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Cuarenta años de "Volver a empezar": recuerdos de un estreno en Madrid de la primera película española con “Oscar”

El film polarizó a los cinéfilos del momento

José Luis Garci, delante del Hotel Asturias, en 1992. I. R.

Estuve en el estreno de “Volver a empezar” en Madrid a cambio de no haber logrado entrevistar a José Luis Garci para un trabajo de facultad. Acosé al director de cine cuanto pude, pagando cada llamada desde teléfonos públicos, sin conseguir hablar con él, pero bien atendido por un tío que me hacía promesas, me daba largas y esquinazos y un día me ofreció dos entradas para el estreno de la última del Garci. No recuerdo en qué cine de Gran Vía. Encuentro en internet que fue el 1 de marzo de 1982. Seríalo guapamente.

El Garci que me interesaba entrevistar había ido dejando un rastro por la ciencia-ficción que fui conociendo según crecía, sin reparar en el autor. El Garci que descubrí era el que circulaba por la, jungla de asfalto del policiaco negro en la que yo pasaba entonces mucho tiempo, encontrándome a Hammet en Alianza bolsillo, tropezándome con Chandler traducido al argentino en Enlace, siguiendo a Horace McCoy en la colección de Bruguera de Juan Carlos Martini y muy atento a los españoleos del género de Jorge Martínez Reverte, Andrés Martín, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Madrid.

En los cines españoles siempre había un ciclo de Bogart, media docena de clásicos de gabardina con humo de cigarrillo y de pistola y en cada ciudad había abierto una pequeña librería -con un remoto parecido a las tiendas de imaginería católica de la calle San Antonio de Oviedo- que vendía a precio de oro carteles, libros y fotografías de Greta Garbo, Marlene Dietrich, Cary Grant o Alan Ladd, santos de otra devoción con otro cielo.

El Garci al que perseguía como un sabueso era el de “El Crack” con su oda visual a la Gran Vía del luminoso de Schweppes y los cartelones de cine que me había deslumbrado a las seis de la mañana cuando me soltó en ella un Alsa, con mi maleta de estudiante, mis 49 kilos de peso y mi peinado de escarola logrado con tiempo y sin peine. Mi Garci le puso los pantalones a Alfredo Landa y le tachó las muecas con un bigote, lo convirtió en el detective Germán Areta y lo llevó a Nueva York y al “madisonescuaregarden”.

Según dice ahora internet yo estaba en una de las butacas altas de un cine de Madrid el 1 de marzo de 1982 al calor del lleno, con un dossier completísimo de la película en el regazo y una amiga de clase, malagueña, salerosa y lo siguiente compartiendo el brazo del asiento. Ignorábamos que íbamos a ver una historia de cáncer terminal y de amor de viejos cocida a fuego lento, muy hablada, sonada al ritmo de Paillard para el canon en re mayor de Pachelbel (esto último me lo dice Internet ahora mismo), interpretada por actores conocidos del “Estudio 1” y desarrollada en Gijón, que era la ciudad de mis escapadas culturales pop cuando me reunía en el Cafetón para editar un fanzine, hablaba de cómics en casa de Tino Arbesú, compraba tebeos de saldo en una librería de la calle Covadonga que quizá se llamara Zapico y naguaba por los de importación de la librería Musidora, calle La Merced.

El Gijón por el que rodaba yo y en el que se rodaba “Volver a empezar” estaba en vísperas de la reconversión industrial, era grisón de aspecto, rojo para trabajar, progre para divertirse y estaba muy vivo.

–¿Eso eh Cuderillo?

–Sí, Cudillero.

––Sshhht.

–Y eso son los lagos de Covadonga.

–Caaaalla.

No dije que “Begin the beguine”, la canción de Cole Porter sobre la que carga la parte americana de la película se canturreaba en Asturias como “Tudela Veguín y Pola de Siero...” porque exigía mucha conversación, un conocimiento regional que no se daba y porque no dejaba de ser una pijada.

No era una película para mis 21 años inmortales, pero los 10 minutos de Antonio Ferrandis que suceden en la cara de José Bódalo no los olvidé jamás y vuelvo a ellos, en conversaciones y en Youtube, con cierta frecuencia. Defendí la peli de Garci porque logró interesarme con algo muy ajeno -los años- como lo haría “Ricas y famosas” de George Cuckor -la amistad entre dos mujeres maduras- y no con cosas tan cercanas como los asesinatos en serie de un travestido en Nueva York en “Vestida para matar” o la persecución de Luke, Han Solo, Leia y el resto de la Alianza Rebelde por Darth Vader y sus fuerzas de élite en “El Imperio contraataca”.

Poco después “Volver a empezar” murió hasta que reapareció nominada a los Oscar. Lo siguiente que vimos fue ya en un ambiente con música, vestuario y peinados como de la cena con el capitán Stubing de “Vacaciones en el mar”, porque los ochenta aún no se atrevían del todo a ser los ochenta, en el que la actriz olvidada Luise Rainer y el también maduro presidente de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos, Jack Valenti, salieron a anunciar el premio a la mejor película en lengua no inglesa.

Después de masticar el inglés en alemán, Luise Rainer anunció en español “¡Valver a empesaaaar!”. Y salió un Garci que no tenía 40 años, con un smoking blanco acorde con la cena en el “Princesa del Pacífico” y su barba negra, algo mayor de lo que aparenta ahora.

“El País” editorializó al día siguiente por un Oscar que era “una satisfacción para todos” de un “realizador todavía menor” que “relegó a Berlanga, Saura y el propio Bardem”. Con Garci abrieron otro frente las dos Españas, intelectualoides contra sentimentaloides.

Con “Volver a empezar” Garci declaró la capitalidad cinematográfica de Asturias en Gijón, adonde regresó tantas películas y donde, diez años después del estreno mundial de “Volver a empezar” -y Juan José Plans mediante- logré entrevistar al director de “El Crack” cuando rodaba en los espacios fantasmales de la Universidad Laboral las “Historias del otro lado”, con mi amigo Nacho Martínez de protagonista en algún episodio. Garci venía con una compañera periodista de la radio de Madrid: Ana Rosa Quintana.

Lo pasé muy bien haciendo la entrevista a Garci en el “Hotel Asturias” que era un hotel con encanto mucho antes de que se acuñara la marca, donde el espíritu de Agustín González vaga solícito y reverencioso por los pasillos repitiendo “señooor Albajaraaa”.

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