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Medio siglo de una escultura icónica La opinión de los inmigrantes

Una despedida de cincuenta años

"Tiene un gran significado para nosotros", cuentan de "La madre del emigrante" los extranjeros que viven en la ciudad

Una despedida de cincuenta años

"La madre del emigrante" cumplirá el 18 de septiembre 50 años con su triste mirada posada sobre el Cantábrico. Lleva medio siglo despidiendo a su hijo, que como tantos otros asturianos, se lanzó un día al mar buscando una vida mejor para, quizás, nunca volver. La escultura del cántabro Ramón Muriedas, inaugurada en 1970 en medio de la polémica por ser la primera creación de este tipo en la ciudad que rompía los estándares clásicos, adquiere un significado especial para aquellos que hicieron a la inversa el periplo del hijo de "La Lloca". Es decir, para los inmigrantes que han encontrado su sitio en Asturias. "Tiene un gran significado para todos nosotros", coinciden seis extranjeros reunidos por LA NUEVA ESPAÑA al pie de la figura.

Hermineh Hovasapian es una peluquera de Teherán que cumple años a la vez que la escultura. Llegó a Asturias hace tres por amor. Se casó con Berg Janoian, un educador social de origen armenio y trabajador de ACCEM, una ONG dedicada a ayudar a extranjeros. Su madre estuvo hace un tiempo en Gijón y fueron juntas a ver el pelo encrespado de la escultura. "Se puso a llorar. Se identificó. Aunque todo esté bien, los inmigrantes siempre estamos algo tristes, tenemos nostalgia", asegura. "La estatua es uno de los símbolos más bonitos de Gijón. Se me pone la piel de gallina con ella", añade Janoian.

La historia de la obra hunde sus raíces en 1958, cuando en el primer congreso sobre Sociedades Asturianas, se planteó hacerla como homenaje a la emigración de la región. Su instalación no se produjo hasta el 18 de septiembre de 1970. Su autor, Ramón Muriedas, falleció en 2014.

El rictus de la "Lloca" o "La muyerona", como también se la conoce popularmente, invitía a la empatía. Lo que no impidió que su instalación generara una ola de rechazo. La obra conjugó por vez primera en Gijón un estilo moderno en contraposición a las otras piezas repartidas por el casco urbano. Fue víctima de vandalismo en 1976 y, en consecuencia, retirada. Volvió a su eterna espera en 1979, ya en democracia. El pasado de la estatua no importa para Svitlana Lysenko, una enfermera de Kiev llegada a Gijón con su marido en 2002. Tiene una hija nacida en la ciudad y recientemente aprobó unas oposición para trabajar por vez primera como sanitaria en Asturias. "Me recuerda a mi madre que quedó en Ucrania. Y a mi hija, ella puede marchar también", dice.

A Scholastique Ndinghandilim se le enredaba ayer el pelo igual que a la estatua de El Rinconín. Salió hace tiempo de República Centroafricana. "Cuando veo su brazo en alto, me tranquilizo. Como si me ofreciera su mano y me dijera que todo va ir bien", cuenta. Kokoly Lamah es un joven de 21 años de Guinea. Huérfano, llegó a España en patera. Aprende para ser algún día cocinero. "La estatua sirve también para que la gente sepa quiénes somos nosotros", apostilla. Su compañero, Alassan Seydou, de Mauritania, le secunda. "Vale también para recordar a todos los que nos hemos ido de casa", añade, como si al final las infinitas historias de inmigración fueran en verdad la misma. La de una madre que posa su mirada en el mar, esperando un regreso. La de Gijón lleva 50 años aguardando.

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