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Tres cuartos de siglo de luces y sombras

Un inmueble convertido en símbolo que fue obra vanguardista a nivel local y que hoy es muestra de descuido y abandono

Por diversas razones, algunos edificios acaban por convertirse en un referente, en un símbolo. Hace años que esa cualidad es propia de la estación de autobuses de la empresa Alsa, genéricamente conocido como el Alsa o los Alsas, que cumple ahora 75 años desde que fue inaugurada y que, aunque mutilada y maltrecha, aun forma parte de la vida cotidiana de la ciudad. En esa pequeña franja de terreno miles de personas llegaron y salieron de Gijón desde 1941, por tanto su nombre evoca tres cuartos de siglo de encuentros, despedidas, alegrías, lágrimas y aventuras. Pero también ha sido durante años sinónimo de abandono, precariedad y vergüenza ajena.

En su origen, sin embargo, fue ante todo una obra de vanguardia. Este edificio fue el colofón de una brillante etapa de la arquitectura local, desarrollada entre los últimos años de la década de 1920 y los primeros años cuarenta, que se caracterizó por su afán de modernidad y su fuerza expresiva. Un legado notable que, paradójicamente, fue levantado durante uno de los periodos más difíciles de nuestra historia, marcado por una profunda crisis económica primero y una terrible guerra civil después, que puede conocerse con detalle gracias al libro Gijón, arquitecturas singulares (1929-1943) editado por la Fundación Alvargonzález.

Ya en el final de ese periodo, en el contexto de miedo, miseria y dolor propio de los años de la fame del inicio de la posguerra, los arquitectos Manuel y Juan Manuel del Busto consiguieron alumbrar una de sus mejores obras. Ni el terreno -aunque estratégico- era el mejor para construir, ni los materiales disponibles entonces eran de calidad, ni el edificio se pensó nunca para resistir el intenso tráfico que llegaría a soportar con el paso de los años. Valga como referencia que, inicialmente, estaba diseñado para contar con dos dársenas y que con el paso de los años llegará casi a la decena tras convertirse de facto en la estación de autobuses de la ciudad.

Fueron sumándose años y años de vibraciones, de falta de mantenimiento, de reformas y modificaciones no siempre acertadas que llevaron al edificio al límite de su resistencia, hasta que el 12 de julio de 2002 se derrumbó la cornisa de los antiguos talleres provocando casi una docena de heridos. Sólo el azar evitó que no hubiese ninguna víctima mortal.

Tras ello vinieron primero unas obras apresuradas que llevaron a desmantelar toda la estructura de acero roblonado de los antiguos talleres, seguida de una fase de consolidación más cabal realizada en 2007 tras impedirse que la empresa propietaria culminase su intención de demoler lo que restaba del inmueble, extremo evitado gracias a que esta parte del edificio estaba catalogada y a que tanto el Ayuntamiento de Gijón como la Consejería de Cultura mantuvieron una posición firme al respecto.

No obstante, de la construcción original hoy apenas pervive un tercio que, aunque aún mantiene sus líneas básicas de diseño, se ha visto despojado de su empaque original.

Una de las primeras fotos que se conservan del edificio ya terminado nos da una clara idea de cual fue su porte y del impacto que tuvo que causar en su época. También salta a la vista que lo que hoy nos queda es sólo una sombra de aquel inmueble y, por ello, sólo cabe desear que su fachada recobre su esplendor, que su reloj cúbico vuelva a señalarnos la hora y que el reflejo de los neones de su rótulo vuelva a hacer iridiscente el asfalto húmedo en las noches de lluvia.

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