotaron de una singularidad inédita hasta entonces en el ámbito de la vivienda obrera.

l Edificio «Garmoré» (1957)

Esta obra, firmada junto con Busto, constituye uno de los ejemplos más interesantes de la arquitectura residencial realizada en Gijón durante la mitad del siglo XX. En ella destaca la vanguardista solución de sus fachadas tanto por su diseño como por su estudiada gama de colores y la inclusión de un conjunto escultórico de Rubio Camín.

l Óptica Lozana (1962)

La adecuación de este local comercial, que hasta los primeros años de este siglo se ubicaba en el 23 de la calle Uría, conjugó un depurado diseño con la combinación de revestimientos de piedra natural, madera y una singular fachada realizada enteramente en vidrio en cuya estructura se integraban los escaparates y el rótulo comercial.

Su ejecución fue realizada con la calidad característica de la Casa Gargallo.