La procesión del Miércoles Santo es la que mayor número de pasos lleva. A las ocho de la tarde, después de una ceremonia en que se impusieron las medallas a los nuevos cofrades de la Santa Misericordia, salió de la iglesia de San Pedro el paso de la Virgen Dolorosa, acompañada de la imagen de San Juanín, seguida de los cofrades del Santo Sepulcro. Antes se tocó la marcha "La madrugá" por la Banda del Principado para que los cofrades recibieran sus emblemas. Un señor señala que esta marcha es típica de los colegios de monjas. Después de la lectura del evangelio según San Mateo en que se narra la pobreza, el oficiante impuso las medallas a JuLia América Blanco Rodríguez, Emilio Gonzales Álvarez , Miguel González Maroto, Estanislao Llorens Menéndez, María Inés Maroto Muñiz, Beatriz Ordiales Camporro, Dolores Peñacorveira García, Seila Quintana Pérez, Ángel Cipriano Suardíaz Alfonso, Alejandro Vallaure Alonso, y Rosa María Valle Martínez.

Una muchedumbre aguardaba en la explanada anterior a la iglesia. Salió por fin la imagen de la Virgen Dolorosa bajo los sones del Himno Nacional y el presidente de todas las cofradías, Ignacio Alvargonzález leyó una preciosa poesía. A las ocho habían salido de la iglesia de San José el paso de la Verónica y de Jesús Nazareno. Iban acompañados de la cofradía de la Santa Vera Cruz, y una guarnición de la Policia Nacional conuniforme de gala. Presidía el cortejo el párroco de San José, Fernando Llenín Iglesias, que iba a pronunciar el sermón ante el Palacio de Revillagigedo.

Era una tarde muy fría, como corresponde a Gijón, pero las gentes no se quedan en casa. Cada vez hay más fieles. El sermón estaba centrado en las figuras de las mujeres, empezando por la Verónica que era una mujer humilde y salió al paso de Jesús para enjuagarle el rostro dolorido por el esfuerzo de llevar la cruz. El Señor quiso recompensarla plasmando en el lienzo su figura. Y las santas mujeres siempre atentas a Jesús. Y su Madre que tenía clavada en el pecho la espada del dolor más irresistible. No hay pena más fuerte que la pérdida de un hijo y si éste era bueno, se suma la injusticia. El público escuchaba en silencio el sermón,a pesar del frio reinante.