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Maite Cuevas, ayer, en su domicilio de Gijón, comunicándose por el móvil con su hija Isabel Santamarta y su nieto más pequeño, Oliver, de 22 meses.Á. GONZÁLEZ

Crisis del coronavirus

Los abuelos se conectan por la cuarentena

Muchos mayores asturianos aprenden a usar la tecnología para ver a sus nietos confinados: "Lo normal era tenerlos en casa a diario"

Ya no pueden estrujarles los mofletes ni darles dinero a escondidas, pero esta pandemia ha introducido a muchos abuelos que pasan el confinamiento lejos de sus nietos en el uso de las nuevas tecnologías. Algunos ya habían aprendido a manejar el Skype antes de que se decretase el estado de alarma por hijos que se fueron de la región para buscar trabajo. Otros han ido adaptándose sobre la marcha para poder ver a unos niños que, hasta hace nada, solían cuidar a diario por las tardes. "Últimamente nos quedamos sin batería en el móvil ya por la mañana. Nunca tuvimos que tirar tanto de las nuevas tecnologías, y cuesta", dice entre risas la gijonesa María Jesús Pérez.

A punto de cumplir 70 años, Maite Cuevas, quien durante años fue la presidenta de la asociación vecinal "Jovellanos" de la zona centro, tiene a dos nietos en Jaén y a tres en Gijón, aunque de estos últimos dos son ya adolescentes y se comunican con ella a golpe de Whatsapp. Con los demás, el tema de las videoconferencias no le acabó de convencer y la familia ha optado por los vídeos. "Al final es lo mismo, nos los enviamos con frecuencia y hablamos. Todo ha coincidido fatal; si no fuese por la pandemia ahora mismo estaría con los peques de Jaén en Eurodisney", lamenta.

En Andalucía están Víctor y Raúl Guardia, de 11 y 5 años, con su madre, Ana Rubio, que es profesora. El nieto que sí está en Gijón se llama Oliver Suárez y cumplirá dos años el mes que viene. Su madre, Isabel Santamarta, es trabajadora de Du Pont. "Con ellos también me iba a ir de crucero en agosto, que ahora está por ver. No estar con este me fastidia algo más porque yo iba a buscarle a la guardería y lo tenía siempre más a mano", aclara. "Con él sí hemos intentado hacer videoconferencias, pero es imposible; quiere coger el teléfono y se lo lleva a la cara diciendo 'mío, mío'", bromea.

Desde el gijonés barrio de El Polígono, María del Mar Calvo, de 63 años, tiene a su único nieto pasando el confinamiento en León. Se llama Lucas Herrero y cumple hoy 4 años. "Es una pena que estén lejos, va a tener que celebrarlo solín con papi y mami", lamenta. Su hija, Estefanía Herrero, se había marchado a estudiar a León y consiguió allí trabajo, así que lo de las videoconferencias era ya una costumbre. "El tema del Skype lo teníamos ya controlado, también porque otro de mis hijos estuvo en Barcelona y hablábamos así. Ahora con el pequeño nos conectamos todos los días a mediodía y por la tarde", aclara. Siempre la acompaña su marido, Isidro Herrero, que se ha acabado convirtiendo también en un asiduo de las videoconferencias. Para los problemas técnicos, eso sí, intercede la hija. "Ella es la que nos dice a veces: 'A ver, quedaos quietos, que hago un pantallazo'. No sabíamos muy bien lo que significaba", bromean.

La rutina de María Jesús Pérez y Rafael López también ha cambiado por completo. Los pensionistas tienen cerca a dos de sus nietos, Amalia y Ramón López. A sus 4 y 2 años, respectivamente, viven a apenas 200 metros de su casa. "Podríamos saludarnos por las ventanas si las terrazas estuviesen enfrentadas", bromean. La solución también ha sido el Skype: "Siempre, mañana y tarde. No fallamos nunca". Estos dos pequeños solían pasarse casi todas las tardes en casa de los "yayos" mientras sus padres trabajaban. "Ahora lo hacen desde casa y están con ellos, pero nosotros estábamos tan acostumbrados a cuidarlos todos los días...", lamenta la abuela.

El matrimonio está llevando peor no poder ver a su otra nieta, Sofía, que tiene solo nueve meses. Su padre, que también se llama Rafael, vive con ella en Polonia, donde conoció durante un viaje de "erasmus" a su actual esposa. "No la vemos desde septiembre; íbamos a ir a verles en mayo y tuvimos que cancelarlo. Lo bueno de las videoconferencias es que vamos viendo cómo crece. Ahora ya mueve la manita para decirnos adiós", presume la pareja, que ha cancelado también un viaje previsto para estas fechas a Málaga y que mantiene un confinamiento estricto desde el día 14 de marzo salvo las pequeñas escapadas de López para bajar la basura.

La mierense Concepción Arias, de 94 años, lleva once meses en la residencia del Montepío de la Minería, en Felechosa (Aller). Ayer habló por videoconferencia con su nieta Verónica Fernández. "El confinamiento se lleva mal, porque estábamos acostumbrados a verla todas las semanas. Pero bueno, es ella la que nos anima a nosotros y estamos contentos porque está bien", dice la joven. Y es que los mayores han vivido tiempos peores, lo que hace que afronten el coronavirus de otra manera. "En la posguerra sí se pasaba mal, había hambre, y mi padre se pasó toda la guerra preso, así que ya ves mi madre, que tenía que lidiar con seis hijos", dice la abuela.

La posibilidad de hacer videollamadas con su familia, algo que le ofrece la residencia, "está muy bien" para ella. "Es como estar con ellos, a veces vale más tener imaginación que otra cosa", agradece. Además de las videollamadas, Arias también habla regularmente con el resto de parientes que no pueden visitarla en este tiempo: "Y así vamos pasando los días".

La residencia del Montepío de la Minería fue de las primeras en cerrar sus puertas a las visitas para evitar la propagación del virus. Para compensar esta situación, el centro puso en marcha diversas iniciativas como la organización de videollamadas entre familiares y residentes. También se muestran muy activos a través de las redes sociales publicando vídeos de los residentes y los trabajadores.

Silvia Álvarez, de Luanco, también echa de menos a sus nietos y se ha volcado en la aplicación de Whatsapp, que es la que mejor maneja. "A ver cuándo acaba todo esto y nos podemos dar todos un abrazo; esto ha sido peor que una guerra, que sucede en un lugar concreto. Esto que estamos viviendo es del mundo entero. Ves que se te está yendo la familia y que no puedes arrimarte a ella o darles un beso de despedida. Hay que tener fe en Dios, que es lo que nos mantiene", asegura.

Otro ejemplo, esta vez en Pola de Siero. Juan Hernández leía ayer distraído el periódico cuando su mujer, Camila Paz, atendía una llamada telefónica: "Está la nieta, ven a saludar". Cuando se centra en la pantalla ve a Lara Hernández, que un día más les llama para interesarse por cómo están durante el confinamiento. El hombre, que ayer quería ver la grabación de la final de la Copa del Rey de 1982 entre el Sporting y el Real Madrid emitida por un canal deportivo, se muestra cariñoso con su nieta. "El resultado va a ser el mismo que entonces, güelín", le decía la joven. Él, a través de la videollamada, sonreía sin parar, acostumbrado ya a ver a sus familiares a través de la pantalla del móvil.

Como el ovetense Eneko Izquierdo, que tiene 13 años y sobrelleva su confinamiento con cierta tristeza, porque es un gran aficionado al surf y a la naturaleza y, según explica, está muy acostumbrado al contacto familiar. Por eso, ayer tampoco perdió la oportunidad de hablar con sus abuelos Miren Arruti y Miguel Capellá, a quienes recuerda siempre que puede que deben cumplir la cuarentena, "dar paseos" por casa y salir a la compra lo menos posible. "Además, como ellos son los que tienen más contacto con tíos, primos y el resto de familia que vive en San Sebastián o Madrid, les pregunto por el resto. Siempre saben cómo están", explica el joven, que cursa 2.º de la ESO. Uno más conectado por vía telemática a sus güelos.

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