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Un Carnaval sin restricciones: la mirada de Aurelio Suárez

La serie “Mascarita”, poco conocida, muestra el gusto del artista por el disfraz

Retratos de la serie “Mascarita”, que Aurelio Suárez pinto entre los años 1976 y 1978, una de las producciones del artista gijonés con mayor infuencia del espíritu del Carnaval. |

Los amantes del Carnaval, que en Asturias también recibe el nombre de Antroxu, tienen siempre en la obra pictórica de Aurelio Suárez (1910-2003) un solaz. Más en un año como este, en el que la extensión de la pandemia por el covid-19 impedirá por orden de la autoridad municipal las celebraciones a pie de calle en muchas localidades españolas, entre ellas Gijón. La ciudad natal del gran artista onírico limitará sus carnestolendas, que tendrán su fecha principal el próximo día 16, al disfraz de la estatua de Pelayo y a alguna jarana virtual. Así son los tiempos víricos.

Aurelio Suárez, uno de los autores fundamentales del surrealismo español, fue un aplicado amante de los equívocos y las subversiones que propicia la fiesta de Carnaval. Buena parte de su pintura asume el regocijo desacralizador de las verdades oficiales que es, según el teórico estructuralista ruso Mijaíl Bajtín, característica de estos festejos herederos de distintas tradiciones paganas. “La verdad es que sí, que le gustaba mucho porque era una persona bastante coñón, como se puede ver en su obra”, explicó ayer el hijo del artista, Gonzalo Suárez Pomeda. Y pone de ejemplo una serie poco conocida que el pintor, con obra en el Museo Reina Sofía, tituló “Mascarita”.

Esta palabra se utiliza más en algunos países hispanoamericanos que en España, pero resume a la perfección esta galería de retratos que Aurelio Suárez firmó en los años 1976, 1977 y 1978. El vocablo significa precisamente eso: “persona que lleva un disfraz, especialmente en carnaval”, El pintor, en el que es rastreable el gusto por las metamorfosis de la figura, pintó estas cien piezas en una época en la que el país comenzaba a recuperar el Carnaval después de más de tres décadas de prohibición “manu militari”.

“Como en toda la obra de mi padre aparecen personajes híbridos, aunque en esta serie todos tienen los atributos con que se representa a la mujer”, opina el hijo de Aurelio Suárez. Puede ser. Pero lo definitorio del conjunto es una cierta ambivalencia, noción que apunta directamente a otro de los elementos distintivos de la fiesta carnavalesca, siempre según las teorizaciones de Bajtín: la búsqueda de la libertad mediante la dislocación de la realidad. El Carnaval suele aceptarse como un intento acotado en el tiempo, hasta la entrada de la Cuaresma, de poner el mundo al revés.

Así que estos personajes de Aurelio Suárez bien podrían ser lo uno y lo otro: mujeres disfrazadas de hombres y viceversa. Vamos, una fiesta sin restricciones en la que triunfa la voluntad del juego, la transmutación de los valores y el adelgazamiento de la identidad hasta la confusión.

La serie pertenece al apartado de los llamados “bocetos” (pese al nombre son, en realidad, piezas perfectamente acabadas hasta donde se puede concluir una obra de arte), una de las tres categorías en las que Aurelio Suárez agrupó sus creaciones (las otras dos son los óleos y “gouaches”). Estas cien piezas (el artista dejó más de siete mil y un estilo tan notoriamente personal que hay un amplio consenso crítico para denominarlo “aurelianismo) tienen un formato vertical (230 milímetros de alto por 170 de ancho) y su autor emplea “gouache” y tinta sobre papel.

“Las máscaras están siempre presentes en la obra de mi padre y casi podríamos decir, que todos sus cuadros son un inmenso Carnaval”, explica, con razón, Suárez Pomeda. El hijo del artista, que conoce al dedillo y ha clasificado minuciosamente toda la producción del gran artista gijonés, está persuadido de que una de las claves del “aurelianismo” estriba precisamente en que aporta un misterio: saber qué se oculta detrás de la representación.

Un planteamiento con un muy singular despliegue icónico que se extiende a lo largo de toda la trayectoria plástica de Aurelio Suárez y que enlaza, sin más, con el fundamento mismo del Carnaval: un juego de ocultamientos para abrir un espacio alejado de la tiranía de la diaria identidad. Y en ese ejercicio de la libertad el pintor gijonés era, sin duda, un maestro sin limitaciones.

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