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Humberto cierra la puerta consistorial

El portero mayor del Ayuntamiento se jubila tras cuatro décadas “viviendo desde dentro la transformación de Gijón, que ha sido enorme”

Humberto Estrada, portero mayor del Ayuntamiento, posa ante la Casa Consistorial. Efrén Tomás

“¿Subalterno? No me mandará a los toros”. Eso pensó un veinteañero Humberto Estrada allá por octubre de 1979 cuando su novia, Ana Mari, le confesó que le había apuntado a unas oposiciones del Ayuntamiento de Gijón. Ana Mari pasó de ser su novia de entonces a su esposa de siempre en junio de 1980 y Humberto, o Berto como algunos le llaman, recordaba ayer la anécdota mientras veía pasar las horas de su última jornada laboral entre muestras de cariño de sus compañeros.

Cuarenta años de trabajo en la Plaza Mayor para quien, desde 1988, ostenta el simbólico cargo de portero mayor del Ayuntamiento. Un título a la vieja usanza que se corresponde con el puesto de jefe de la unidad técnica de servicios integrales. “Eso ya no me tocó a mi pero antes el secretario y el portero mayor vivían en el Ayuntamiento”, cuenta Estrada. Llegó joven al puesto de portero mayor, solo 32 años, y tras un proceso selectivo. Toda una novedad porque hasta ese momento se elegía al de más antigüedad. Sin más. Su cargo puede ser simbólico de nombre pero no de responsabilidad. A sus órdenes estaban 93 conserjes del Ayuntamiento y los colegios. “Creo que tras policía y bomberos es el departamento con más personal”, dice.

Nació Humberto Estrada Robledo hace 63 años y diez meses, matiza, en Tremañes, donde su padre trabajaba en una farmacia. Con cuatro años se fue la familia a vivir a Pumarín y, calle arriba o calle abajo, entorno a ese barrio ha pasado el resto de su vida. Primero con sus padres y sus cuatro hermanos y luego en el hogar que creó con Ana Mari, con quien tiene dos hijas. “Sanitarias”, especifica quién se muestra más que concienciado con el drama que supone el covid. Por eso tenía claro que su despedida municipal iba a ser discreta. Lejos de la multitudinaria celebración que seguro habría tenido en otro momento. “Lo primero es la seguridad de las personas. Me llevo el cariño de todos mis compañeros y espero que se pueda salir de ésta lo mejor posible y que la situación nos lleve a recapacitar y ver aquellas cosas que se hicieron mal para corregirlas en un futuro”, explica. Esa es la única tristeza de su despedida, que coincida con una situación dramática en lo sanitario y en lo económico en su amado Gijón.

Sportinguista de toda la vida, el deporte y los trabajos manuales son las aficiones a las que se dedicará

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“Yo he tenido la suerte de ver la transformación de la administración y de vivir el cambio de Gijón desde dentro y, en muchos casos, de forma activa. Ha sido una transformación enorme”, sentencia Estrada al tiempo que rememora desde la descentralización de los servicios municipales pasando de un único edificio en la Plaza Mayor a toda una red de equipamientos en los barrios a los procesos de erradicación del chabolismo, la reforma integral de Cimadevilla o la elaboración de los primeros planes generales que iban ordenando el Gijón del futuro. De su día a día laboral ni que decir tiene que, la gran novedad de los últimos tiempos, es la desaparición del papel. Ya no hay ese ir y venir de conserjes llevando expedientes en busca de firma. Ahora todo, o casi todo, es por vía electrónica. Para la memoria quedan recuerdos de todo tipo. Desde la populosa inauguración del parque de Los Pericones “con la gente que podía ir allí y coger un bollo preñao, porque se hacía participe a la gente de los logros de Gijón” a aquellos desfiles en forma de villa donde los días grandes “la Corporación salía a la calle con los maceros y los alguacilillos con sus trajes por delante”. Sin olvidarse del viaje a la localidad francesa de Niort en uno acto de hermanamiento entre las dos villas.

Su trabajo le hizo coincidir con todos los alcaldes de la etapa democrática. José Manuel Palacio, Vicente Álvarez Areces, Paz Fernández Felgueroso, Carmen Moriyón y Ana González, que ayer le llamó a Alcaldía para despedirse personalmente y hacerle un pequeño obsequio en nombre del Ayuntamiento. No entra a valorar los logros o fallos de cada cual porque “a cada uno le tocaron tiempos distintos y también influye la personalidad de cada uno”.

Sportinguista como el que más, Humberto es amante de los trabajos manuales, la pintura y el deporte. A ellos dedicará sus nuevas horas de jubilado. “Bicicleta, algo de tenis y pasear... sin matarme”, confiesa marcando una sonrisa tras la mascarilla.

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