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Tres décadas de un emblema local | El contexto histórico

La génesis del "Elogio del Horizonte"

La obra de Chillida, muy criticada inicialmente, se levantó en una ciudad azotada por la reconversión industrial y al calor del plan urbano de Rañada

La génesis del "Elogio del Horizonte"

El 9 de junio de 1990 tuvo lugar la inauguración oficial del "Elogio del Horizonte", obra del escultor Eduardo Chillida Juantegui. La convocatoria, un sábado a las puertas del verano y organizada por el Ayuntamiento casi como una fiesta de prau, fue un éxito total de participación aunque el acto se vio empañado por una injustificable agresión al alcalde, Vicente Álvarez Areces, y al concejal de Urbanismo, Jesús Morales. Tampoco faltó una concentración de protesta de las trabajadoras de la empresa textil Confecciones Gijón, reflejando la precaria situación de gran parte del vecindario del concejo tras la brutal reconversión industrial sufrida durante la década que ahora terminaba.

Por su parte, el "Elogio" tampoco tuvo un comienzo fácil, la crítica ciudadana fue implacable con la obra apenas estuvo concluida reprochando su diseño, su ejecución en hormigón y su coste. De hecho la obra de Chillida fue agredida medio año antes de que lo fuesen ambos políticos locales y ya desde finales de 1989 se sucedieron diversas pintadas como las contundentes "Equí yacen 100 millones de Pts. del pueblu de Xixón", realizada durante al noche del 18 al 19 de diciembre, y "Perdonai, ¿pero esto ye arte?". No tardó tampoco en llegar el mote de "váter de King Kong", popularizado durante la primavera del año siguiente.

El "Elogio del Horizonte" tuvo una génesis larga ya que su materialización tuvo un contexto más complejo de lo que dejaba traslucir aquel final festivo. Puede afirmarse esto atendiendo a que esta obra está determinada por su ubicación y lograr que esta fuese un espacio público fue una ardua tarea. Empecemos por ahí.

Si bien la que secularmente se conoció como L'Atalaya, por razones obvias, y que oficialmente hoy es el parque del Cerro de Santa Catalina, fue durante siglos patrimonio municipal, su rocambolesca conversión en zona militar en 1898 debido a la guerra con Estados Unidos invalidó este espacio para uso ciudadano. Su reversión al municipio acordada por el Gobierno de la II República en octubre de 1931 fue un breve espejismo, ya que tras la Revolución de Octubre de 1934 se impuso de nuevo su uso militar. Tras varias intentonas de reversión desde la década de 1960 que por fortuna quedaron en nada -de haberse liberado estos terrenos en aquellos años posiblemente hoy estarían casi edificados al completo-, el ansiado retorno del Cerro fue logrado por el alcalde José Manuel Palacio tras el pago de 25 millones de pesetas al Ministerio de Defensa según acuerdo de 26 de febrero de 1982. Puede decirse que ese día comenzó la historia del "Elogio".

Desde el 19 de abril de 1979, con la primera Corporación municipal elegida democráticamente desde la década de 1930 y la investidura de Palacio como alcalde muchos cambios se sucedieron. Durante sus ocho años y dos meses de gestión, desde el punto de vista urbanístico, se logró que Gijón entrase en el siglo XXI. El mérito de Palacio como alcalde y de los equipos de gobierno que presidió fue tanto entender que la actuación en este ámbito debía de ser inmediata como el acierto de encomendar aquel proceso al arquitecto Ramón Fernández-Rañada, un técnico que supo aglutinar a un equipo de excepcional solvencia y que ante todo tenía claro lo que debía de ser Gijón. Un lustro largo se invirtió en ello, siguiendo un proceso en el que -como en Medicina- se sucedieron análisis, diagnóstico y propuesta de tratamiento con el objetivo de revivir una ciudad que urbanísticamente estaba en coma. Conceptos hoy tan asumidos como peatonalización, rehabilitación del Patrimonio Histórico, política ambiental y participación ciudadana surgieron entonces. Fue el inicio del fin de la dualidad centro/suburbio, de la división de Gijón entre infierno -barrios del oeste y sur-, purgatorio -centro- y paraíso -La Arena y Somió-, referentes con los que entonces se describían las diferencias de habitabilidad de la ciudad.

El nuevo plan urbanístico

Como era de esperar las embestidas vinieron de todos los frentes, pero los mecanismos de presión no funcionaron de acuerdo a lo esperado. El Plan General de Ordenación Urbana de Gijón -conocido popularmente como el Plan Rañada- se aprobó a finales de 1985 y entró en vigor con el año 1986, justo antes de la conmoción que causaría el naufragio del Castillo de Salas. En él, el Cerro sólo podía ser un parque público. Aunque José Manuel Palacio dejó la Alcaldía mediado 1987, en ese momento las directrices a seguir ya estaban marcadas y sobre ellas pudo después desarrollarse toda la transformación urbana acometida durante los mandatos de Areces. Años de grandes inversiones -muchas de ellas costeadas con fondos estructurales y de cohesión provenientes de la Unión Europea-, de capacidad de negociación, de aciertos y avances que dieron la falsa impresión que todo había comenzado a partir de 1988 cuando precisamente mucho de lo realizado a partir de ese año se encontró como sustento con la gran labor hecha previamente desde 1979.

De hecho, ya en 1986, el Ayuntamiento inició un primer contacto con Chillida para ver la posibilidad de ubicar una de sus obras en Gijón, idea promovida por el arquitecto Francisco Pol, coautor, junto a José Luis Martín, de los dos Planes Especiales con los que se logró la regeneración del Barrio Alto y del Cerro. A comienzos del otoño de ese año estaba ya perfilado el proyecto para el parque y en él ya se incluyó un diseño casi definitivo del "Elogio".

El año 1987 ya fue el decisivo. Tras trascender inicialmente que no era viable la participación de Chillida en el proyecto -la disculpa eran compromisos ya adquiridos, pero la cuestión esencial era la imposibilidad del Ayuntamiento de asumir en solitario los 40 millones de pesetas en los que entonces se calculaba la intervención-, la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes al escultor vasco relanzó inesperadamente al asunto. A esto se sumó la llegada de Areces a la Alcaldía en junio y su habilidad para lograr un acuerdo con la Caja de Ahorros de Asturias y la Consejería de Cultura del Principado para la cofinanciación de la obra .

El 28 de octubre, Chillida conoció por primera vez Gijón y visitó la cumbre de L'Atalaya. El artista relató entonces que tenía ya en mente la idea y el nombre para esta pieza desde mediados de la década, pero que no había sido capaz de encontrarle ubicación. Y aquel era el sitio, según sus palabras un lugar "extraordinario y sorprendente" y su visión fue certera al señalar que parecía un milagro que el paraje mantuviese un estado tan salvaje en un entorno netamente urbano. Realmente lo era.

La aprobación del proyecto

Aprobado en el Pleno municipal del 12 de agosto de 1988 el convenio para abordar el proyecto, el proceso ya encarriló definitivamente. En los meses sucesivos el escultor terminó el diseño y se procedió a preparar la construcción de la pieza. Es preciso tener en cuenta que el "Elogio" es literalmente una construcción, una obra con carácter arquitectónico a diferencia de las piezas escultóricas tradicionales labradas o fundidas con intervención directa de su autor. Por ello, en este caso, se da una paternidad múltiple en la que tuvieron participación destacada los carpinteros de la ebanistería Bereziartua como autores del encofrado -realizado en Hernani y luego trasladado a Gijón-, hecho a partir de un modelo a escala natural abordado por el escultor Jesús Aledo en poliexpán, al igual que la del ingeniero de caminos José Antonio Fernández Ordóñez, quien abordó los cálculos estructurales y determinó la composición del hormigón de la pieza, según las directrices marcadas por Chillida.

El "Elogio", con sus 10 metros de altura, 15,5 metros de largo, 12,5 metros de ancho y 1,40 metros de espesor, precisó de 200 metros cúbicos de hormigón y de una cimentación realizada mediante un pilotaje que llegó a los 20 metros de profundidad para garantizar el correcto sustento de su 500 toneladas de peso. La empresa Entrecanales y Távora se encargó de su realización desde finales del verano de 1989, dando Chillida el visto bueno al fin de obra el 30 de octubre, aunque sin dar la pieza por concluida a falta de la pátina que debían aportar el mar, el viento y el paso del tiempo.

Y ahí lleva el "Elogio" casi tres décadas, ya con su pátina, varado al borde del abismo, ocupando un lugar de antiguos cultos de los que sólo conocemos con seguridad el que se dio a Santa Catalina en su capilla -dominó aquella cumbre durante más de medio milenio-, posiblemente levantada sobre restos de un faro o un templo romanos como seguro estos lo hicieron sobre otros ancestrales. Ahí queda la toponimia de los promontorios costeros como testimonio, Catalina sobrenombre de la Luna en L'Atalaya, y enfrente, Lorenzo, alias del Sol, en el cabo ubicado al este. Selene y Helios, divinidades primigenias, hoy reemplazadas por un tótem moderno que ha logrado convertirse en un símbolo de Gijón y cuya aportación más singular es que, en su interior, podemos escuchar amplificado al Cantábrico como si quisiera revelarnos sus secretos.

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