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El alcalde Palacio y representantes de la Corporación, con Ramón Rañada y su equipo.GUERRERO

Durante la etapa de José Manuel Palacio se inició la modernización de la ciudad

La apertura de la gran calle A-1 fue un éxito de su mandato y debería dársele el nombre del que fue el primer alcalde de Gijón en la democracia

No es bueno perder la memoria, y a aquel que se olvida de que la modernización de la ciudad fue iniciada por el alcalde José Manuel Palacio (La Habana, Cuba, 5 de junio de 1930-Gijón, 28 de septiembre de 2005) mal le va o a sus opiniones las mueve otro tipo de intereses sectarios y partidistas. Aquel Gijón de finales de los años setenta padecía muchas carencias y los barrios obreros estaban muy abandonados. Las inundaciones en la puerta de la Villa y en el barrio de La Arena eran cíclicas por la falta de colectores. No había una red semafórica y las vías principales de circulación -como las denominadas entonces General Mola y Héroes del Simancas- eran de doble sentido, lo que suponía una irracionalidad. Eso también fue obra de él con la creación de la Oficina Municipal de Tráfico, que dirigió Eduardo Vigil y que puso un antes y un después en la organización de la circulación rodada.

Una de las prioridades de aquella Corporación presidida por José Manuel Palacio fue la de realizar grandes inversiones en los populosos barrios obreros cuyos ciudadanos les habían dado sus votos pensando en la solución de sus más acuciantes problemas. La pavimentación de las abandonadas calles de barrios como El Natahoyo y La Calzada y la construcción de una red de alcantarillado se desarrollaron con un ambicioso plan integral.

Un nuevo planeamiento urbanístico para modernizar la ciudad. Entonces se comprendió la imperante necesidad de un nuevo planeamiento urbanístico que frenase el deterioro arquitectónico de los edificios históricos de la ciudad que eran objeto de la piqueta especulativa, con los ojos cerrados ante la destrucción de construcciones ideadas por grandes arquitectos que habían concebido desde finales del siglo XIX un Gijón modernista, absolutamente ideal y muy avanzado para aquellos tiempos.

Las dudas siempre estuvieron presentes en aquella Corporación que tuvo que enfrentarse a una ingente cantidad de problemas. Pero de la duda siempre se llega al camino de la verdad, y la adjudicación de la revisión del Plan General de Ordenación Urbana a un eficaz equipo dirigido por el urbanista Ramón Fernández-Rañada Menéndez de Luarca -quien había presidido la Junta Democrática de Asturias y que hace un par de años fue gratificada su ejemplar labor con el Premio Nacional de Urbanismo-, quien, con su ironía habitual, no dudó en calificar a Gijón como Sodoma y Gomorra.

En aquellos años de gravísima crisis laboral con el desmantelamiento de las principales empresas de nuestro tradicional tejido industrial, pronosticó lo que él calificó como "tendencia al crecimiento cero", lo que provocó que todas las fuerzas conservadoras se lanzasen con descalificaciones a sus honrados planteamientos urbanísticos.

Lo que, en realidad, en aquellos años estaba en juego era quién tenía el poder, dado que los conspicuos de siempre no estaban dispuestos a dar el brazo a torcer, con que quienes realmente mandaban no estaban en el salón de té de "Yuste", ni en el "Marathon", ni tampoco en las tertulias donde se rajaba contra "uno de Oviedo que venía a organizar Gijón", sino que las urnas habían dado toda la autoridad a quienes gobernaban la ciudad desde la Casa Consistorial.

Iniciativas fundamentales para el progreso. No solamente se pusieron las bases para que todos los trenes llegasen hasta el centro del casco urbano en la plaza del Humedal y se dejase vía libre a las dársenas del puerto de Cimavilla al trasladar la tradicional rula al puerto del Musel, donde había mejores calados para las grandes embarcaciones, sino que también el alcalde José Manuel Palacio -durante sus ocho años de mandato- llevó a cabo fundamentales iniciativas.

La recuperación de terrenos que todos los gijoneses deseábamos -como el cerro de Santa Catalina y el cuartel de El Coto- y la creación de zonas verdes públicas fueron otros de sus históricos logros. Ahora se habla mucho de los temas ecológicos, pero aquella Corporación municipal hasta tuvo una Comisión de Ecología y Medio Ambiente, que realizó una intensa campaña de plantación de árboles por las calles de la ciudad -soy indignado testigo de cómo Silverio Cañada de un patadón destrozó el arbolito que se había colocado en un alcorque frente a su Librería Universal, en la calle de Menéndez Valdés-, y también con mentalidad universalista se rendía todos los años un homenaje a un país plantando uno de sus representativos árboles en el parque de Isabel la Católica.

José Manuel Palacio no pudo evitar que hubiese pequeñas construcciones en la finca de Somió Park -porque no estaba protegido en la planificación vigente-, chalés que fueron hechos por los propietarios de la empresa Fernández y Pillo, quienes habían ganado muchos "pellones" con las contratas para el movimiento de tierras en la Expo-92 de Sevilla. Pero lo que sí consiguió fueron los veinte mil metros cuadrados del parque del Lauredal -él se llevaba muy bien con Julio Paquet, y la trágica muerte allí de uno de sus nietos facilitó la operación de compraventa- y también que se hiciese público el gran pulmón verde del parque de Los Pericones -donde hay allí solamente una pequeña placa que lo recuerda- gracias al acuerdo llegado con el conde de Revilla-Gigedo.

Sin olvidarnos de la demolición de las ruinosas construcciones en el Náutico, que pudo así ser calificado como zona verde en el nuevo planeamiento urbanístico, y de la construcción del primer aparcamiento subterráneo por iniciativa privada en la plaza del Seis de Agosto.

Durante su mandato, el estadio municipal de El Molinón fue remodelado para el Mundial de Fútbol de 1982, aunque no con gran acierto, ya que fue el primer campo de fútbol con cinco alturas; en 1983 se iniciaron los Encuentros de la Juventud de Cabueñes, en la olvidada Laboral; el rojiblanco entoldado en la plaza Mayor fue una solución provisional como escenario para multitudinarias actuaciones populares, y se puso a Gijón en el mapa mundial de los grandes conciertos internacionales.

Gracias al apoyo de Pedro de Silva y su Gobierno, se rehabilitaron los históricos edificios del palacio de Revilla-Gigedo y del conjunto de La Trinidad, con lo que Gijón cuenta con un magnífico triángulo museístico que se completa con la Casa Natal de Jovellanos. Y se dieron los primeros pasos para la creación del primer puerto deportivo de Asturias, en las dársenas locales. Todo un gran cambio en una de las fachadas marítimas de la ciudad.

La gran calle A-1 debería llevar su nombre. Catorce años después de su fallecimiento, el Ayuntamiento aún no ha llegado a un acuerdo para rendirle el merecido homenaje a quien puso las bases para la modernización de la ciudad. De ahí que ante las dudas de la actual Corporación creo oportuno recordar que otro de sus innegables éxitos fue la apertura de la calle A-1, que comunicó directamente los barrios de El Natahoyo y El Llano. Aunque él no era marxista dejó que a su gran avenida le dieran el nombre de Carlos Marx, pero pienso que es de justicia que, como reconocimiento a su gran labor en la modernización de la ciudad, las placas lo recordasen en aquella vía como "Alcalde José Manuel Palacio". Así, respetando los tradicionales nombres del nomenclátor se rendiría justicia a quien lo dio todo por Gijón para hacerla más ciudad.

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