La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fallece a los 95 años la madre Arancha, última abadesa del convento de la Laboral

La religiosa, que consagró 41 años de su vida al servicio de los internos del centro, “era un ángel que nunca se enfadaba”, afirman los antiguos alumnos

Sor Arancha.

Sor María Aránzazu de la Santísima Trinidad, bautizada como Juana Bergareche Errasti, fue en realidad para todo el mundo la madre Arancha, una de las monjas que más huella dejó en el monasterio de las clarisas de la Universidad Laboral. Para muchos, la última abadesa de la congregación llegó a ser una verdadera madre, cabeza visible del centenar largo de monjas que durante 41 años trabajaron para que a los estudiantes de la Universidad Laboral no les faltara de nada. Sor Arancha falleció el miércoles en el monasterio de Cigales, en Valladolid, su morada desde que las clarisas abandonaron la Laboral en 1996, cuando los alumnos empezaron a escasear. Dejó este mundo a los 95 años y después de 71 de vida religiosa, de los que buena parte de ellos transcurrieron entre las cacerolas, el ropero y las planchas del gran edificio gijonés, casa de estudio para internos huérfanos y chavales becados de familias sin recursos, que pudieron acceder así a diferentes disciplinas profesionales.

Era la última hermana que quedaba de las ocho que llegaron a Gijón procedentes del Convento Viejo de Zamora de las Clarisas. Llegó a la Universidad Laboral un día de San Miguel, el 29 de septiembre de 1955, y fue la encargada de pronunciar las palabras de despedida en nombre de la comunidad en el homenaje que recibieron el 21 de diciembre de 1996, antes de su partida. A su llegada a la Laboral asumió la gestión de la ropería. Relevó a sor María Dolores y a sor Inmaculada y fue la última abadesa, una mujer “maravillosa, ejemplo de gran bien que la comunidad prestó a la sociedad y a los miles de becarios que pasaron por la Universidad Laboral”, resaltaba ayer Viliulfo Díaz, el último rector de la Laboral, profundamente apenado por su pérdida. Todos los alumnos guardan de ella un recuero “muy entrañable, aquellas hermanas eran ángeles que nunca se enfadaban ni tenían un mal gesto a pesar del durísimo trabajo que hacían”, destaca Jesús Merino, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos. “Fue una madre para todos nosotros, estaba en todo, siempre organizando para que todo estuviera en orden. Varias veces fuimos a visitarla a Valladolid y se acordaba de nuestros nombres”, apuntó también Jesús Jiménez, secretario de la Asociación.

En sus últimos años, Sor Arancha perdió vista y movilidad, pero siguió manteniendo hasta el final un carisma que deja un gran vacío en su comunidad. “Era en sí misma un toque de esperanza y misericordia, un ejemplo insuperable de servicio, compañerismo, caridad y oración. La mayor expresión de la alegría franciscana en el convento: gozosa en el Señor, alegre, amable con fortaleza interior y exterior para hacer los trabajos más difíciles, como bien sabían los alumnos”, explicaba ayer, desde Valladolid, la actual superiora, Sor Josefa, antigua alumna de la universidad gijonesa antes de tomar los hábitos.

Sor Arancha fue abadesa durante dos trienios, y era la que más contacto tenía con los alumnos. “Era muy servicial con la comunidad que la adoraba, siempre con buen apetito como los buenos vascos”, recuerdan los antiguos alumnos. Resistió al covid en el convento y falleció el miércoles, llevándose el cariño de todos los que la conocieron.

Sor Arancha, primera por la izquierda, el día de sus despedida de la Laboral. Marcos León

Compartir el artículo

stats