A las ocho de esta mañana Mario Suárez del Fueyo (Moreda de Aller, 1955) cruzará por última vez la puerta del colegio Jovellanos como director del mismo. Y lo hará como desde 2004, cuando asumió el cargo, con la mochila llena de cercanía, empatía, entrega, espíritu de lucha y una notable capacidad para escuchar a los demás y dialogar en pro de los valores de una educación pública y de calidad al servicio de los alumnos y la ciudad.

Se va con pena, confiesa, pero consciente de que es el momento para que otro coja su testigo y siga haciendo colegio y transmitiendo un sentido de pertenencia más allá de nociones académicas. "Echaré de menos a los niños, que me pregunten y que me lloren, también a los compañeros", reconoce. Se va con los deberes hechos pues goza de la satisfacción que da "haber conseguido el objetivo que me había planteado en esta última etapa de mi vida profesional: dejar funcionando un colegio en el centro de la ciudad". También se deja las 24 horas de cada día de cada uno de los doce años de su vida en que ostentó la dirección. Y con el cariño de los suyos muy a flor de piel en los últimos días.

El despacho está de mudanza. Mario se va. Lo sabe el claustro. A Mar Seco, por ejemplo, le invade la nostalgia tras trece años a su lado porque le hace responsable directo del colegio e instalaciones que tienen en la actualidad. "Se va a notar su ausencia, vivía por y para el colegio", apunta Rita Mari Domínguez. "Es una pena porque la educación necesita de personas de lucha como él", estima José Luis Sagredo. "Se va un referente", añade Ramón González. También son conscientes en la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA). "Es alguien cercano que siempre ha contado con nosotros y que se dedicó a hacer colegio, por lo que sólo tenemos palabras de gratitud", valora Sara López Colao.

Pero lo saben también los alumnos y alumnas. Los casi 680. "Me da mucha pena que se vaya", reconoce Nicolás Herrera, de cinco años. Y su sentir es el general, como prueba tan sólo que "el dire" se cruce con algún grupo por los pasillos o en el recreo. Todos se acercan, le saludan, le abrazan. "Mario, Mario", le gritan. Ayer, sin ir más lejos, tuvo más éxito, saludos y palabras de los escolinos que el propio enviado de los Reyes a recoger sus cartas para los Magos.

Fueyo dice adiós a cuarenta años de vocación tardía. Se enroló en el magisterio por recomendación y se matriculó en la Universidad Laboral de Cheste. "No tenía una idea clara, fue al entrar en contacto con la enseñanza y los compañeros cuando empecé a sentir adoración por los niños", desvela. Y siempre con la convicción de combinar vocación y profesión porque, en nombre del primero, "se han hecho verdaderas barbaridades en la enseñanza". Desde bien joven tomó conciencia de que la educación debe aunar dos movimientos: el reivindicativo por la mejora de la enseñanza pública y el de renovación pedagógica. Con esos mimbres transformó el viejo caserón de la calle La Merced en el gran colegio que el centro de Gijón necesitaba.

Supervisó y peleó, bajo el paraguas del beneplácito de toda la comunidad educativa, las obras del centro y la ampliación de aulas al tomar el antiguo edificio de la Cátedra de la Universidad de Oviedo. Las obras comenzaron poco después de la colocación de una placa en recuerdo de los maestros y maestras republicanos. A su modo, también en el colegio entonaron su "no nos moverán" y permanecieron allí al compás de las obras para evitar no volver. Empezó entonces la creación de un colegio abierto y seguro. Abierto a la ciudad a través de actividades culturales y abierto a la influencia de la ciudad sobre el colegio. También puso al alza el valor que suponen las familias al compartir sus conocimientos con los alumnos.

Mario se jubila hoy tras cuatro décadas de trabajo. En Valencia, en La Felguera y en Gijón, donde pasó por el García Lorca, Cervantes, Los Campos, Laviada, Río Piles, Lloréu, Monteana, Fernández Vallín y el Emilio Alarcos. Y, por supuesto, en su colegio Jovellanos, donde compañeros y alumnos ya le echan de menos aun sin haberse ido. Aunque saben que Mario nunca se irá del todo.