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Manuel Moreno Ferrero | Psicólogo y grafoanalista

"Somos naturaleza, y si la coartas, el precio es la angustia vital que padece mucha gente"

"No se nos enseña a gestionar nuestras emociones y es un problema serio, no sólo se progresa con el desarrollo tecnológico"

"Somos naturaleza, y si la coartas, el precio es la angustia vital que padece mucha gente" JUAN PLAZA

Pienso que tienen suerte los pacientes que caigan en sus manos. Encontrarán el norte de sus vidas, el sentido, entre el tráfago de vacíos y falsos dioses. Manual Moreno es esa luz que alumbra la verdad, sin ruido, serenamente, con alegría. Es un hombre inteligente y profundo, que mira de frente, sonríe, no pontifica, pero de sus labios van brotando las razones que determinan el valor humano; razones obvias, aunque aplastadas por la sinrazón del hedonismo, de la frivolidad o la molicie. En su despacho se vive otra historia, más grande, más hermosa. La verdadera historia del hombre. Me alegro de haberle conocido.

-¿Usted quién es?

-Nací en Avilés (1962), mayor de cuatro hermanos. Dicen de mí que soy muy comunicativo, sociable y algo tímido. Exigente, me gusta la funcionalidad y no el exceso de orden. Creo tener un buen sentido del humor y soy intolerante con las faltas de precisión. Estoy casado y tengo tres hijos.

-¿Cómo fue su infancia?

-Preocupada y reflexiva; la idea de la muerte me inquietaba. Leía mucha filosofía, los fundamentos de otras religiones? Pero también jugaba. Tuve grandes amigos y recuerdo ser el paladín de las causas justas.

-¿Por qué eligió esta profesión?

-Después de cursar el Bachiller en el Instituto Carreño Miranda, estuve diez años dedicado a viajar, viviendo un poco la bohemia, reflexionando. Cuando tuve claro lo que deseaba, me licencié en Psicología por la UNED. Me establecí en Gijón hace cinco años, pero doy clases de Pericia Caligráfica Judicial y Grafología desde hace veinte años; escribo, y perito documentos y grafismos para los tribunales de justicia. Una faceta que me equilibra es mi relación con los animales; tengo dos perros y todas las noches camino con ellos durante dos horas por los vericuetos de Somió. Es casi una meditación que me cura del cansancio de lo humano. Su silencio me devuelve a la inocencia; el entorno es artificial, puede ser una trampa que conduzca a la soledad. Lo que sana es el contacto con la Naturaleza, con otros seres que comparten el tiempo y el espacio contigo. Moverse, caminar, nadar... nos devuelve al animal que somos; la vida sedentaria destruye. Somos naturaleza, y si la coartas, el precio es la angustia vital, algo que padece mucha gente.

-¿Usted se psicoanaliza a sí mismo?

-No, en general se recomienda que te sometas al estudio de otro profesional para poder conocerte.

-¿Y se gusta?

-Unas cosas sí y otras no, pero es necesario reconocerlas para superarlas. Es un paso clave para meditar sobre lo que Jung llamaba "la sombra". Lo feo de cada uno.

-¿Cuál es la enfermedad más frecuente que trata en su consulta?

-Claramente, los trastornos de la ansiedad, que es la otra cara de la angustia y puede afectar a lo físico, como provocar taquicardias, extrasístoles, jaquecas, insomnio, incluso efectos psicomotrices o irritabilidad. El tipo de vida actual está superficialmente orientado, conduce a la falta de sentido. Y esta falta de sentido lleva al sufrimiento, al trastorno y a veces a la muerte. El ser humano no puede soportar una vida sin sentido. Su alma inconsciente enferma si no tiene una relación con ese sentido. Nietzsche decía que quien tiene un porqué es capaz de cualquier cómo. Cada persona está moralmente obligada a encontrar sentido a su vida, y si no lo busca va a tener problemas.

-Hábleme de la violencia, ¿dónde nace?

-Nace de una relación torcida o perversa con la naturaleza que somos. Los seres humanos tenemos un dispositivo que es la agresividad, que no es lo mismo que violencia. La agresividad no es buena ni mala, pero se vuelve perversa cuando la vida de una persona es dirigida por su propia ignorancia, lo que lleva a establecer relaciones inadecuadas con los demás. Adler habla del afán de dominio, de explotación, para servirse del otro. Ese planteamiento mezquino conduce a la violencia.

-¿Incurren en esto los que matan a su mujer?

-Un porcentaje alto son psicópatas, y el resto, personas con un patrón de conducta violenta que desemboca en tragedia; una emoción intensa equivale a una posesión, y en términos neuropsicológicos, a un secuestro amigdalar. No se nos enseña a gestionar nuestras emociones, y esto es un problema muy serio. En muchos países, en la escuela se imparten clases de inteligencia emocional. Una sociedad no puede progresar sólo con desarrollo tecnológico, necesita un tratamiento emocional maduro para gestionar mejor las emociones. De lo contrario volvemos a la angustia, nos alejamos de la Naturaleza.

-¿Qué es para usted la felicidad?

-Vivir cada momento de la manera más completa posible, despierto. Es ridículo hablar de felicidad en términos absolutos; la vida es un flujo continuo de cambios. El budismo lo llama lo impermanente, no hay nada en el mundo, el cosmos, el hombre, que sea permanente.

-¿Está de acuerdo con Rilke cuando dice que no se trata de pensar en victorias, sino que basta con sobrevivir?

-Sí, lo importante es desentenderse de los resultados. El evangelio de Gandhi habla de la acción desinteresada, lo contrario de lo que hoy mueve el mundo. La vida está en el camino, no en la meta.

-Vayamos a la grafología, ¿qué le dice la escritura?

-Me muestra el tipo de conducta habitual y al mismo tiempo define el carácter, el temperamento, la inteligencia, el estado de ánimo de una persona. La firma nos dice cómo se valora a sí misma, y la escritura más la firma equivale a una radiografía poligráfica de su personalidad.

-¿Qué es la melancolía?

-Yo la relaciono con el otoño de las cosas. Es una pena existencial relacionada con el lado oscuro de la vida. Creo que se puede morir de melancolía.

-¿Y de amor?

-Sí. Los procesos vitales que llevan a la muerte son profundamente enigmáticos y tienen que ver con movimientos inconscientes del espíritu humano.

-¿Quién es el enemigo de la sociedad actual?

-El egoísmo individualista, la ignorancia de que todos tenemos que ver con todo el mundo. Y la desacralización de la vida, no en términos ideológicos, sino en términos de sensibilidad hacia las cosas vivas. Del antropocentrismo del que somos incapaces de salir, esto puede ser nuestra propia tumba como especie.

-¿Tiene usted una fórmula mágica como ayuda?

-Sí, dicha fórmula está en el silencio, en relacionarte con él en quietud, sin hacer nada. Bastan veinte minutos. Fortalece el cerebro, el espíritu, y es una fuente inagotable de sosiego. Te permite volver a casa, a ti, a la naturaleza que eres. Es tan potente que puede cambiar tu vida. En el siglo XVI ya lo recomendaba el médico Paracelso, y también las prácticas orientales, y la mística.

-Todo gira en torno al misterio de la vida?

-Sí, ese misterio, que es irresoluble, debe su belleza precisamente al prestigio que tiene su profundo enigma para la consciencia humana. Para mí ese misterio tiene que ver con la trascendencia, con la realidad esencial, con ese ser al que llamamos Dios. El hombre es parte de esa realidad que le trasciende y va más allá de su entendimiento. Poder relacionarnos con esa realidad viviente es encontrar el sentido de la vida.

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