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MARÍA VICTORIA AGUIRRE LÓPEZ | PROFESORA DE FRANCÉS JUBILADA Y EXPRESIDENTA DE LA ALIANZA FRANCESA

Una distinción a mucha gala

La gijonesa condecorada por el Gobierno de Francia con la Orden de las Palmas Académicas, que premia la dedicación a promocionar la cultura de ese país

Una distinción a mucha gala

Si existe una gijonesa que en estos días puede hacer suyo el segundo verso de la primera estrofa del himno de Francia -"le jour de gloire est arrivé" ("el día de gloria ha llegado")-, ésa es María Victoria Aguirre López, a quien el cónsul del país vecino en Bilbao, Sameh Safty, acaba de imponer la condecoración de la Orden de las Palmas Académicas en la categoría de "chevalier", por su dedicación a la enseñanza de la lengua y cultura francesas durante casi medio siglo. La entrega de la distinción tuvo lugar en el Club de Tenis de Gijón, donde Aguirre, de 73 años de edad, estuvo arropada por familiares y amigos. Se trata de una condecoración que tiene su origen en la época de Napoleón y que inicialmente recibían dilectos profesores de la Universidad de París.

Se trata de un honor muy relevante el alcanzado por esta gijonesa que nació en la calle Trinidad, y que asistió a clases de niña en el colegio de la Asunción, donde impartían docencia monjas de origen francés. De esa época le viene el gusto por la cultura gala, que la ha reconocido ahora al nivel de académicos y personalidades de ese país que han destacado por sus méritos en los ámbitos de la cultura y la educación. La primera frase que aprendió en el idioma de Victor Hugo y Balzac fue: "Maman, j'ai perdu mon gant!" ("¡mamá, he perdido mi guante!").

Quienes la conocen bien en esta ciudad, como su íntima amiga y compañera en las aulas Virginia Álvarez-Buylla, aseguran que María Victoria -Toya - es una persona a la vez locuaz y tranquila que pasó su infancia en el hotel Comercio, de Gijón, donde vivió algunos de los mejores años de su vida. Ese conocido hotel, desde 1961 en la calle Trinidad, regentado por Celestino Aguirre y su familia, en competencia permanente con el hotel Malet, un clásico también, fue obra proyectada por el arquitecto Luis Bellido, el mismo que firmó el Banco de Gijón y la iglesia de San Lorenzo. En las décadas de 1920 y 1930, el hotel Comercio se anunciaba en las guías de la época como una instalación con "habitaciones espaciosas y ventiladas, departamentos para familias, condiciones especiales para los señores viajantes, sala de lectura, baños, duchas, vistas al mar...". Puso teléfono en 1942, pero no en todas las habitaciones.

En ese reconocido establecimiento pasaban las vacaciones parientes de las grandes familias gijonesas con sus hijos, donde hacían una vida familiar y jugaban a la canasta y a la lotería. Los más pequeños representaban obras teatrales y los huéspedes se reunían para aplaudir esas ocurrencias infantiles. En una ocasión, un huésped protestó airadamente porque hacían mucho ruido y al final se fue tan contento, con un premio.

En el Comercio vivían varias señoras entrañables que habían quedado viudas y que habían adoptado el hotel como hogar. Era el caso de una tía de los Álvarez-Hevia, que quería mucho a Victoria y que nunca se olvidaba de su cumpleaños. Al establecimiento llegaban también familias de indianos que venían de Cuba. Por una de las tradiciones del país caribeño y la influencia de estos huéspedes adinerados, María Victoria celebró su 15.ª cumpleaños a lo grande. Sus padres le regalaron una pulsera de oro, que aún conserva. En el hotel se alojaba Josefina Mier, empresaria que llevaba el teatro Jovellanos y el Campoamor, y que solía regalar a Victoria y a sus padres entradas para los palcos de ambos recintos. A esa época debe su afición cultivada a la ópera y el teatro.

Obediente con los designios de sus mayores desde niña, cuando terminó la etapa escolar, María Elvira Muñiz, que vio en ella satisfacción por los idiomas y las letras, le aconsejó que fuera a estudiar a la Universidad de Salamanca, donde estaban los mejores profesores. Hizo caso a la singular maestra y nunca se arrepintió. Pensaba estudiar Clásicas, pero su tío Francisco, que era canónigo de la Catedral de Oviedo, la persuadió: "Con esa carrera nunca tendrás fácil encontrar un trabajo". Le hizo caso y se matriculó en Lenguas Modernas.

María Victoria recuerda los años en Salamanca como mágicos. Había una profesora que dejó en la estudiante gijonesa una huella indeleble: Paulette Gabaudan, nacida en París y casada con Luis Cortés, catedrático de Filología Francesa en las aulas universitarias helmánticas (ambos contribuyeron a la creación de la primera sección de Lenguas Modernas en España, donde formaron a varias generaciones de profesores). En Salamanca conocería a quien años después sería su marido, Jorge Kadlec. En 1969 gastó todos sus ahorros, 70.000 pesetas de las de entonces, en un curso en la Universidad de La Sorbona. Aún conserva como oro en paño el certificado.

Al finalizar la carrera tuvo su primer trabajo en un colegio de Cacabelos. Después, en el Instituto de Secundaria de Ponferrada, con una clase insufrible de cincuenta alumnos a las cuatro de la tarde. Los siguientes destinos fueron Arzua y Santiago de Compostela. Para entonces ya se había casado, aunque su marido iba y venía porque aún no había terminado la carrera. De la época gallega guarda también preciadas amistades. Era la época en que comenzó a preparar las oposiciones, que aprobó, y pudo conseguir destino definitivo en su tierra, de la que había estado alejada doce años. Le dieron plaza en el Instituto Jovellanos, en 1977. Ya no impartió clases en otras aulas que no fueran las del célebre centro de Enseñanza Secundaria gijonés, en el que se jubiló en 2005.

En Gijón fue profesora pionera en los intercambios internacionales de alumnos. De esa época guarda curiosas anécdotas, como en una ocasión en una casa de familia austera donde casi la matan de hambre: en el desayuno ponían cinco tostadas y eran siete a repartir. No faltaron conflictos que ahora recuerda con una sonrisa -son otros tiempos-, como cuando en un intercambio con un instituto de Niort los alumnos franceses desplazados a Gijón se negaron a entrar en las iglesias.

Incapaz de quedarse quieta en casa y a raíz de un intercambio, ayuda a poner en marcha en 1980 la Alianza Francesa de Gijón, entidad con sede en el centro de Gijón, en la calle Dindurra, que preside durante ocho años y en la que desarrolla un enorme trabajo de promoción de la lengua de Francia, con numerosas actividades culturales y hasta un coro.

María Victoria Aguirre exhibe a las visitas, orgullosa, no sólo la medalla recién obtenida, sino también el diploma de la Orden de las Palmas Académicas firmado por el ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, que le llegó a su domicilio en Gijón acompañado de una carta de felicitación del embajador de Francia en España, Yves Saint-Geours. Francófona y francófila, lleva a mucha gala la insignia recién recibida, compuesta por dos ramas idénticas cuyo diseño corresponde al artista Raymond Subes.

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