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El primer aparcamiento subterráneo, construido en la plaza del Seis de Agosto

El parking se hizo por iniciativa privada ya que no era el lugar idóneo para los responsables del plan urbanístico

La plaza del Seis de Agosto con su fuente luminosa.

Los cambios profundos en las nuevas concepciones urbanísticas motivaron todo tipo de protestas hacia los planteamientos hechos por la adjudicataria "Agrupación de Empresarios Individuales, S.A.", que comandaba Ramón Fernández-Rañada y Menéndez de Luarca. Aunque del total oscurantismo en etapas pretéritas en la Casa Consistorial, se había pasado a una nueva era de transparencia total -ya que el avance del Plan General de Ordenación Urbana fue sometido a un periodo de información pública de sesenta días, el doble de lo legalmente obligado, en la Colegiata de San Juan Bautista-, el fuego cruzado se había abierto contra el impasible equipo de Ramón Fernández-Rañada que no se dejó influir por las interesadas opiniones de muchos colectivos.

Tras aquel primer periodo de información pública del avance del Plan General -durante el cual pasaron más de cincuenta mil personas por La Colegiata-, a la hora de la verdad solamente fueron presentadas setenta y cinco alegaciones -una de ellas a la totalidad por el entonces radiofonista Ramón Rato, aunque sin especificar ni las razones ni las alternativas- cuando se esperaba que rondasen las quinientas. Pero el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias no presentó oficialmente ninguna alegación y la Asociación de Promotores y Constructores de Edificios Urbanos (Asprocon) se limitó a hacer algunas sugerencias sobre la conveniencia de construir una carretera de circunvalación al cerro de Santa Catalina y reducir el número de edificios catalogados para que la piqueta de la especulación urbanística, con la demolición de preciosos edificios históricos, no fuese frenada tan en seco.

F rentes abiertos que siguen sin resolverse un cuarto de siglo después. Los frentes más importantes que fueron abiertos en oposición al nuevo planeamiento urbanístico se centraron en la ubicación de la estación central de autobuses y el futuro uso de la ería del Piles -un cuarto de siglo después seguimos más o menos en las mismas con ambos temas- así como el trazado de la ronda de camiones, de la que nunca se supo más, y de la nueva ordenación de la zona rural, que fue muy contestada por las asociaciones vecinales.

No fueron tiempos fáciles para Ramón Fernández-Rañada, quien con su sorna habitual manifestó aquello de que se sentía como el entrenador de un equipo de fútbol, al que le llegaban furibundas críticas de todas partes, mientras que el presidente y los directivos que le contrataron guardaban silencio, sin respaldarle en sus propuestas. Pero es que el enemigo, una vez más, se encontraba dentro del propio Ayuntamiento, ya que ni el ingeniero municipal de Obras Públicas, Fernando González Landa, ni el director de la Oficina Municipal de Tráfico, Eduardo Vigil, facilitaban que los nuevos planteamientos urbanísticos siguiesen su cauce normal sin poner palos en las ruedas. También Juan Bautista Martínez Gemar, quien había sido arquitecto municipal -en los peores tiempos urbanísticos, en los que la discoteca cubierta de "El Jardín" fue construida con un proyecto suyo, con solamente una licencia de obras menores-, arremetió con toda su inteligencia para revolver todavía más el mar de fondo en las turbulentas dependencias municipales.

El problema de los aparcamientos subterráneos. Gijón carecía de aparcamientos subterráneos y a Ramón Fernández-Rañada no se le ocurrió una idea mejor que contar que, tras los estudios realizados por la noche en la ciudad, sobraban aparcamientos en superficie, lo que hacía innecesaria la intervención. Aunque eso sí, sugiriendo que de hacerse alguno, el sitio idóneo sería la plaza de Europa.

Sin embargo, por aquello de que una ciudad de la importancia demográfica de Gijón -doscientos cincuenta mil habitantes- no podía estar sin ese tipo de servicios tan en boga, los técnicos municipales idearon una red de unos quince aparcamientos subterráneos dando prioridad al de la plaza de Romualdo Alvargonzález Lanquine, al lado del Mercado de San Agustín. Debido a ello, el equipo de Ramón Fernández-Rañada decidió no entrometerse más en el enojoso asunto y optaron por que hicieran lo que quisieran y los dejasen en paz.

La creación del primer aparcamiento subterráneo. Sin una planificación urbanística concreta, sabido es que siempre hay que dejar los proyectos en las manos de las empresas que asumen los riesgos. El avispado aranés Francisco Javier Vidal León acababa de comprar -junto con su socio José Luis Tuero, quien era gerente de "Chocolates La Herminia, Plin y Sueve"- el hotel Hernán Cortés a su propietario Juan Suárez, a quien los números no le salían con la explotación de aquel tradicional hotel que ya no pasaba por sus mejores tiempos.

Al no contar con un aparcamiento subterráneo propio en el hotel, Francisco Javier Vidal León movió muy hábilmente los hilos para constituir una sociedad -en la que participó en los primeros meses y después se retiró para no asumir riesgos financieros- que tuvo el apoyo de Ángel Viejo Feliú quien supo movilizar a inversores de su entorno para hacer realidad la construcción del primer aparcamiento subterráneo de Gijón.

Y así se procedió a desmontar la luminosa fuente, con la preceptiva licencia municipal, claro -ya que el alcalde José Manuel Palacio fue receptivo a la demanda popular de crear un primer "parking" donde fuese- para la construcción del aparcamiento de la plaza del Seis de Agosto -con un proyecto de un ingeniero homónimo al nuevo dueño del Hernán Cortés- que se hizo tal y como le venía bien a Javier Vidal, ya que su única entrada es frente a la puerta del hotel, por lo que a su potencial clientela podía vender que tenían aparcamiento a cincuenta metros.

Una operación redonda para quitarse el sombrero, desde luego.

El Banco de España cerró su sede en Gijón. Aquel mes de junio de 1982, sin que nada pudiese hacer su presidente de la sede en la villa de Jovellanos, el gijonés José Ramón Álvarez Rendueles -destacado alumno del Colegio de la Inmaculada- tuvo que cerrar la sede del Banco de España, en aquel lugar donde había estado el primer Teatro Jovellanos, al decidir en Madrid que asumiese sus funciones Oviedo -para lo que no dudaron en derruir el hermoso palacete de Concha Heres en el que había trabajado el inmortal ingeniero francés de Dijon, Gustavo Eiffel- construyendo una funcional sede frente al Campo de San Francisco. Pero toda la magia arquitectónica se perdió.

En aquellos tiempos, el consejero de Educación y Cultura, Antonio Masip, planteó al Ayuntamiento la posibilidad de crear allí un gran centro bibliotecario, dado que la Biblioteca Municipal de Gijón se encontraba totalmente desbordada de fondos en los locales de que disponía en el antiguo Instituto de Jovellanos. Su directora Rosalía Oliver Meroño -esposa del gran escritor e investigador de nuestra historia, que se ganaba la vida como taxista, Miguel Ángel González Muñiz, natural de la Abadía de Cenero- había realizado una gran labor potenciándola hasta el no va más, por lo que se encontraba desbordada de libros para tan poco espacio. Sin embargo, dado que no se habían transferido todavía las competencias a la recién nacida autonomía, nada se hizo.

El alcalde José Manuel Palacio no sabía a qué dedicar aquel espléndido edificio para cuya remodelación -que posteriormente fue hecha por el arquitecto José Manuel Caicoya ya fallecido, quien había sido un sobresaliente alumno en el Colegio del Corazón de María- hasta que dio una importante cantidad de dinero el director del Banco de España, José Ramón Álvarez Rendueles. Más no pudo hacer.

Su primera utilización pública fue curiosamente para la exposición de la propuesta del nuevo Plan General de Ordenación, tras haber sido estudiadas las alegaciones presentadas durante el periodo de información pública del avance del nuevo planeamiento urbanístico.

Todo pasa y todo queda.

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