No tiene claros los motivos. Pero recuerda que la arquitectura le atrajo desde una edad muy temprana y con sólo 13 años ya iba a clases de dibujo fuera de su jornada lectiva. Alejandro Miranda Ferreras, gijonés de la calle Uría, empezaba a trazar entonces una vocación que acabó convirtiéndose en su forma de vida, más allá de honorarios o emolumentos. Cómo se explica, si no, el hábito de dedicarle a su estudio de la calle Corrida incluso las mañanas de sábado y domingo.

Pero es que Miranda no se toma la arquitectura como una obligación. Por eso, ha estirado su carrera profesional hasta los 68 años. Y, por eso, «nunca» dejará de ser arquitecto, aunque se haya jubilado hace poco más de una semana. Para hacerse entender, pone como ejemplo el caso de los médicos, que «tampoco dejan de ser médicos» cuando cuelgan la bata. Según dice, eso es así cuando uno se dedica a lo que verdaderamente le gusta.

Es lo que le inculcaron y él se lo ha transmitido a sus dos hijos: el mayor, analista financiero en Madrid, y la pequeña, diseñadora de interiores con tienda propia en Marqués de San Esteban. Que ninguno de ellos haya seguido sus pasos le ha facilitado, en cierta medida, la decisión de cerrar el estudio. Aunque el factor determinante sea, sin duda, el hecho de haberse sometido en este último año a dos operaciones quirúrgicas, de las que afortunadamente ha salido airoso.

Alejandro Miranda se jubila el mismo mes en el que empezó a trabajar como arquitecto. Entre este febrero de 2012 y aquel de 1967 han pasado 45 años. Después de cursar el Bachiller en el Colegio de la Inmaculada, con los jesuitas, y sacar el selectivo de Ciencias en Oviedo, se decantó por estudiar Arquitectura en Barcelona, a las mismas puertas de Europa. Ya entonces, la Ciudad Condal dejaba ver su archiconocida inclinación hacia las cosas del arte y del diseño.

En septiembre de 1966, Alejandro Miranda terminaba la carrera. Y, cinco meses después, ya estaba de vuelta en Gijón, ejerciendo junto a su hermano Alfredo -también arquitecto- en un estudio de la calle Fernández Ladreda, hoy avenida de la Constitución. De ahí, a Álvarez-Garaya y, luego, al número 27 de la calle Corrida, donde los Miranda hicieron tándem profesional hasta el año 2000. A raíz de la jubilación de su hermano mayor, Alejandro empezó a contar con la colaboración de un arquitecto joven, José Luis Rodríguez. Hasta ahora.

Su primer trabajo como colegiado supuso la ampliación del Sanatorio Marítimo, un edificio con el que Gijón siempre ha tenido gran empatía, tanto a nivel urbanístico como social. El proyecto mejoró considerablemente la atención a las personas con minusvalía psíquica, convirtiendo el sanatorio del Rinconín en un centro piloto. Para diseñarlo, incluso viajó a Holanda, un país que por entonces estaba mucho más adelantado que España en este tipo de instalaciones. El resultado causó tan buena impresión que el Instituto de Servicios Sociales, Imserso, le hizo varios encargos.

Con ese punto de partida, Alejandro Miranda fue dibujando una trayectoria profesional que resultó ser tan larga como prolífica. Sólo en Gijón, ha puesto su firma a los pabellones que Tudela Veguín y la Caja de Ahorros tienen en el recinto de la Feria de Muestras; a las iglesias de Contrueces y El Coto; a la ampliación del Hospital de Jove; o a la piscina y el centro municipal integrado de El Llano, éste último en colaboración con Juan Moriyón y José Luis García, entre otros.

La lista continúa; es inmensa, muy difícil de volcar en esta página. De entrada, ni el propio Miranda recuerda todas las obras en las que ha intervenido. De algunas no es consciente hasta que su memoria tropieza con ellas en plena calle. Porque son muchos los rincones de Gijón, y también de Asturias, en los que este arquitecto vocacional ha dejado su huella. Desde el Grupo Covadonga al barrio de Viesques.

Cuenta que, para la reordenación de la parcela del Grupo, se trasladó al México preolímpico, en busca de ideas que le sirviesen de referencia. De su estudio de la calle Corrida salieron la piscina cubierta, las piscinas descubiertas y los vestuarios que Jesús Revuelta, entonces presidente de la institución deportiva, presentó como Grupo 2000.

En cuanto a Viesques, Alejandro Miranda siempre creyó en sus posibilidades como barrio, siendo el autor del primer plan urbanístico que se desarrolló en la zona, ahora tupida de edificios de viviendas. Como también creyó en La Fresneda, donde aplicó su máxima de «crear pueblo». O lo que es lo mismo: planificar servicios y núcleos de relación vecinal para que las nuevas áreas residenciales no caigan en la frialdad de una ciudad dormitorio.

Pero, al desplegar los planos de la vida laboral de Alejandro Miranda, no sólo se puede contemplar un urbanismo ya desarrollado. El futuro de Gijón también ha pasado por sus manos. Muchos de los proyectos de urbanización que se materializarán de aquí a los próximos 10 años llevan su nombre. Como el plan de Castiello de Bernueces, el de Granda o el «ecobarrio» previsto en Jove. Entre estas tres operaciones, las más importantes del nuevo planeamiento urbanístico gijonés, superan las 7.000 viviendas.

Por tanto, será partícipe del Gijón que está por venir, aunque su transformación ya no le pille en activo. Seguramente asumirá con benevolencia la interpretación que otros hagan de los proyectos que él ha dejado por escrito. «Es muy riguroso con el trabajo propio, pero también respeta terriblemente el trabajo ajeno», destacan colegas y amigos. «Siempre se queda con lo que une, no con lo que es motivo de confrontación. Busca lo constructivo, lo bueno de las cosas», añaden.

Prueba de ello es que Alejandro Miranda hasta le ve una cara bonita a la fachada de El Muro: «Tú enseñas el paseo de San Lorenzo de noche, desde el club de Regatas, y cualquiera se enamora de Gijón. Entre luces y sombras, se ve El Muro como a todos nos hubiese gustado que fuera. De día, tenemos que convivir con lo que hay».